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27/11/2006 | Una derrota para los republicanos, no para los conservadores

Soeren Kern

Los izquierdistas de Europa están eufóricos con los resultados de las recientes elecciones de mitad de período legislativo en Estados Unidos.

 

En realidad, periódicos alrededor del continente saludaron la noticia de que los demócratas habían conseguido el control de la Cámara de Representantes y del Senado con júbilo. El fiable antiamericano Der Spiegel de Alemania conjeturaba con que la barrida demócrata anunciaba el principio de una nueva era en política exterior americana. El izquierdista El País de España, notoriamente mejor en sensacionalismo que en sólido periodismo, puso un titular simplista que rezaba: “Estados Unidos sentencia la era Bush”... ¿de veras?

Y mientras la europrensa confunde quimeras con análisis de noticias, algunos europeos pueden quedarse con la impresión de que una victoria demócrata significa grandes cambios en la política nacional e internacional americana. Algunos hasta podrían ser llevados a creer que los votantes americanos se están volviendo de alguna forma más europeos en su forma de ver el mundo. Pero estarían equivocados... terriblemente equivocados.

En realidad, los europeos no deberían esperar ningún gran cambio en Estados Unidos en los próximos 2 años. Esto es porque aunque los republicanos fueron derrotados en las urnas, los conservadores ciertamente no lo fueron. 

Algunos datos postelectorales: los demócratas han conseguido el Senado por una mayoría de un solo voto, el margen más pequeño posible (un cambio de menos de 1.500 votos en Montana habría mantenido al Senado en un empate de 50-50). Y Joe Lieberman, un demócrata conservador desdeñado por muchos progres del “No a la guerra” por su apoyo a la intervención americana en Irak, fue fácilmente reelegido en un Connecticut que tira hacia la izquierda. Ahora es él quien tiene el balance del poder en el Senado.

Los demócratas también ganaron 29 escaños en la Cámara de Representantes, muy por debajo del promedio de ciclos políticos similares. Pero muchos de los escaños ganados son de demócratas conservadores que reemplazaron a los republicanos moderados. En realidad, en una astuta estrategia electoral llamada triangulación, el Partido Demócrata ha dado la bienvenida a demócratas conservadores a su campo. Por tanto demócratas y republicanos se han movido hacia la derecha, no hacia la izquierda, en estas elecciones.

Pero eso no es todo. La mayoría demócrata fue elegida, en gran parte, en distritos y estados que se inclinan por los republicanos. Los demócratas también consiguieron el 28% de los votos de los cristianos evangélicos (que son particularmente despreciados por los intelectuales europeos sin Dios pero “sofisticados”). Además, 7 de las 8 enmiendas contra el matrimonio gay en las constituciones estatales fueron aprobadas, mientras que las iniciativas de otros 9 estados aprobaron referéndums de temas cercanos al corazón conservador. Difícilmente es una sentencia a la era Bush.

A diferencia de Europa, con sus socialistas izquierdistas y sus ultranacionalistas derechistas, hay muy pocos extremos ideológicos en la política americana. En realidad, las elecciones americanas normalmente se libran en un estrecho campo ideológico que, se mire por donde se mire, es decididamente de centro derecha. Por tanto, las elecciones americanas generalmente producen relativamente suaves oscilaciones a un lado o al otro (como se evidencia por los resultados relativamente reñidos de las recientes elecciones presidenciales). Por esta razón, entre otras, la victoria demócrata no es una realineación de la política americana; no traerá grandes cambios estructurales al sistema americano.

Tampoco habrá un cambio de poder de republicanos a demócratas que signifique un gran diferencia en la forma de hacer política. Ya que toda legislación importante requiere 60 votos en el Senado, la consecuencia práctica de 51-49 con ventaja para los demócratas es bastante limitada. Y en ambas cámaras, los demócratas tendrán pocas probabilidades de conseguir mayorías de dos tercios, necesarias para superar el veto presidencial.

De cualquier modo, las elecciones de mitad de período legislativo de 2006 no fueron cosa de ideología sino más de asuntos, específicamente la corrupción e Irak. Un tercio de las pérdidas republicanas en la Cámara de Representantes sucedió en distritos donde el partido había estado marcado por el escándalo. Y aunque los demócratas han tenido su buena parte de corrupción como partido en el poder, a los republicanos se les exigía un estándar más alto. Esta sacudida política simplemente reafirma la vitalidad del sistema bipartito de Estados Unidos.

Es también cierto que el conflicto en Irak no es popular con los votantes. Pero la mayoría de americanos no están contra la guerra per se. Más bien, están descontentos con la conducción de la guerra. En efecto, los sondeos a pie de urna mostraban que la mayoría de votantes se opone a una intervención sin fin y sin victoria a la vista. Además, la mayoría de americanos han compartido durante tiempo la frustración neoconservadora con Donald Rumsfeld, el Secretario de Defensa que pronto nos dejará, por mostrar demasiado poco cometido para ganar en Irak.

Pero el principal efecto inmediato de la dimisión de Rumsfeld (en sí, una importante victoria, no sólo para los neoconservadores sino también para los conservadores de todas clases) es que privará a los demócratas de un blanco fácil de las críticas. Con un ojo puesto en las elecciones presidenciales de 2008, los demócratas estarán ahora alertas para ejercer la moderación y así demostrar que han madurado como partido de gobierno. Por tanto, aunque los congresistas demócratas buscarán una mayor supervisión de la intervención en Irak, los dirigentes de la política exterior del partido entienden que una retirada precipitada de las tropas americanas sería potencialmente perjudicial no solamente para los intereses americanos sino también para los del Partido Demócrata.

Claro que los izquierdistas europeos viven en un mundo de fantasía si piensan que Estados Unidos abandonará Irak (o la resistencia al fascismo islámico) dentro de poco. Esto es porque la mayoría de americanos (sean demócratas o republicanos) no comparten la mentalidad del apaciguamiento tan dominante entre europeos. Por el contrario, probablemente la victoria demócrata sirva para dejar en el aire el idealismo vacuo de los pacifistas europeos. Como los demócratas, ellos han sido rápidos para arremeter contra la Administración Bush por cualquier supuesto fallo, pero han sido desvergonzadamente incapaces de ofrecer alternativas serias.

Sin embargo, ahora que los demócratas se convertirán en socios de gobierno, tendrán que proponer algunas estrategias propias que convenzan. En este contexto, probablemente presionarán a los europeos para que den un mayor apoyo financiero y militar en Irak, Afganistán y en otros lugares. Por tanto, cuando los demócratas, que son intensamente vulnerables a las acusaciones de debilidad en temas de seguridad nacional, presionen por el fin del paseo gratuito de la izquierda europea, estos últimos verán que su regodeo propagandístico por la derrota republicana ha sido en verdad muy corto de miras. En cualquier caso, el Presidente seguirá afirmando su rol constitucional en política exterior. Y eso significa que Estados Unidos continuará siendo firme en el extranjero.

Como cualquier observador serio de política americana entiende, el movimiento conservador es la iniciativa más exitosa de la historia política de Estados Unidos. El hecho de que los demócratas se estén convirtiendo en conservadores sociales (con muchos apostando por posiciones más allá de la derecha de algunos republicanos, no sólo en política exterior como en el caso de Irán sino también en temas domésticos como el aborto, el control de armas, la inmigración ilegal, el matrimonio entre personas del mismo sexo y el despilfarro en el gasto público) supone que incluso con un gobierno dividido, Estados Unidos sigue siendo un país sólidamente en el centro-derecha.

Los europeos deberían tomar nota: Aunque el balance del poder político en Washington haya pasado de republicanos a demócratas, el conservadurismo americano es, y seguirá siendo, la principal fuerza ideológica que mueva la política nacional e internacional de Estados Unidos. La conclusión final se ajusta perfectamente a lo que decía Margaret Thatcher: “Los hechos de la vida son siempre conservadores”. Para creer otra cosa están los deseos.


Soeren Kern es licenciado del School of Foreign Service de la Universidad de Georgetown, con especialización en diplomacia y seguridad internacional y de la Universidad Hebrea de Jerusalén en política internacional. Como Analista del Grupo asume la responsabilidad del área de Relaciones Transatlánticas.

©2006  Traducido por Miryam Lindberg

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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