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04/12/2006 | La (mala) idea de la corrupción

Gonzalo Maldonado Albán

En el plano de la administración pública, una idea mal concebida siempre producirá políticas erradas y resultados negativos.

 

Por eso es importante revisar constantemente la solidez de las ideas que están detrás de los discursos o de las promesas de campaña, pues de ellas -insisto- dependerán los buenos o malos resultados que gobernantes y gobernados obtengan cuando estas sean puestas en práctica.

Una idea central que articuló el discurso y las promesas de campaña de Rafael Correa estuvo relacionada con la corrupción. De forma acertada, Correa dijo que la corrupción es un vicio social que debemos erradicar. Acertadamente también, nuestro Presidente electo afirmó que la corrupción en la esfera política ha llegado a niveles intolerables, haciendo del servicio público una burla, un simple pretexto para alimentar intereses personales o corporativos.

Tal vez por el fragor de la campaña y por la intensidad que demostró durante su época de candidato, Rafael Correa pintó -en algunos momentos- a la corrupción como la madre de todos nuestros males, como el origen de toda la pobreza y el retraso que sufrimos. A mi juicio, esta idea de la corrupción es errada y, si se convirtiera en parte de la doctrina de nuestro Presidente electo, podría inducirle a cometer errores graves.

Es indudable que la corrupción es una lacra social que debemos combatir, pero debemos estar claros que la pobreza y el retraso se superan con inversión social y productiva, fortaleciendo las instituciones del Estado de Derecho y promoviendo un clima de paz y estabilidad. Esto, por supuesto, no se logra de la noche a la mañana y demanda un esfuerzo enorme de concertación y de diálogo.

La idea errónea de que la corrupción es el principal motivo que impide el desarrollo económico y social de una nación, podría convertir a un gobernante en una suerte de 'sheriff', antes que en un estadista, induciéndole a llevar un estilo vindicativo de gobierno y distrayendo su atención de temas clave, como la creación de empleo y la distribución de la riqueza. Una idea así podría incluso confundir a la ciudadanía, pues ella esperaría que su situación económica mejore inmediatamente, luego de que unos cuantos corruptos sean apresados.

En un artículo publicado en el Washington Post ('Tunnel Vision on Corruption', Febrero 2005), Moisés Naím, brillante politólogo y editor de la revista Foreign Policy, demostró que equiparar la anti-corrupción con la promoción del desarrollo provoca inestabilidad social porque la situación de los ciudadanos no mejora, a pesar de que su Gobierno asegura que en su país ya no se roba.

La corrupción se combate fortaleciendo los tribunales y respetando los debidos procesos. El desarrollo se promueve con políticas económicas sanas. Vale la pena tener claras estas dos ideas para no cometer errores gruesos en la administración del Estado.

El Comercio (Ecuador)

 



 
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