Participa como fervoroso creyente de la nueva cruzada para detener el calentamiento de nuestra Tierra. Dice que "la gravedad del problema es tal que para mí se ha convertido en una cuestión moral. Estamos ante una emergencia planetaria y debemos hacer las transformaciones necesarias ya, o no podremos revertir el proceso de calentamiento" (El País , 5 de noviembre, 2006). Profetiza que nos quedan 10 años antes de la catástrofe.

Se ha construido un consenso sobre esa idea de que el planeta está amenazado por un cambio climático desastroso, cambio del cual somos responsables. De hipótesis, "la verdad incómoda" se ha transformado en dogma de fe y ya no es posible contar los libros, artículos científicos, mesas redondas, conferencias sobre el tema. El cine de ficción y las novelas contribuyen a difundir en el gran público un temor, una creciente angustia.

He hojeado en las últimas semanas más de 10 libros serios en inglés, español y francés sobre el tema. Todos repiten que estamos cometiendo el suicidio de la humanidad, nosotros somos los que cambiamos el clima, los que causamos la catástrofe que viene, los que debemos hacer algo para evitarla. Científicos muy serios nos aseguran que el nivel del mar subirá 10, 12, 15 metros, si el recalentamiento alcanza cinco grados, si seguimos emitiendo cantidades crecientes de CO2. Sin hablar de un aumento terrible de ciclones, tornados, sequías, huracanes, inundaciones.

Hay mucho, qué duda cabe, de qué preocuparse: la contaminación del aire, de las aguas, de la tierra, la deforestación, la erosión del suelo, la exagerada urbanización, la sobreexplotación marina que hace augurar un agotamiento total de la pesca antes de 50 años. El recalentamiento es un hecho, pero ni sabemos con tanta certeza cuáles van a ser sus consecuencias y qué vendrá después, ni sabemos qué tan responsables somos de ese fenómeno mayúsculo. Cuando nadie tocaba el tema, un gran historiador francés, Emmanuel Leroy-Ladurie, empezaba por 1970 a estudiar la historia del clima. Ha publicado varios tomos que son de lo más apasionante y nos invitan a un poco de escepticismo, a un poco de disidencia frente al concierto unánime actual. Como dijo nuestro gran pintor Orozco en su Autobiografía: "Cuando todo el mundo dice que sí, hay que decir no".

Nuestra tierra ha conocido muchos cambios climáticos a lo largo de su historia, cambios radicales que cuesta trabajo imaginar, con vegetación tropical en los polos y agua en el Sahara o nevares cubriendo gran parte de Europa y América. Manuel Toharia, científico español, acaba de publicar en Barcelona El clima, libro tan prudente como atrevido. No discute la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero se niega a alimentar el terror. Así afirma que el ciclón Katrina que azotó Nueva Orleáns no tiene nada que ver con un calentamiento global producido por nosotros: "No pasó de ser un ciclón tropical muy activo". Afirma que nuestra ignorancia es mayúscula en cuanto a los mecanismos complicados que intervienen en los fenómenos meteorológicos. Dice que las incertidumbres son muchas, a diferencia de la mayoría de los autores. Ridiculiza la profecía de la subida del nivel de los océanos: "El riesgo de que los deshielos antárticos hagan subir el nivel del mar es muy remoto, ni siquiera si aumentan mucho los gases del efecto invernadero".

Contra todos los sitios alarmistas de internet, el geofísico francés Yves Allegre sigue el consejo de Orozco y reclama "el derecho a la duda científica". En Le Monde (27 de octubre, 2006) vuelve a galopar otra vez, lanza en ristre, contra la unanimidad actual sobre la responsabilidad del efecto invernadero en el recalentamiento. La califica de "sospechosa" y dice que es inaceptable "la idea de una verdad incontestable y oficial", menos ahora cuando los políticos la hacen suya. Se pregunta si "¿tenemos derecho a emitir dudas sobre esa teoría científica ´oficial´, certificada por los medios masivos de comunicación y por los políticos?".

Habla de "dictadura intelectual" y niega que, como se dice, 99% de los científicos esté de acuerdo. Señala que 80 científicos canadienses acaban de escribir al primer ministro para ponerlo en guardia contra el famoso dizque consenso. Cuenta que los disidentes de esa "verdad" no pueden expresarse en Francia, que en EU varios científicos de primera han perdido su plaza por haberse atrevido a discrepar de la verdad "oficial", o han dejado de recibir financiamiento para sus investigaciones a contracorriente. Así, Richard Lindzen, profesor en el MIT, ha sido acusado de haberse vendido a compañías petroleras, una deleznable calumnia contra uno de los eminentes meteorólogos mundiales.

No soy geofísico pero me alegra saber que la Academia de Ciencias de París organiza un debate contradictorio sobre el tema, un debate entre científicos que no va a resolver el problema, pero presentará el estado de los conocimientos y todos los puntos de vista. La ciencia ha progresado siempre gracias a los debates contradictorios y la duda ha sido siempre fecunda. Como el gran Solzhenitsyn, sé que debemos cambiar nuestra conducta, dejando de consumir tanto, de destruir, de gastar, tomando el camino de cierta austeridad.

Pero como historiador, sé también que periódicamente la humanidad tiene miedo, sufre grandes pavores sin fundamento. Corre el rumor de que una minoría étnica envenena el agua o secuestra mujeres para la "trata de blancas", y el populacho se amotina dispuesto al linchamiento. En los últimos años hemos saltado de susto en susto, de gripa aviaria a recalentamiento. Cuando yo era chico esperaba la tercera guerra mundial y la bomba atómica. El miedo es parte de la vida; si nos inspira prudencia y moderación, ¡qué bueno! Pero no debe engendrar fantasmas.

jean.meyer@cide.edu

Profesor investigador del CIDE