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20/12/2006 | La Meca en el Califato

Ignacio Camacho

EN Arabia Saudí no están permitidas las iglesias, mientras en Europa, como somos más libres y creemos en la democracia, dejamos construir mezquitas en las que a veces se predica el odio contra la civilización que las acoge.

 

No pasa nada, nuestra fuerza radica en los principios, pero tampoco es necesario pasarse de gilipollas. Para rezar sea bienvenido cualquier hombre de buena voluntad, pero a la vista de los antecedentes conviene establecer alguna cautela para que entre los rezos no se cuelen soflamas que llaman a la guerra santa y prometen el paraíso a quien se lleve por delante a esos infieles decadentes que creen en la libertad y dejan a sus mujeres ponerse minifalda.  

Algún santón de la teocracia wahabí, que no es de las más tolerantes del islam, ha puesto el dedo en un lugar del mapa del viejo imperio Omeya donde se lee un nombre que evoca antiguos esplendores califales: Madinat al-Zahra, y luego ha enviado un saco de petrodólares para que allí se levante una gigantesca mezquita, un faro desde el que iluminar el Sur de Europa con la luz de la gloria de Alá. Nada que objetar habría si se trata de loar al Clemente, el Misericordioso, pero viniendo de quien viene la iniciativa respira un tufillo de quintacolumnismo integrista ante el que sería menester que las autoridades tomasen ciertas garantías.  

En Córdoba apenas si hay censados un millar de musulmanes, de modo que la cosa apunta a una estrategia de cabeza de puente con la que montar un foco expansivo en torno al sugerente imaginario que evoca el mito perdido de Al Andalus, tan grato últimamente en las proclamas del fundamentalismo.  

Por eso ya retumba el silencio de la alcaldesa de Córdoba, y el de la Junta de Andalucía, en torno a este proyecto en el que los musulmanes españoles parecen meros convidados de piedra. Esas instituciones tan atentas y escrupulosas a la hora de autorizar un hipermercado o una central eléctrica tienen la obligación de abrir los ojos ante lo que se está cociendo en sus barbas, que no son las del Profeta. La corrección política es muy oportuna y la Alianza de Civilizaciones aconseja la muy loable tolerancia, pero a ver si nos vamos a exceder de generosos, porque hay precedentes de que en algunas mezquitas se vende de contrabando mercancía doctrinal tóxica para el medio ambiente democrático.  

No es cuestión de prejuicios; para dar culto a Dios todas las puertas han de estar abiertas. Lo que no puede nadie es chuparse el dedo e ignorar que no estamos hablando sólo de religión, sino de política.

Y convendría que las autoridades escuchasen a los ciudadanos, que tienen la mosca detrás de la oreja, y se manejaran con un poco de responsabilidad. Todo el mundo sabe de qué va esto y no vale llamarse a andana con milongas multiculturales.  

Tenemos un problema, y es que por las rendijas del Estado de Derecho y de la libertad de cultos se cuela a veces, procedente de la Meca, un vientecillo enemigo de la libertad. O se tapan las rendijas o nos acabaremos abrigando todos con chilabas.

ABC (España)

 



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