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27/12/2006 | Tony Blair salta del barco del multiculturalismo - más o menos

Robert Spencer

El Primer ministro británico Tony Blair declaraba el pasado viernes que "ninguna cultura o religión particular permanece por encima de nuestro deber de formar parte de un Reino Unido integrado". Enumeraba "el respeto a este país y su herencia compartida", junto con "la fe en la democracia, el mandato de la ley, la tolerancia y el tratamiento igualitario para todos", como las cosas que "tenemos en común" y que "nos dan el derecho a llamarnos británicos a nosotros mismos".

 

Philip Johnston, editor de Asuntos Nacionales del Telegraph, etiquetaba esto como "un giro en redondo" y observaba que "hace apenas seis años, Blair era un defensor del multiculturalismo". El discurso del primer ministro, escribe Johnston, "es la coronación de una larga la retirada Laborista de una causa que apoyó con entusiasmo una vez". Es una retirada, sugería, convertida en necesaria por el peso de los acontecimientos: "En las últimas semanas, Jack Straw, Ruth Kelly, John Reid y Gordon Brown, todos y cada uno ha jugado su papel en una revisión concertada de la postura del Gabinete que se inició en un principio tras los atentados del 7 de julio del año pasado".

El propio Blair sin embargo no parecía pretender que su discurso se tomase como un rechazo o una retirada del multiculturalismo. Explicaba: "No es que necesitemos prescindir de la Gran Bretaña multicultural. Por el contrario, deberíamos seguir celebrándola. Pero necesitamos - ante el desafío a nuestros valores - reafirmar también el deber de integrar, destacar lo que tenemos en común y decir: esto son fronteras compartidas dentro de las cuales todos estamos obligados a vivir, precisamente con el fin de preservar nuestro derecho a nuestras propias razas, credos y creencias distintivas". En línea con esto, hizo un llamamiento a un ajuste de cómo se iba a entender en multiculturalismo: "es necesario volver a aquello de lo que trata una Gran Bretaña multicultural. La idea en su totalidad es que la Gran Bretaña multicultural nunca pretendió ser una celebración de la división, sino de la diversidad". Rechazó el separatismo y el relativismo que establecerían la balcanización y la atomización de la sociedad británica y el mandato de la ley; "El propósito era permitir que la gente viviera unida en armonía a pesar de sus diferencias, no hacer de sus diferencias motivo de ánimo para la discordia".

En consecuencia, pedía asignaciones económicas "para promover la integración"; el final del matrimonio forzado (que los británicos no llegaron a ilegalizar el pasado verano); la suscripción por parte de todos los grupos al mandato de la ley (en otras palabras, nada de shari'a en Gran Bretaña; Blair afirmaba, "Nadie puede legítimamente permanecer al margen del Derecho de la nación. No hay así por tanto espacio a que el Reino Unido permita la introducción de la ley religiosa en el Reino Unido"); restricciones a los predicadores procedentes de fuera de Gran Bretaña (lo que por supuesto no supone nada para los jihadistas británicos de nacimiento tales como los terroristas del 7 de julio); educación cívica como parte del plan de estudios nacional (con "educación religiosa en todas las escuelas de la comunidad, que debe ser ampliamente cristiana de carácter pero debe incluir el estudio de las demás religiones importantes"); "vigorosa" implementación de los "requisitos legales" para las madrazas; el manejo obligatorio del inglés para la residencia permanente; y más.

Tan positivo como todo esto pueda ser, es bastante sorprendente darse cuenta de que estas medidas, tan tibias como son, no habían sido implementadas hace mucho, o que alguien pensase que son controvertidas. Es decepcionante que, al menos en este discurso, Blair defina el carácter nacional casi exclusivamente en términos de "la tolerancia" que "es parte de lo que convierte a Gran Bretaña en Gran Bretaña". Habla de una manera confusa en cierto sentido acerca de una pancarta que un manifestante turco sostenía por encima de la gente en una manifestación contra la reciente visita del Papa allí: "Jesús es un profeta, pero no el Hijo de Alá". Esta pancarta, dice Blair con admiración evidente, ocupaba "una posición teológica completamente superior". Añadía "la mayor parte de los cristianos queda enormemente sorprendida de que se le diga que el Corán adora a Jesús como profeta". En esto, [Blair] demuestra un desconocimiento total del hecho de que la adoración del Islam a Jesús como profeta no es una manifestación de apertura islámica al Cristianismo, sino lo diametralmente opuesto: es una manifestación de la teología supremacista que priva al Cristianismo de toda legitimidad y que se presenta como reemplazo y correctivo de la deificación de Jesús por parte del Cristianismo. En vista de esto, Blair haría mucho mejor no hablando de "la rica herencia Abrahámica que compartimos en común", sino de la necesidad de que los musulmanes de Gran Bretaña rechacen esta doctrina supremacista, que a causa del carácter político del Islam conduce insalvablemente a lo que Blair llama "la retorcida distorsión de la fe del Islam" - es decir, el Islam que sostiene tener el derecho y la obligación de imponer la shari'a en Gran Bretaña.

Marcando un nuevo hito como primer Gran Muftí no musulmán de Gran Bretaña, Blair afirmaba que "por supuesto, los fundamentalistas que amenazan con violencia no son verdaderos musulmanes en el sentido de ser fiel a las enseñanzas propias del Islam". Sin embargo, no informaba a su audiencia de dónde podría encontrarse esta "enseñanza propia del Islam", ni pedía a ninguna de las escuelas sunníes de jurisprudencia relevantes que repudiase esta doctrina, sosteniendo todas que la comunidad islámica tiene la responsabilidad de emprender la guerra contra el mundo no musulmán con el fin de imponer el mandato de la ley islámica. Pero no puede esperarse que Blair se pronuncie en contra de esto ni siquiera si sabe de ello: el debate en Gran Bretaña de los elementos en el Islam que conceden legitimidad a la violencia y el fanatismo ha sido así despreciado como "racismo", a pesar del hecho patente de que la supremacía islámica de la jihad es toda una ideología política y religiosa, no tiene que ver con raza en absoluto. Es el motivo por el que el final del discurso de Blair tenía una llamativa rimbombancia: "El derecho a ser diferente. El deber de integrar. Es que lo que significa ser británico. Y no debe permitirse que ni fundamentalistas ni racistas lo destruyan". Por "fundamentalistas" quería decir claramente jihadistas, pero es probable que por "el racistas" se refiriera a los detractores más abiertos de la tétrica islamización de Gran Bretaña. Después de todo, es el gobierno Blair el que intentó aprobar una ley "de incitación al odio religioso" que habría criminalizado el comportamiento "abusivo o insultante" hacia una religión concreta. Ciertamente, los jihadistas islámicos y sus aliados han caracterizado el debate honesto de los elementos violentos de la teología y la tradición islámicas cómo abuso e insulto, verdad al margen. La ley de Blair se habría desviado de sus ficciones políticamente correctas acerca de "las enseñanzas propias del Islam" sin importar lo cuidadoso, académico y respetuoso de las denuncias criminales.

Como observa Johnston sin embargo, el peso de los acontecimientos ya ha obligado a la directiva Laborista a condicionar su apoyo incondicional al multiculturalismo hasta la fecha, y ha conducido a que Blair afirme los valores británicos hasta el punto en que lo hizo el viernes. Es probable que este proceso no haya terminado, y que la realidad obligue a nuevas concesiones por parte de estos líderes. Tal y como se desenvuelven los acontecimientos, se ve cada vez más que la visión borrosa de tolerancia mutua de Blair no es suficiente para garantizar la autopreservación nacional, y que el multiculturalismo tiene que ser descartado de una tacada en favor de una afirmación directa e incondicional de la civilización británica y occidental como algo que vale la pena defender, y como algo superior en muchos rasgos particulares a la alternativa ofrecida con cada vez más estridencia por los inmigrantes musulmanes de Gran Bretaña. En ese momento, si no es demasiado tarde, será imposible criminalizar el debate de los elementos violentos de la teología y la tradición islámicas, puesto que el debate sobre ellos será una necesidad nacional completamente obvia e inseparable de la defensa de la nación. Si no es demasiado tarde, podemos esperar que Gran Bretaña emerja entonces no solamente como una ubicación geográfica sin más, con nada de particular, sino como un exponente dinámico de la civilización judeocristiana que siempre ha sido el centro de los esfuerzos de la jihad islámica. Y en ese momento se entenderá por fin que la nueva defensa frente a la jihad es lo que verdaderamente concede a los sujetos británicos el derecho del que habla Blair: "el derecho a llamarnos británicos a nosotros mismos".
 

Robert Spencer es director de Jihad Watch y autor de 5 libros, 7 monografías y numerosos artículos acerca del terrorismo islamista. Licenciado con honores en Estudios Religiosos por la Universidad de Carolina en Chapel Hill, lleva desde 1980 estudiando teología, derecho e historia islámicos en profundidad. Es adjunto de la Free Congress Foundation, y sus artículos acerca del islam aparecen en el New York Post, Washington Times, Dallas Morning News, el National Post de Canadá, FrontPage Magazine, WorldNet Daily, Insight in the News, Human Events o National Review Online entre otros. Entre sus textos se encuentran algunos de los libros más conocidos acerca del terrorismo islámico, como “El mito de la tolerancia islámica” (Prometheus Books, 2005. ISBN 1591022495), “La guía políticamente incorrecta del islam” (Regnery Publishing, 2005. ISBN 0895260131), o “El islam al descubierto: cuestiones preocupantes sobre la religión de mayor crecimiento del mundo.”

(Publicado en FrontPageMagazine, 13 de diciembre de 2006)

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