Todo, al lado de una economía nacional que se desarrolla sin sobresaltos y aún con cierto optimismo respecto del futuro, a pesar de que la sangre corra.

Un macabro compendio de la Comisión de Seguridad Pública de la Cámara de Diputados exhibe el balance de los asesinatos en la República Mexicana entre el 2000 y el 2006: 9 mil. Cada año fueron más, y cada vez más sañudas, las narcoejecuciones a cargo de esos matones que rezan a la Santa Muerte y tienen como santo patrón a Jesús Malverde desde Sinaloa hasta la avenida Doctor Vértiz esquina con Doctor Liceaga.

Cuatro muertos por día, mil 500 al año. Para usar una comparación odiosa, en tres años de ocupación en Irak han caído 3 mil soldados estadounidenses. ¡La guerra cobra menos víctimas que el narco! Cierto que no comparamos con el saldo entre población civil, que puede estar ya en los centenares de miles, pero los muertos árabes, como sabemos, no se registran, al menos no con la precisión de los otros.

El narcomundo permea la vida nacional. Durante décadas cínicamente presumíamos, enrollándonos en la bandera del antiyanquismo, que "sólo" éramos país de tránsito de la droga. Que los que se la metían por las venas y las narices eran otros. Hace mucho se cayó esa línea de defensa; cualquiera que tenga hijos o trate con jóvenes sabe que en México se consumen enormes cantidades de todo tipo de drogas.

La violencia consustancial al fenómeno del narcotráfico rebasa con mucho a quienes comercian o consumen, pobre del que esté en lugar y el momento inadecuados, el año nuevo comienza en el DF donde hubo el año pasado 153 asesinatos, con la primera víctima, un piloto abatido en su automóvil al despuntar el día.

El auge criminal, sin embargo, parece un fenómeno que se concibe al margen de la actividad económica. Analistas de 13 firmas que formulan las perspectivas inmediatas de la economía mexicana coinciden en ver al 2007 con relativo optimismo, lo cual, siendo bueno, descubre una faceta perturbadora. ¿No es tan grave la violencia para repercutir negativamente en el quehacer económico? ¿Acaso, por algún oculto proceso lo reanima? ¿Asimila la sociedad inadvertidamente una conducta criminal que se viste de heroísmo en los corridos de los encumbrados monetariamente por el delito?

La geografía del crimen va de Tijuana a Guadalajara y Michoacán, y de Acapulco a Monterrey, vía el Distrito Federal. Trabaja a ruido de metralleta y presume dólares, armas, mujeres trofeo, joyas, mansiones y camionetas, hasta que sus protagonistas acaban siendo parte de la estadística.

Los balances sexenales de la delincuencia deben dejar de ser sumas de muertos y de toneladas de droga confiscada. Como propósito de año nuevo, habría que pasar de la aritmética simple a la inteligencia compleja, documentar y analizar profundamente cómo funciona la economía y la construcción cultural que han dado paso a Narcomex, ese país dentro de nuestro país