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11/01/2007 | El Goliath americano y la mitología progresista

Oscar Elía Mañú

(Del libro The case for Goliath. How America acts as the world's government in the 21st century, Michael Mandelbaum. Public Affaire, Nueva York 2005)

 

Gracias a millones de votantes intoxicados por un cristianismo cavernario George W. Bush llegó a la presidencia de los Estados Unidos, y su convicción expresa de encontrarse en contacto personal con Dios no fue sin duda ajena a la calamidad de la invasión de Irak. Escritor y colaborador del diario El País Antonio Muñoz Molina (8 enero 2007) vuelca en una sola frase toda la mitología que la izquierda española posee sobre Estados Unidos; George W. Bush es un cristiano bárbaro y oscuro, a medio camino entre el fanatismo y la locura, que cree tener hilo directo con Dios. Su fanatismo engaña a un pueblo entero, sumido a su vez en el analfabetismo y la manipulación. En tercer lugar, la locura de sus dirigentes y la estupidez de los ciudadanos dan como lugar calamidades a lo largo del mundo. 

Otro ilustre representante de la clase intelectual española, Antonio Gala, repetía el 8 de noviembre de 2006 en el diario El Mundo el otro gran dogma del progresismo español acerca de los Estados Unidos; Hay gente burda, que no merece de ninguna manera el poder que ostenta, y que utiliza el quia nominor leo de modo continuo y repulsivo. Todo ha sido falseado, trágico e indecente en el asunto entre EEUU e Irak. Y ha culminado en la teatralidad repugnante del juicio, cuya ejemplaridad ha sido nula. Lo siento, pero Bush no me cae mejor que Sadam.

El original Antonio Gala no hace sino repetir otro de los prejuicios antiamericanos, demostrando que la clase intelectual es, paradójicamente, aquella que más se deja llevar por los prejuicios y más reacia es al análisis racional y sosegado. En primer lugar, la moralización total de la política exterior, que condena cualquier tipo de intervención militar. En segundo lugar, el desprecio hacia el pueblo al que parecen querer aleccionar. En tercer lugar, la convicción de que los Estados Unidos constituyen el verdadero problema en el mundo, que lleva a Gala a denunciar cómo todo ha sido falseado, trágico e indecente en el asunto entre EEUU e Irak, para concluir: Bush no me cae mejor que Sadam.

¿Qué ocurre para que un habitualmente riguroso escritor crea que millones de votantes viven engañados por un loco iluminado?¿Para que vea en una estrategia –equivocada o no-, expresión de la locura cristiana? El progresismo español ve en Estados Unidos una voluntad unívoca, homogénea, secuestrada por necons, industrias petroleas, industrias armamentísticas, lobbies judíos, cristianos ultraortodoxos o fascistas de extrema derecha. En la mitología progresista, da igual que los intereses y valores de todos ellos sean heterogéneos y contradictorios. La creencia en la voluntad unívoca norteamericana es un dogma que en los medios de comunicación españoles pocos se dignan a discutir.

El antiamericanismo de Gala es más conocido, y bastante simple en el escritor de la sensibilidad; su columna diaria muestra el odio hacia Norteamérica con una simplicidad ejemplar. Pero en las toscas opiniones de Gala se muestra el segundo dogma de la izquierda española y aún mundial; la voluntad malévola de Estados Unidos. Toda la política exterior americana está motivada por el afán de dominación y explotación de los pueblos. Cuando la Casa Blanca ha afirmado intervenir por motivos humanitarios o solidarios, la izquierda denunciaba la hipocresía. Cuando a la intervención siguió un desastre o una dificultad, como en Mogadiscio, como en Irak hoy, la opinión se torna en regocijo, aunque sea cimentado sobre la pila de cadáveres creada por señores de la guerra o islamistas fanáticos. Para la izquierda, la voluntad americana no sólo es unívoca; se trata de una voluntad malévola, orientada por fines tan malvados como perversos.

Los dos mitos, el de la voluntad unívoca y el de la voluntad malévola constituyen la visión progresista de Estados Unidos; en The case for Goliath. How America acts as the world's government in the 21st century de Michael Mandelbaum, encontramos una refutación clara y rigurosa de ambos mitos. El autor, profesor de la Realista, del libro describe la política exterior norteamericana sin apasionamiento, centrando los problemas y las posibilidades del poder norteamericano. Moderado, es una reflexión sobre el papel real de EEUU, más allá de apologías y críticas ideológicas.

El principio del que parte la obra de Mandelbaum es el reconocimiento de que el poder de Estados Unidos no es una elección norteamericana, sino una imposición a sus gobernantes y ciudadanos; heredero de una historia no elegida en su totalidad, el ejercicio del poder no está sujeto a elección. No sin traicionar la propia esencia de la política, y el papel que Estados Unidos, lo quieran o no, representan en la política internacional. Desde este punto de vista, desarrolla una visión del presente y del futuro norteamericano en el mundo.

En relación con la malévola voluntad estadounidense, Mandelbaum demuestra como la democracia, la estabilidad y el progreso mundial dependen de Estados Unidos. ¿Son los Estados Unidos la única fuente de estabilidad y progreso en el mundo? No; el maniqueísmo de los herederos de Lenin no se combate con uno de signo contrario. ¿Es posible pensar en un mundo medianamente decente sin el concurso de Estados Unidos? En absoluto. Lo que los moralistas de parte de la izquierda española parecen incapaces de entender es que la retirada de España de la vida internacional constituye una anécdota para la diplomacia mundial; la retirada estadounidense dentro de sus fronteras causaría un cataclismo económico, político y estratégico incalculable, pese a no ser la única fuente de gobernación mundial.

Pero la ceguera voluntaria es la peor de todas las cegueras: quienes acusan a Estados Unidos de interferir e intervenir los países del mundo gozan de la seguridad que les proporciona el Pentágono; llenan sus bolsillos en el régimen de libre mercado en el que ellos constituyen la oligarquía cultural y empresarial; disfrutan con la autocrítica salvaje de la sociedad norteamericana, pero son incapaces de ejercerla sobre sí mismos. Inmersos ya en el siglo XXI, parece evidente que la vida aburguesada o aristocrática de la intelectualidad progresista española, de Antonio Gala a Pedro Almodóvar o Manuel Rivas es posible gracias al “Imperio” norteamericano.

¿Imperio? Quienes así razonan se alzan indignados contra el Imperio americano, pero olvidan reconocer un pequeño detalle; su indignada oposición los hace hoy ricos. Denunciar al Imperio americano hoy, revestir la oposición de resistencia heroica, hace ricos a escritores, cineastas y periodistas. Cierto es que no hará falta leer el libro de Mandelbaum para reconocer que EEUU no sería un Imperio ni aunque quisiera serlo; bastará con observar la cultura de la aristocracia cultural española.

El poder norteamericano es real; Mandelbaum distingue cuidadosamente entre los términos Imperio y gobernación. El primero constituye la figura histórica marcada por la dominación política y militar, la explotación, la asimetría absoluta entre colonia y metrópoli. La gobernación, por el contrario, viene asociada al bien común, en el siglo XXI la democracia, la estabilidad, el progreso económico.

En segundo lugar, la izquierda europea ve en los Estados Unidos un monstruo frío y calculador que hace y deshace en el mundo a su antojo; de nuevo la imaginación ideológica choca amargamente con la realidad. Lo cierto es que la división entre las categorías dirigentes norteamericana resulta inconmensurable para una Europa que oscila entre la partitocracia y el ideologismo. La creencia en una voluntad unívoca resulta ser otro mito de escaso valor real.

La tormentosa relación entre la Casa Blanca y las dos Cámaras, entre unos y otros con los periodistas, con los altos funcionarios, con los militares, con analistas, thinks tanks y universidades. En Norteamérica, la dialéctica constante entre unos y otros es tan inabarcable como inacabable: ¿Cómo dejar fuera del análisis la relación entre el Pentágono y el Departamento de Defensa, entre éste y el Departamento de Estado?¿las filtraciones, las presiones, las servidumbres del Presidente ante el partido?

Sociedad compleja y contradictoria, dispuesta a rasgarse en cada ocasión, la pregunta que Mandelbaum pone sobre la mesa es ¿hasta que punto el pueblo y las clases dirigentes norteamericanas serán capaces de cargar con el peso de su papel en el mundo?¿porqué aguantar el desprecio europeo cuando son los hijos de la Unión quienes garantizan la seguridad de Madrid, Paris o Ámsterdam? La pregunta actual, en relación con la economía y la política de seguridad mundial pasa por la cuestión acerca de la capacidad de resistencia de la sociedad de Estados Unidos.

Poderoso pero humano, los Estados Unidos no constituyen la Ciudad de Dios sobre la tierra; pero tampoco la diabólica conspiración que el progresismo ve en ellos. The Case for Goliath es un antídoto equilibrado y moderado contra el antiamericanismo, que hoy no es, ni más ni menos, que una religión incuestionable e incuestionada en nuestro país. En cuanto religión, al antiamericanismo poco le importa que la realidad no se adecue a sus airadas denuncias, sobre todo cuando oponerse a Estados Unidos, autoproclamarse representante de la cultura española contra lo yankee, otorga grandes beneficios. Ni Muñoz Molina ni Antonio Gala parecen demasiado interesados, en las columnas anteriores, por abordar la realidad. Quizá porque ésta es demasiado aburrida, emplean su imaginación en crear un Goliat imaginario. En cuanto al real, el libro de Mandelbaum constituye una buena aproximación.

Óscar Elía es Analista del GEES en el Área de Pensamiento Político.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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