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08/03/2005 | España: La diferencia tiene nombre de mujer

Olga Agüero

En todas las emisoras de radio de España triunfa una canción con un pegadizo estribillo -"Malo, malo, malo eres no se pega a quien se quiere"- que se ha convertido en un himno contra la violencia de género. La reivindicación de la cantante Bebe se extiende por todos los rincones del país como un reproche hacia ese género masculino que abusa de la dignidad femenina.

 

Su víctima tiene 34 años, está casada y con dos hijos y generalmente es un ama de casa que depende económicamente de su marido. Un día se le apaga la vida a golpes. A cuchilladas. A tiros. Arden en llamas. Más de un centenar en el 2004 y trece en lo que va de año. Una asignatura pendiente en un país en el que la mujer todavía no goza de un completo estatus de igualdad.
España es, en apariencia, un país desarrollado que se cuenta entre el grupo de estados de la Unión Europea con una economía más saneada y con unas notables expectativas de progreso social en proceso de aprobar que las parejas homosexuales contraigan matrimonio. Pero hay una sombra de desconcierto en medio de este panorama de progreso social. La desigualdad entre hombres y mujeres en vez de disiparse, aumenta, tal y como constata un informe para la ONU que han elaborado nueve ONG´s y dos sindicatos.

A las mujeres les cuesta más encontrar trabajo y especialmente ocupar puestos de responsabilidad de lo que se deduce que la composición del Gobierno de la nación -donde por primera vez en la historia del país hay tantas ministras como ministros- es un espejismo de paridad de sexos en un país todavía dominado por una discriminación laboral evidente hacia la mujer que no se corresponde con la imagen institucional de igualdad que promociona el gabinete socialista de José Luis Rodríguez Zapatero.

Salvo excepciones, en España, las mujeres aún no tienen el peso suficiente por sí solas como para acceder a puestos de toma de decisión. Entre cerca de medio centenar de universidades españolas, sólo una está dirigida por una mujer; además, el 59% de los licenciados españoles son mujeres pero sólo hay un 12% de catedráticas en las aulas españolas, lo cual no deja de ser un contrasentido. Por poner otro ejemplo, para los partidos políticos el término 'mujer' con frecuencia se reduce a una cifra, a la obligada presencia femenina en sus cuadros para cumplir eso que llaman 'paridad de sexos'. Muchos utilizan las 'listas cremallera' a la hora de presentar sus candidaturas electorales, un sistema que establece un orden alterno hombre-mujer con el que se busca equiparar la presencia de ambos sexos.

Es una igualdad que nace de lo artificial. En el terreno laboral que se regula por mecanismos de libre mercado sin imposición de cuotas, la discriminación es evidente. Los informes de la Unión Europea desvelan que las mujeres ganan un 18% menos que los hombres, aunque un análisis más reciente elaborado por una multinacional del sector del empleo temporal indica que el salario medio de una española es un 34,7% inferior al de un español y, lo que sin duda es más alarmante, que la distancia puede ser de hasta el 50% en el sector privado.


Cierto es que a la hora de valorar estas distancias salariales hay que computar otras variables como el hecho de que las mujeres trabajan menos horas que los hombres porque ocupan mayoritariamente los empleos a tiempo parcial, no por deseo propio, sino por falta de ofertas a tiempo completo. Además de la menor dedicación se suele aducir que desempeñan empleos e menor cualificación. Las estadísticas lo desmienten. El Informe de la Juventud en España relativo al 2004, demuestra que la tendencia a la discriminación salarial se mantiene entre las jóvenes, mucho más preparadas que los hombres. El salario neto de las mujeres entre 15 y 29 años es un 27% inferior al de los hombres en esa misma franja de edad. Y aquí no caben argumentos que lo justifiquen. Las españolas empiezan a feminizar el empleo juvenil -representan ya el 43% del total de jóvenes trabajadores- pero a pesar de esto, tardan más que sus compañeros en acceder a su primer empleo, les afecta más el paro, copan en mayor medida los contratos temporales y ganan una media de 680 euros frente a los 864 de ellos.

Razones de la discriminación
La primera circunstancia de raíz, al margen de más consideraciones, es que el 57% de las españolas en edad laboral no trabaja, uno de los porcentajes más altos de la Unión Europea que los expertos achacan a la escasa protección social y a la dificultad, por tanto, que encuentran las mujeres para conciliar vida familiar y laboral. Las españolas con un empleo fijo tienen una media de 1,07 hijos frente al 1,97 de las que ejercen de amas de casa. La presencia de hijos en la familia continúa afectando negativamente al empleo femenino a pesar de que el Gobierno otorga una ayuda de cien euros mensuales a cada madre trabajadora que tenga un hijo menor de tres años. Las mujeres tienen su primer hijo a los 31 años, cuando la actividad laboral es más fuerte ya que entre los 25 y los 34, seis de cada diez están ocupadas, dos buscan empleo y dos están inactivas.
Las que a pesar de las circunstancias resisten en el mercado laboral se enfrentan a una doble discriminación: tienen más dificultades para ascender o para permanecer en un puesto de trabajo que un hombre y se les ofrece más trabajo en determinadas áreas peor pagadas.

Los expertos dicen que la discriminación laboral es un puro reflejo de la discriminación social de un país donde aún pervive el esquema de familia tradicional en la que el hombre aporta el salario y la mujer cuida la casa y los hijos y que aunque trabaje, su sueldo se considera una ayuda, no un salario tan válido como el de su marido. Por eso la asignatura pendiente en España es aprender a construir nuevas familias y a compartir tareas. Y, sobre todo, esperar que la mujer encuentre su sitio en la sociedad, sin marginación, pero sin privilegios.

Radio Nederland (Paises Bajos)

 



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