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22/01/2007 | Francia, ¿a la izquierda?

Jean Meyer

Hace ocho días el secretario de Gobernación, Nicolás Sarkozy, hijo de inmigrado, fue aclamado con 98% de los votos como candidato del partido derechista Unión por un Movimiento Popular a la presidencia de la república francesa.

 

Para esas elecciones presidenciales a dos vueltas, que tendrán lugar el próximo mes de mayo, el Partido Socialista escogió a la señora Segolène Royale y, por lo pronto, esos dos candidatos principales reciben 70% de las intenciones de voto, por partes casi iguales. Ambos hablan de reformas indispensables, ambos hablan de cambio, de ruptura, si no es que de revolución, y ambos tiran hacia el centro. Los franceses han sido siempre sorprendentes y muchas veces los primeros sorprendidos son los mismos franceses.

Lo que llama la atención hoy en día es el "malestar" sicológico de la mayoría en esa nación; digo malestar para no decir pesimismo, pero nos cuentan que el ambiente durante las fiestas de Navidad y Año Nuevo no fue nada festivo; simbólicamente unos jóvenes gritaron "¡Abajo 2007. y también 2008!", mientras otros, menos inventivos, seguían quemando coches. Como que no se espera mucho del futuro.

Desde el año 2005 historiadores, intelectuales y políticos no han dejado de describir el "declive francés", al grado de que uno podría armar una biblioteca de pura "declinología". Es de desear que el tal, supuesto o real, declive no sea el tema principal de los candidatos a la presidencia de uno de los países más ricos y mejor organizados del mundo. Parece que después de haber rechazado la constitución de una Europa que le debe mucho, la nación francesa, consternada, quisiera salir de la historia: "¡Paren al mundo, aquí me bajo!". Puede que Francia esté menguando, en muchos aspectos, pero tiene tantos otros positivos y dinámicos que uno queda asombrado por su masoquismo. ¿Cómo explicar ese fenómeno sicológico? ¿Por qué muchos franceses tienen la impresión de ser condenados por la historia?

La verdad, no puedo contestar a esa pregunta. ¿Será que los franceses sueñan con un pasado demasiado glorioso de gran potencia, cuando Luis XIV y Napoleón soñaban (¡otros soñadores!) con dominar Europa y ¿por qué no? al mundo? Pero eso fue hace mucho y desde 1918 Francia dejó de ser una gran potencia. ¿Nostalgia de una grandeza que el gran De Gaulle, héroe, mago, ilusionista, pareció resucitar? ¿Miedo de disolverse en una Europa que crece sin fin y bien podría llegar hasta Mesopotamia?

Todo eso es cierto, pero insuficiente para explicar una desmoralización que se antoja pasajera. En ese sentido me parece interesante que los franceses hablen de su "declive" y no de su "decadencia", tema querido de la extrema derecha de los años 30.

El tema del declive llama de manera lógica el tema de la necesaria "ruptura", que manejan tanto Segolène Royale como Nicolás Sarkozy. Ambos candidatos se han topado con la resistencia de sus colegas, a la izquierda y a la derecha; ambos son jóvenes y no tienen miedo de criticar a las vacas sagradas y de abandonar a los dogmas tradicionales. La candidata socialista habla de seguridad, de aumentar el tiempo de trabajo, de restablecer el servicio militar, de disciplina y de valores de la familia; el candidato de la derecha habla también de seguridad, pero gira hacia el centro y asume la herencia social y protectora del Estado providencia al afirmar: "Quiero una Francia que ponga al trabajador en el centro de todo".

Los sondeos no son tranquilizadores para nadie: a veces Sarkozy ganaría con 51% de los votos, a veces Royale ganaría con una ventaja comparable. Ambos candidatos son considerados como serios, capaces de ser presidente (59%), de comprender las inquietudes y preocupaciones de los franceses. ¿Qué podrá hacer la diferencia? La existencia de una extrema derecha y las divisiones de la derecha, frente a una izquierda excepcionalmente unida, que aprendió la lección dolorosísima de 2002, cuando su candidato Jospin no pasó a la segunda vuelta, dejando frente a frente a Chirac y Le Pen.

Precisamente el señor Le Pen es considerado como realista por 35% de los franceses, porcentaje que sube a 43% entre los obreros y a 54% entre los empleados. Su Frente Nacional capta una parte importante del voto de protesta, del voto antisistema que antes pertenecía al Partido Comunista Francés. Puede obtener en mayo próximo entre 15% y 20% de los votos. Eso no sería suficiente para eliminar a Sarkozy en la primera vuelta, si las derechas "democráticas" presentan un solo candidato, pero eso no es nada seguro. Todos los observadores saben que el presidente Chirac, de derecha, le tiene un odio cainita a Nicolás Sarkozy y que ha intentado destruir de mil maneras en los últimos años al "pequeño francés de sangre mezclada" (así se definió a sí mismo Sarkozy). Chirac amenaza con presentarse a un tercer mandato y tiene en reserva la candidatura de su querido primer ministro Dominique de Villepin, el cual no tiene ninguna posibilidad de ganar, pero sí la de hacer perder a su archienemigo y secretario de Gobernación, Sarkozy.

¡Cómo! ¡Imposible que un presidente de derecha favorezca al candidato de la izquierda! Bien lo dijo Napoleón: "Imposible no es francés". En las presidenciales de 1981, Chirac, quien detestaba al presidente (de derecha) Giscard d´Estaing, se presentó contra él a la primera vuelta y dio instrucciones a su gente para que, en la segunda vuelta votara Mitterrand. Así François Mitterrand llegó a la presidencia y la ocupó 14 años.

Los que saben de política francesa saben muy bien que Chirac es capaz de repetir la jugada. A lo mejor este viejo lobo con muchas horas de desierto es un hombre de izquierda sin saberlo; después de todo, en sus años mozos vendió en la calle el diario del PCF L´Humanité y estudió ruso cuando era el idioma de la URSS, y ejerció el poder durante largos años en compañía de los socialistas, sea como primer ministro del presidente Mitterrand, sea como presidente del primer ministro socialista Jospin. Lo digo de broma, lo digo en serio.

jean.meyer@cide.edu

Profesor investigador del CIDE


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