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03/02/2007 | Los polos de América Latina

Mauricio Rossell

En América Latina se vislumbra hoy como nunca antes una acrecentada disputa ideológica, de intereses y de liderazgo. Ya lo señalaba así recientemente y con acierto el presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva: "Latinoamérica no cabe (hoy) en un solo molde".

 

Por un lado tenemos a países como Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Brasil, Argentina, Uruguay y Chile, cuyos gobiernos han emanado de fuentes de izquierda diversas (partidos de centro-izquierda o progresistas, coaliciones políticas, nuevos movimientos sociales, nuevas formas de protesta social y de organización política surgidas como reacción a las progresivas muestras de agotamiento del modelo neoliberal) que han desarrollado distintas fórmulas para asegurar cierta estabilidad económica y desarrollo social entre las que destacan desde políticas económicas ortodoxas, pautas neoestatistas y nuevos socialismos (el bolivariano del siglo XXI) hasta estatizaciones. Y por el otro, a aquellos que se encuentran vinculados de manera fundamental con la derecha (al menos en términos de la alineación internacional) como México, Colombia, El Salvador y Honduras, y que en congruencia mantienen su defensa a la globalización, los mercados y las poderosas fuerzas del capital.

Esta disputa ideológica, que involucra no sólo dos formas distintas de conceptualizar el desarrollo y las vías para lograrlo, tiene sin embargo, en el caso específico de la relación México-Brasil, también un trasfondo pragmático que quedó evidenciado en Davos la semana pasada durante la participación conjunta que tuvieron Calderón y Lula en la mesa relativa al desarrollo de América Latina: la pugna existente entre ambos por la hegemonía del subcontinente.

México y Brasil son los países más grandes e influyentes de la zona (sus economías manejan volúmenes similares equivalentes a 600 mil millones de dólares). Asimismo, ambos pertenecen a un grupo privilegiado de potencias emergentes a nivel mundial que compiten por la atracción de capitales y el control regional, aunque cada uno lo hace a través de agendas de políticas públicas e instrumentos radicalmente distintos.

Los dos países se inclinan también por la integración de Latinoamérica, pero en sentidos y bajo visiones muy distintas. Mientras el gobierno mexicano ve en aquella la mejor vía para equilibrar su relación tan asimétrica con Estados Unidos (sobre todo por el respeto que éste le tiene a Brasil, a quien ve como el representante de la otra parte del continente), el brasileño busca, a través de ésta, mantener y maximizar sus objetivos económicos internos así como fortalecer su presencia comercial en la zona.

Las diferencias al respecto se manifiestan también en las posturas que ambos países sostienen en relación con el ALCA. Mientras nuestro país se manifestó tradicionalmente a su favor, ya que veía en él la posibilidad de extender sus privilegios de mercado a países que percibía como potenciales competidores (como es el caso de Brasil), el país carioca siempre vio con cierto escepticismo este proyecto por su clara preferencia a favor del Mercosur y por el riesgo que implicaría para él abrir su economía relativamente protegida.

Por otro lado, México siempre ha sido visto por los cariocas como un aliado incondicional de Estados Unidos y como alguien poco interesado en mirar al sur. Y si a ello sumamos la desconfianza recíproca y la mal entendida sensación de rivalidad que siempre ha existido entre los dos países y que ha sido la causante de la escasa e irregular relación económica (y política) que ha existido entre ellos, pues no creo que al menos en el mediano plazo este tema, el de la integración, pueda llegarse a constituir en un punto de unión y equilibrio entre ambos.

Las discordancias también han sido evidentes en lo que respecta a la reforma al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas para aumentar el número de sus miembros permanentes. Modificación de la que ha sido especial promotor Brasil y que, de aprobarse, constituiría una nueva posible fuente de dificultades entre los dos países, considerando que esta reforma habría forzosamente de considerar la inclusión de cualquiera de estos dos como representantes de América Latina.

De ahí que piense que lo que vimos la semana pasada en Davos no fue más que una nueva muestra de esta lucha de dos polos por el control geopolítico y el liderazgo económico y político regional.

Diputado al Congreso de Hidalgo (PRI)

El Universal (Mexico)

 


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