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12/02/2007 | Un 'Watergate' al revés

Ernesto Ekaizer

El juicio de Libby deja al desnudo la complicidad periodística en la guerra de Irak

 

Le interesa el juicio por perjurio de I. Scoter Libby, el ex jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney?", le pregunté al famoso periodista Bob Woodward en su propia casa, una residencia colonial de tres plantas y torreta de la calle Q, en el barrio de Georgetown, Washington DC. Era el mediodía del soleado lunes 29 de enero. Ese mismo día, Ari Fleischer prestaba declaración en calidad de testigo ante el fiscal especial, Patrick Fitzgerald, en el tribunal de distrito de Washington, en el otro extremo de la ciudad. El todopoderoso jefe de prensa del presidente George W. Bush entre 2001 y 2003 se aprestaba a tomar asiento en aquel momento.

"Estoy interesado, pero no creo que sea el gran acontecimiento que mucha gente cree que es. Es algo muy pequeño en relación con la guerra de Irak", respondió Woodward, que tenía expectativas en ser llamado a declarar como testigo.

Esta virtual depreciación del juicio por parte de Woodward era coherente con la conducta que había mantenido ante este caso. Él había sido el primer periodista al que se le filtró el nombre de la espía clandestina de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) Valerie Plame, la esposa del embajador Joe Wilson. Esa filtración seguía a declaraciones más o menos indirectas de Wilson, según las cuales el presidente Bush había manipulado a la opinión pública norteamericana al afirmar en su discurso del estado de la Unión, el 28 de enero de 2003, que Irak intentó comprar uranio enriquecido en un país de África con el objetivo de fabricar armas nucleares.

El 6 de julio de 2003, en The New York Times, Wilson daba la cara y contaba que había sido enviado por la CIA a Níger, en febrero de 2002, para averiguar si la historia del uranio enriquecido e Irak -un cuento que los otros dos promotores de la guerra, el primer ministro británico Tony Blair y el presidente del Gobierno español José María Aznar, respectivamente, desparramaron- era veraz. Y, escribía Wilson, no halló ninguna prueba en Níger. Todo lo contrario.

Sin embargo, Woodward, que suele escribir muy poco para su periódico, The Washington Post, y se dedica a investigar para sus libros, guardó la historia en un cajón y se abstuvo, incluso, de compartirla con el director del diario.

Pero en la Casa Blanca comenzó a circular el nombre de Valerie Plame. El vicepresidente Dick Cheney y su jefe de gabinete, Irving Scooter Libby, por un lado, y Karl Rove, asesor de Bush, por el otro, comenzaron a intoxicar a los periodistas. Wilson, explicaron, había sido enviado a Níger por su esposa, la espía Valerie Plame. Era una operación de nepotismo. La guinda: Wilson era del Partido Demócrata y quería perjudicar a George Bush.

El 14 de julio de 2003, un periodista conservador, Robert Novak, publicó la noticia. Y la cobertura de la agente Plame voló por los aires.

Filtrar el nombre de un agente clandestino es un delito federal, pero probarlo no es fácil. Porque, según la ley, sólo es delito si la persona que filtra sabe que se trata de un agente clandestino.

El fiscal especial que investigó el caso, Patrick Fitzgerald, al que todos asocian con la mítica figura de Eliot Ness y sus intocables de Chicago en los años treinta del siglo pasado, optó por una alternativa práctica.

Siguió la pista de las relaciones de Libby con los más famosos periodistas de Washington. En un ambiente de promiscuidad, Fitzgerald colocó a Judith Miller, entonces reportera de The New York Times, contra las cuerdas. El fiscal sabía que Libby le había filtrado el nombre de Valerie Plame. La periodista había sido una de las principales piezas de la Casa Blanca en la operación de venta de la guerra de Irak a la opinión pública en 2002 y 2003 con informaciones que se probaron, más tarde, completamente falsas. Una de sus más famosas fue la que aseguraba que Sadam había comprado tubos de aluminio para enriquecer uranio. Tanto el Departamento de Energía de EE UU como el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) rechazaron la veracidad de la noticia.

Judith Miller parecía ser un testigo clave, pero se negó a declarar si Libby no le autorizaba expresamente. Aunque el jefe de gabinete de Cheney había firmado, como todos los altos cargos, un documento genérico dispensando del secreto, la periodista afirmó que no era suficiente. Fue a la cárcel y después de 85 días le solicitó a Libby una autorización expresa. El caballero se la firmó, y ella abandonó la prisión.

El fiscal cazó a Libby en varias mentiras y le procesó por perjurio y obstrucción a la acción de la justicia. Libby dimitió, y es ahora que se somete a un juicio por el cual, si es condenado, puede pasar varios años en la cárcel.

Así las cosas, salí de la casa de Woodward junto con mi joven fotógrafo francés ocasional y cogí un taxi hacia el tribunal del distrito. Cuando llegué, Fleischer, locuaz, aseguraba al fiscal que fue Libby quien, precisamente, le había filtrado, en una comida celebrada el 7 de julio de 2003, al día siguiente de salir publicado el artículo de Wilson, el nombre de Valerie Plame, y que él pensó que, por fin, tenía carnaza para dar a algunos periodistas y contrarrestar así las afirmaciones de Joe Wilson.

Fue muy conmovedor escuchar a Fleischer, un hombre de una pieza durante su paso por la Casa Blanca, confesar que carecía habitualmente de información para oponer a las preguntas de la prensa. ¡Y que cuando por fin había conseguida una, el nombre de Valerie Plame para atacar a Wilson, nadie le había hecho caso!

El testimonio fue devastador para Libby, quien sostiene que él se enteró del nombre de Valerie Plame por el periodista de la NBC Tim Russert... el 10 de julio de 2003, dos días después que se lo dijo a Fleischer. Mientras su ex compañero de la Casa Blanca declaraba, Libby reía, escribía frases ocurrentes y dibujaba. Su esposa le festejaba las gracias.

Judith Miller, despedida de The New York Times por su campaña de información-propaganda a favor de la guerra de Irak, prestó declaración al día siguiente, martes 30. Cantó la gallina. Libby le dijo el 23 de junio de 2003 que la esposa de Wilson trabajaba para la CIA, y el 8 de julio, en una cena en el elegante hotel St.Regis de Nueva York, le informó de que Valerie Plame era agente de un departamento de la CIA especializado en armas de destrucción masiva.

La coartada de Libby, pues, estaba chamuscada. La defensa intentó mostrar las lagunas de memoria de la testigo y en cierto momento pareció conseguirlo. Pero aunque se resuelva dejar de lado esa declaración, Libby está perdido. Porque lo peor cayó el miércoles pasado, día 7 de febrero.

Tim Russert declaró al fiscal Fitzgerald exactamente lo contrario de lo que Libby había asegurado al gran jurado que finalmente dictó su auto de procesamiento. "Es imposible que yo pudiera decirle el nombre de Valerie Plame el 10 o el 11 de julio porque no sabía nada".

"Si no fuese por Fitzgerald, el caso Plame se hubiese sepultado. Es el escándalo del Watergate al revés. En lugar de buscar la verdad, muchos periodistas intentaron ocultarla. La prensa ha quedado tocada profundamente en este encubrimiento", escribió el periodista Eric Boehlert en un artículo devastador.

Con todo, lo mejor puede estar al caer si la defensa de Libby llama a declarar, como ha prometido, al vicepresidente Dick Cheney, el urdidor, junto con Libby, de la campaña contra Joe Wilson.

El Pais (Es) (España)

 



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