Una economía globalizada en la que no sólo participan las compañías -grandes y pequeñas- sino también los individuos, individuos con poder cada vez mayor. Para él, ello ha conducido a "aplanar" al mundo bajo las fuerzas del capitalismo de libre mercado, desatando las energías de cientos de millones de individuos en los países más diversos (The World is Flat, London, Penguin Books, 2006).

Sin embargo, hay otra dimensión del tema que no se plantea a escala horizontal, sinónimo de un mundo plano, sino a nivel vertical, expresión de lo raigal. De acuerdo a ésta, la interconexión tiende a complicar de manera muy significativa la relación entre los seres humanos, en lugar de necesariamente facilitarlas. Es una visión que hay siempre que tener en cuenta cuando se hace la apología de la "aldea global".

Michelle LeBaron y Jarle Croker han simbolizado a la cultura con la metáfora de un iceberg bajo el agua. Es decir, como un entretejido no visible de significados, creencias y convicciones ("Why the 'Foreign' Matters in Foreign Affairs", Harvard International Review, Otoño, 2000). Siendo así, es lógico inferir que la interconexión entre los seres humanos de diversas latitudes, a la que inducen la tecnología y la globalización, se desarrolla únicamente al nivel de la punta del iceberg que sobresale en la superficie del agua.

Esta punta del iceberg conformaría los valores compartidos de la globalización. Es decir, desde McDonald's a Nike, desde el idioma inglés hasta Microsoft, desde Harry Potter hasta Ap-ple. Incluiría también, por extensión, a las contrapartes chinas, indias, rusas, brasileñas o mexicanas de esa civilización anglocéntrica, así como a todos aquellos ciudadanos de las más diversas latitudes que circulan por los caminos de CNN y Google, BBC y Amazon.com, Time y Yahoo.

Se trataría, en otras palabras, del mundo "plano" proclamado por Friedman. Sin embargo bajo esa punta, presumiblemente aplanada, se encontraría el cuerpo gigantesco del iceberg sumergido, representado por el "choque entre las civilizaciones" al que aludía Huntington. Es decir, la diversidad difícilmente conciliable de las identidades.

Planteado en los términos anteriores, el exceso de cercanía puede resultar más apto para potenciar los conflictos que para promover la paz. La globalización estaría generando una suerte de casa de vecindad planetaria, necesariamente conflictiva, en la que seres humanos demasiado diferentes se ven obligados a convivir demasiado juntos.

La mayor expresión de ello en el campo de la política tomó cuerpo a raíz del 11 de septiembre. Desde entonces la globalización económica se ha visto confrontada a factores disonantes de primer orden. Si la caída del Muro de Berlín representó la desaparición del muro de contención política a la libre expansión de la economía, el 11 de septiembre puso en marcha la reconstitución de ese muro bajo nuevos ropajes.

altahor@hotmail.com