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05/03/2007 | El mundo baja la guardia

Stephen S. Roach

Se ha instalado un nuevo grado de complacencia. No sólo es asunto del mercado financiero, sino que hay una actitud cada vez más disciplente por parte de los responsables de formular políticas. Ocurre tanto en los bancos centrales como (lo que constituye mi mayor preocupación) en las autoridades globales encargadas de gestionar la arquitectura financiera mundial.

 

Mientras tanto, los políticos ignoran algunas de las lecciones más importantes y dolorosas de la historia al flirtear con el proteccionismo. Ha llegado el momento de inquietarse en serio. En coherencia con esta inquietud, estoy invirtiendo la visión estructuralmente optimista del mundo que adopté en la primavera pasada.

Me preocupa en particular la nueva actitud relajada que se ha introducido en el modo de pensar de los denominados administradores de la globalización,es decir, el FMI y el amplio grupo de ministros de Economía del G-7. En mayo pasado, en un arranque de confianza raro en mí, me mostré más optimista respecto a la economía global de lo que lo había sido en mucho tiempo (véase "El mundo mejora de forma perceptible", La Vanguardia del 7 de mayo del 2006). Me alentó en especial que los sabios se hubieran por fin despertado respecto a los crecientes desequilibrios globales, a saber, la disparidad cada vez más amplia entre el enorme déficit en cuenta corriente de EE. UU. y los grandes superávit crecientes de China, Japón, Alemania y los principales productores de petróleo. En las reuniones del FMI y el G-7 de abril del 2006, se anunció a bombo y platillo que se prestaría apoyo institucional a un nuevo marco multilateral de vigilancia y consulta; en mi opinión, se apostaba económicamente por un reequilibrio ordenado de un mundo desequilibrado.

Por desgracia, el enfoque multilateral está perdiendo impulso. Las primeras consultas conjuntas entre Estados Unidos, Europa, Japón, China y Arabia Saudí tuvieron lugar el pasado verano, y hubo una manifiesta ausencia de resultados tangibles que prosiguieran con ese esfuerzo. En los últimos meses, muchos de los participantes individuales de los bancos centrales y los ministerios de Economía del G-7 han reconocido en privado que existe falta de progreso y convicción en el enfoque multilateral.

Al mismo tiempo, los bancos centrales, que saborean las mieles del éxito en el frente del combate contra la inflación, inyectan cada vez más combustible al vértigo del riesgo global. La Reserva Federal estadounidense parece acomodarse para un largo sueño invernal y, de acuerdo con nuestro equipo estadounidense, es probable que mantenga la política monetaria estable al menos hasta fines de este año. Podríamos encontrarnos muy bien en medio de un periodo similar al que prevaleció a principios de la década de 1990, cuando el banco central estadounidense sostuvo sin cambios una tasa de interés del 3% durante un intervalo de 17 meses, desde septiembre de 1992 a febrero de 1994. Desgraciadamente, el experimento no terminó bien para los mercados financieros, puesto que lo que constituyó una de las primeras campañas de normalización de la Reserva condujo al peor año de la moderna historia del mercado de valores.

El Banco de Japón, con sus miras puestas en la inflación, parece pensar del mismo modo. Ello se debe sobre todo a la clara posibilidad de una pequeña recaída deflacionaria, con la probabilidad de que las comparaciones interanuales del IPC pasen de ser levemente positivas (+ 0,1% en enero) a levemente negativas en marzo. Además, con una economía que aún se considera asentada sobre cimientos inseguros (en particular, para el consumidor japonés, siempre cauteloso), ha sido intensa la presión política ejercida sobre el Banco del Japón para que se abstuviera de cualquier cambio de política. Sospecho, como también lo hace nuestro equipo japonés, que el ajuste de política de mediados de febrero será la última medida del Banco del Japón en mucho tiempo.

Ello convierte al Banco Central Europeo (BCE) en el único de los tres grandes bancos centrales que efectuará algún tipo de ajuste en el 2007. Elga Barsch, nuestra observadora interna en el BCE, calcula el alza en 50 puntos básicos de las subidas de tasas. El cálculo sugiere que las autoridades monetarias europeas creen estar a sólo dos pasos de sus objetivos de normalización en un mundo que sigue con inflación baja. Semejante opinión, por supuesto, se basa en la creencia de que la economía europea seguirá sorprendiendo al alza. En el caso de que esta creencia se pusiera en duda por cualquier razón, los riesgos podrían inclinar en sentido descendente la senda política del BCE.

No hay nada malo en este panorama desde una perspectiva inflacionaria estricta. Sin embargo, éste es el problema. Con bajos niveles de inflación (y persistente riesgo de deflación en Japón), las metas inflacionarias producen un nivel excepcionalmente bajo de tasas nominales de interés. Asu vez, ello sigue alimentando un gran flujo de liquidez que sostiene un extraordinario nivel de asunción de riesgo, todavía evidente en los mercados financieros mundiales.

No importa que se haya producido la más aciaga serie de burbujas en los precios de los activos: la primera, los valores de renta variable; en la actualidad, la propiedad inmobiliaria; y la próxima podría muy bien ser una corriente ascendente de burbujitas en forma de una muy correlacionada compresión de los márgenes en una gran cantidad de activos de riesgo. Qué importa la explosión del mercado mundial de productos derivados, cuyo valor teórico ha alcanzado en la actualidad los 330 billones de euros (mercados bursátiles y extrabursátiles combinados), casi nueve veces el tamaño de la economía global... En conjunto, unos bancos centrales cada vez más complacientes nos dicen que tales preocupaciones no son materias para la acción de la política monetaria. Y eso podría constituir un error de trágicas dimensiones.

Una complacencia similar es evidente en el frente político. Mientras que el péndulo del poder económico en el mundo desarrollado se ha desplazado del trabajo al capital, el péndulo del poder político se ha desplazado en la actualidad de la derecha a la izquierda, no sólo en EE. UU., sino también en Francia, Alemania, Italia, España, Japón y Australia. Y, a medida que los políticos comienzan a actuar, el proteccionismo comercial recibe cada vez más apoyos como respuesta política legítima. En ningún lugar es tan evidente como en Washington.

Unas nuevas e inquietantes fuerzas políticas están entrando en escena en el momento en que los administradores de la globalización vuelven a un estado de hibernación. Es suficiente. Desde el lugar que ocupo no tiene sentido mantener un pronóstico optimista del mundo. El riesgo actual está en que los inversores, los responsables de formular políticas y los políticos han bajado la guardia al mismo tiempo.

Stephen S. Roach - Economista jefe, Morgan Stanley

La Vanguardia (España)

 



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