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14/03/2007 | Odio al otro terror radical

Florentino Portero

Desde el 11 de Septiembre a nuestros días hemos tenido que hacernos a la idea de que el terrorismo de origen islamista y dimensiones apocalípticas se ha instalado entre nosotros.

 

Discutimos si se trata o no de una en guerra o cuál es la estrategia más eficaz para combatirlo, pero no hay duda de que nos va a acompañar durante mucho tiempo. La preocupación social se expresa en la demanda de publicaciones sobre la materia. Poco a poco se han ido vertiendo al castellano buena parte de los mejores estudios escritos sobre el asunto fuera de nuestras fronteras. La condición de especialista en terrorismo se ha reconocido y sus opiniones se buscan tanto en los medios de comunicación como en los centros universitarios.

Frustración

La visión académica del terrorismo islamista se ha visto complementada por ensayos realizados desde el ámbito filosófico con un enfoque diferente. Sus aportaciones no son tanto factuales como de perspectiva. El lector no recibe nueva información, pero se encuentra ante una narración que sigue una lógica inserta en el discurso humanístico occidental y ante unos dilemas morales que le afectan directamente.

Este es el caso del breve ensayo de Hans Magnus Enzensberger, uno de los intelectuales más interesantes, leídos y respetados de la Alemania posterior a la II Guerra Mundial. Parte de un análisis de la figura del perdedor como sujeto de la acción violenta. Y lo hace situándose por encima de casos, grupos o ideologías determinadas. Sencillamente fija su mirada en quien no se integra, quien no prospera hasta el punto de llegar a sentirse fracasado. Su salto analítico al islamismo parte de un doble acierto: la conciencia de fracaso de una civilización que hace ya mucho tiempo que perdió el ritmo de la Historia y el marco general de la globalización. Hace siglos que el Islam ha dejado de realizar aportaciones significativas a la ciencia y muchos de sus Estados llevan décadas sin ser capaces de desarrollar una economía dinámica, ofrecer educación a sus jóvenes y proporcionar un futuro digno a sus ciudadanos. Este hecho se agrava con el fenómeno de la globalización, que, al hacerlo más evidente, provoca una sensación de frustración. De los fracasos se sacan lecciones. China, Japón, India han pasado por momentos difíciles en tiempos no muy lejanos y han sabido extraer consecuencias y reorientar con éxito sus políticas. El mundo árabe no. Bien al contrario, han decidido que la culpa la tenemos los demás.

Carácter nihilista

Esta reacción, característica del comportamiento individual del fracasado, se acrecienta, como señala acertadamente el autor, con planteamientos teológicos. El Corán sentencia que son el pueblo superior, que tienen derecho a emplear la fuerza contra aquellos que no quieren convertirse y que pueden transformarlos en sus vasallos. ¿Cómo casa su superioridad con su retraso? La contradicción se canaliza culpabilizando a Estados Unidos, Israel y Occidente en general. Sin embargo, el individuo o el pueblo que culpa al otro de su desgracia intuye la inconsistencia de su denuncia, sabe en su fuero interno que el principal responsable de su destino es él mismo, que él es el culpable de su situación.

Uno de los aciertos del ensayo de Enzensberger es su tratamiento de la tensión interna entre el odio al otro, al triunfador, y el desprecio a uno mismo, al derrotado. La comparación entre el proceso de autodestrucción nazi e islamista es atractiva, aunque no estoy muy seguro de que sea válida. La narración sobre la lógica del terrorista suicida, en el marco de esta misma tensión, resulta tan esclarecedora como brillante. La lectura de este ensayo lleva inconscientemente a compararlo con los trabajos de André Glucksmann. Autores de la misma edad, con vivencias y preocupaciones semejantes, sus tesis son muy coincidentes, aunque no así su estilo y enfoque. Enzensberger es muy preciso tanto en el fondo como en la forma. Glucksmann necesita usar demasiadas palabras para explicar una idea sencilla. El bávaro trata de describir un fenómeno social con la perspectiva de un científico. El francés busca denunciar la inmoralidad y estupidez de nuestra reacción. Ambos coinciden en algo que niegan los especialistas: el carácter nihilista del terrorismo islamista.

A veces la brillantez ciega, como ciega la lógica. La sombra de Dostoievski pesa sobre ambos. La naturaleza humana es compleja y el islamismo está menos vertebrado que el partido nazi. En la visión islamista, la destrucción es una vía de purificación del Islam y de victoria sobre Occidente. La inmolación es una opción, pero también la victoria. Han gobernado y gobiernan Estados con prudencia y astucia. En su variedad de grupos caben posiciones distintas, algunas muy pragmáticas. Tanto es así que analistas de la izquierda europea y norteamericana afirman que existe un espacio para las estrategias de disuasión que la experiencia refuta.

En el debate

También coinciden ambos en el rechazo a políticas de diálogo con quien hace uso de la fuerza. En el ensayo de Enzensberger se echa de menos una propuesta más desarrollada sobre cómo afrontar la amenaza, así como un análisis de lo que ha sido nuestra reacción ante este fenómeno, tanto dentro de nuestras fronteras, con el problema de fondo de la emigración y del fracaso limitado de la integración, como en el exterior. En cualquier caso, nos hallamos ante un texto que ayuda a comprender el realineamiento de la intelectualidad europea ante una nueva época, que será muy leído y estará presente en el debate que apenas se ha iniciado.

(Del libro El perdedor radical. Ensayo sobre los hombres del terror de Hans Magnus Enzensberger. Editorial Anagrama. Barcelona, 2007. Publicado en ABC, 10 de marzo de 2007)

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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