Estas iniciativas indican que la administración está finalmente empezando a ampliar una agenda que por mucho tiempo fue demasiado estrecha, limitándose al libre comercio, la seguridad y la guerrra contra las drogas.

Sin embargo, si Bush quiere revertir el declive gradual de la influencia estadounidense, necesita pensar más en grande.

Durante su presidencia la actitud anti-estadounidense ha cobrado nuevos bríos en la región, como lo refleja la creciente influencia en algunas de las naciones más pobres del radical presidente de Venezuela, Hugo Chávez.

En este panorama, los modestos pasos dados la semana pasada hacia el establecimiento de nuevas políticas van en la dirección correcta. Se ha destinado un financiamiento pequeño pero significativo a los países de América Latina para enseñar inglés y ayudar a los más pobres a adquirir viviendas. El plan en materia de etanol podría permitir que países pequeños reduzcan su dependencia del petróleo importado (a menudo de Venezuela) y, a través del fortalecimiento de las relaciones de Estados Unidos con la economía más importante de Sudamérica, ayudar a apuntalar la soberanía regional.

Además, Bush ha reiterado su apoyo a un acuerdo para ayudar a regularizar la situación de millones de trabajadores latinoamericanos ilegales que viven actualmente en EU. De tener éxito, ello colocaría las relaciones con México sobre una nueva base. Todo lo anterior se basa en los pacientes esfuerzos realizados por el Departamento de Estado para infundir un tono más pragmático a la política hacia la región, en particular al evitar choques retóricos con Chávez que resultan favorables a éste. Pero se necesita hacer mucho más.

Los aranceles y los subsidios ferozmente defendidos que protegen a los productores de etanol estadounidenses son distorsiones de mercado graves y socavan el plan del combustible verde, por ejemplo. Pese a ello, Bush no tiene planes de reducirlos. Tampoco está claro si podrá obtener el apoyo del Congreso para llevar a cabo una reforma migratoria viable. Entretanto, la escala de los programas sociales y médicos que están siendo desarrollados por Chávez y por el líder cubano Fidel Castro ponen en evidencia la pobreza de la ambición estadounidense.

El anuncio esta semana de que Venezuela y Cuba preparan un plan de mil millones de dólares para ayudar al desarrollo de Haití, la nación más pobre del hemisferio, marca un desafortunado contraste en comparación con el barco-hospital que Bush enviará a los puertos de 11 naciones pobres para ofrecer cirugías de emergencia.

A largo plazo, la generosidad de Venezuela y Cuba depende de un precio del petróleo que podría no ser sostenible. De cualquier forma, Estados Unidos debe elevar sus miras. Probablemente sería más razonable trabajar con los bancos multilaterales para lograr avances de mayor alcance en áreas como sanidad y cuidados básicos de salud, o para ampliar el alcance de la llamada Corporación del Reto del Milenio (Millennium Challenge Corporation), cuya labor se restringe a un número relativamente pequeño de países de la región.