Mañana, en pleno desarrollo de la denominada "crisis del gas" entre Chile y Argentina y apenas tres días después del sorpresivo arresto de Paul Schäfer cerca de Buenos Aires, está previsto que llegue al país el Presidente transandino. Aunque es esperable que ese sea el tema central de su estadía, el tamaño de la delegación, que incluye a varios de los ministros de las carteras más determinantes, como Interior (jefe de gabinete), Economía, Cancillería y Planificación General e Inversión (este último directamente relacionado con el manejo gasífero), evidencia el interés argentino por abrir una agenda mucho más amplia.

La apuesta argentina, entonces, está en línea con la de La Moneda, que ha insistido en que no quiere "gasificar" las relaciones bilaterales con el vecino país. Sin embargo, y aunque es indudable que existen otras aristas importantes en los lazos con Argentina, el futuro del abastecimiento de gas natural, algo que quedó sellado en un protocolo, es decir, en un compromiso entre Estados y ajustado al derecho internacional, tiene que ser en estos momentos ineludiblemente la prioridad en cualquier tratativa entre las autoridades chilenas y las de Argentina.

Con todo, en el gobierno ya parecen haber descartado insistir en la vía legal para que el Estado argentino honre su compromiso, lo que parece dar cuenta del escaso margen de maniobra con que cuenta en esta materia. Como eso ya supone un costo grande, lo exigible es que la estrategia "blanda" por la que se ha apostado logre el objetivo.

Mientras eso se desarrolla, en el país existe la percepción justificada de que el actual Presidente argentino no ha sido especialmente amistoso con Chile. Esto, por cierto, no significa en modo alguno que haya sido un enemigo del país (apoya, por ejemplo, la carta chilena a la OEA), sino que no se ha visto en él, no al menos con la misma intensidad que en La Moneda, el nivel de interés por cuidar la calidad de una relación bilateral que en este lado de la cordillera ha sido tradicionalmente considerada y tratada como "estratégica".

Aunque en esta visita es probable que se escuchen los discursos y referencias de buen tono habituales en la diplomacia, lo anterior tiene que ver, en suma, con la actitud política del Presidente argentino y de algunos de los integrantes de su gabinete hacia Chile, que hasta ahora ha estado lejos de ser la que se espera de un gobierno realmente amigo o, al menos, de uno que considere que los lazos con este país son igualmente "estratégicos".

Pruebas de esa actitud abundan y van más allá de los recortes en el suministro de gas. Por ejemplo, para no ir muy lejos, es incomprensible que hasta ahora no se haya producido un pronunciamiento positivo a la petición chilena de que Paul Schäfer, acusado de graves crímenes, sea expulsado y entregado.

A pesar de todo, sería un error estimar que Chile es víctima especial de algún diseño de la política exterior de la Casa Rosada que considere establecer unas relaciones de mala calidad como las que efectivamente ha cultivado. Por el contrario, este deterioro parece ser, cada vez más, consecuencia de la particular concepción con que el Ejecutivo del país vecino ha decidido enfocar su política exterior, o sea, como una extensión de la política interna y, por tanto, en función de las siempre imprevisibles necesidades coyunturales que impone ese plano.

En diciembre pasado, por ejemplo, el diario brasileño O Estado de Sao Paulo concluyó en un editorial que Brasil y Argentina ya no son socios. Y la razón de fondo, aunque motivada por asuntos diferentes (en este caso, que Buenos Aires, en virtud del "proceso de afirmación del orgullo nacional argentino" usa "todos los recursos a su disposición" para impedir que Brasil consiga un asiento permanente en el Consejo de Seguridad), es la misma que se puede aplicar al caso de Chile: que no actúa de acuerdo con lo que se espera de un gobierno realmente amigo.