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26/03/2007 | Atardecer birmano

Rafael Poch

El 'reino dorado' de Asia se plantea un acuerdo nacional con los militares para preservar la sociedad tradicional y desarrollar la educación y la sanidad.

 

Dicen que el antiguo imperio de Bagan, orgullo de Birmania, sucumbió por causa de la payataga. El término describe la frenética actividad constructora de templos y pagodas. Consistía en que el rey construía sin cesar monumentos religiosos para, como reza una antigua inscripción, "escapar a las miserias del circulo de reencarnaciones y alcanzar el nirvana", la salvación. Los notables seguían el ejemplo del monarca para acumular puntos hacia una mejor reencarnación y lograrreconocimiento social.

El resultado es el mar de templos y pagodas cuya espectacularidad sobrecoge al visitante que acude aquí y se sube a uno de ellos para contemplar el atardecer. Las nubes de polvo que levantan los rebaños en retirada dibujan alargadas estelas enun horizonte grandioso, dominado por la serenidad y las siluetas de miles de templos color tierra, algunos con sus cúpulas doradas brillando a la luz del ocaso. Cada templo consagrado a Buda suponía servidores y tierras liberadas de impuestos para mantenerlo y, como aquella actividad –que 800 años después hace posible este espectáculo inolvidable– fue llevada hasta el absurdo, el reino se desangró, pese a que había sido la potencia dominante de la región entre los siglos XI y XIII.

Decana de las dictaduras
A la actual junta militar birmana –la dictadura militar más longeva del siglo (gobierna desde 1962)– le ocurre algo parecido. Como el antiguo reino de Bagan, está enferma por estancamiento de un modelo que sigue reproduciendo. En el pasado, su papel histórico fue claro y meritorio. Sin el Tatmadaw, las fuerzas armadas, Birmania simplemente no habría sobrevivido como estado unitario y soberano a la independencia alcanzada en 1948 en condiciones extremadamente desfavorables y dramáticas. A diferencia de sus vecinos Laos, Vietnam y Camboya, el país no sufrió la calamidad de la guerra americana de Indochina en los años 60 y 70, pero durante la Segunda Guerra Mundial fue más destruida que cualquier otra nación del Pacífico a excepción de Japón.

Aquella calamidad se intensificó inmediatamente después de la independencia (1948) con la plaga de insurrecciones,a cargo de un ejército nacionalista chino apoyado por la CIA, de una guerrilla comunista apoyada por China,y de todounrosario de ejércitos étnicos, algunos con apoyo tailandés, cuya resistencia armada no se aplacó hasta los años 90, consumiendo las energías y los exiguos recursos del país y militarizando su política hasta el día de hoy. Por todas esas razones, Birmania no alcanzó el nivel de vida de 1940 hasta 1976, y hoy, apenas recién salida de la guerra civil más larga del siglo XX, es un país por concluir, cuya principal tarea de estado es la consolidación e integridad territorial.

Hasta, quizá, principios de los años 80, el papel de los militares fue razonablemente positivo y funcional. David Steinberg, un especialista americano, glosa así los logros del gobierno militar en los años 70: "Mejoraron los servicios sociales, se redujo la mortalidad infantil y se realizaron esfuerzos en sanidad y educación". Todo eso, mientras la mitad de los recursos se dedicaban a una cruda guerra de contrainsurgencia.

"Birmania tiene la distribución de ingresos más favorable de cualquier país no comunista de Asia, aunque la mayoría de la población es pobre, la miseria extrema es rara y la elite vive de forma modesta, comparada con la de muchos países en desarrollo", escribía Steinberg en los 80. Hoy todo eso lleva 20 años caducado, pero el país respira estabilidad.

La casta militar dirigente ha dejado de ser motor para convertirse más bien en freno e impedimento del desarrollo. Su degeneración, en las condiciones de mercado de los 90, se ha comido el inmenso prestigio que el ejército tuvo aquí, y hoy todo el mundo la detesta, por lo menos en la capital, Rangún, una ciudad colonial del imperio británico arquitectónicamente intacta, en la que los sueldos de los funcionarios (tres veces superiores a los de muchos empleos comunes) apenas alcanzan para la subsistencia. Un saco de arroz de 45 kilos cuesta unos 50 dólares. Dependiendo de su tamaño, una familia necesita mensualmente uno o dos de esos sacos, pero el sueldo de un empleado de la limpieza en un ministerio roza los 30 dólares. El resto se consigue a base de pluriempleo, solidaridades familiares y pequeña corrupción.

El cartero pide 500 kyats, cerca de medio dólar, por entregar a sudestinatario una carta que llega del extranjero; el empleado de la compañía eléctrica solicita propina para entregar el recibo del pago de la luz, sin el cual pueden cortar el suministro. Todos intentan redondear la subsistencia a base de este dinero informal, que va en aumento. En las altas esferas, la economía depende de los contactos con la administración militar, que un observador extranjero caracteriza como "arrogante, ineficaz y xenófoba". En Rangún este invierno ha sido muy popular un vídeo de la boda de Thandar Shwe, una hija del general Than Shwe, el número uno de la junta. La novia iba ataviada con todo tipo de piedras preciosas en su tocado y sus cabellos. En una versión, las imágenes de lujo y los regalos de la boda se alternan con otras de pobreza en el país. Muy pocos han visto ese CD, pero muchos conocen su existencia.

Desde 1998, una directiva de la junta obliga a los distritos y regiones a ser autosuficientes económicamente, lo que ha generalizado el abuso local en condiciones parecidas a los de un reino de taifas en los que los jefes locales son poco controlados por la administración central y no informan de las malas noticias a sus superiores jerárquicos. De esta forma, el gobierno militar está perdiendo conciencia de las realidades básicas de la calle.

Al mismo tiempo, sin el ejército no hay solución posible en Birmania, porque aquí fueron las fuerzas armadas las que hicieron el país, a diferencia de Vietnam, Camboya o Tailandia, en los que esa labor de construcción del Estado y adquisición/preservación de la independencia recayó sobre partidos políticos o monarquías tradicionales. La construcción de instituciones nacionales que desempeñen las funciones vitales de gobierno y dirección de la economía, hoy en manos de las fuerzas armadas, es el verdadero reto del país.

Dice el brillante historiador Thant Myint-U, nieto de uno de los raros birmanos del siglo XX mundialmente conocidos por el gran público, el ex secretario general de la ONU, U-Thant,que "para muchos el problema de Birmania es la actual junta militar y su fracaso por avanzar hacia una reforma democrática. Se cree que todo iría bien sólo con que los militares se hicieran a un lado, para lo que hay que presionar –se dice– con sanciones y boicots. Todo eso se basa en una visión ahistórica de la situación actual, de la pobreza del país, de la guerra y de la dictadura".

La sufrida oposición, la Liga Nacional para la Democracia (LND), y su líder, la carismática Suu Kyi, hija de la principal figura del movimiento por la independencia y héroe nacional, Aung San, consideran un sacrilegio cualquier contacto o pacto con los militares,cuyo programa teórico y declarado es una democratización del sistema con un horizonte de elecciones.

"Incluso si el gobierno que salga de ellas está fuertemente controlado por los militares, será una mejora, por lo que la LND debería reflexionar sobre las consecuencias de mantener su rechazo total de los planes del gobiernoy sobre su no participación enlas elecciones", dice Peter Christian Hauswedell, ex director general del departamento Asia-Pacífico del Ministerio de Exteriores alemán.

Con más de diez años de arresto domiciliario a sus espaldas, premiada con todos los premios occidentales posibles, incluido el Nobel de la Paz en 1991, y adorada por la población, ldigna Aung San Suu Kyi y su partido parecen manifiestamente inútiles e incapaces para la labor de un pacto de Estado que saque al país de la crisis. La inmadurez, la ausencia de un proyecto nacional de gobierno y su ambigüedad hacia las nacionalidades, que representan un tercio de la población, son su sello de marca, señalan aquí observadores cualificados.

Para comprender Birmania y su crisis es imposible, como dice, Thant Myint-U, eludir el pasado. El primer movimiento de ese intento requiere enviar a paseo a los jovencitos de Oklahoma, autores de las guías del turismo gregario, que reducen este prodigioso país a su régimen militar y comienzan su ejercicio de ignorancia con la pregunta de si es "éticamente correcto" visitarlo, repitiendo las peregrinas ideas de la LND y su líder, que piden un boicot del turismo y de la inversión extranjera.

El factor militar es importante, pero es sólo un aspecto de la situación. Para el observador despierto e independiente, el centro de la observación debe ser la idea de la preservación del Suvarnabhumi, el "reino dorado". Al final, esa idea podrá mucho más que todos los argumentos del jovencito de Oklahoma, los informes de Amnistía Internacional sobre la triste suerte del millar de presos políticos (absolutamente reales), o que la larga lista de miserias asociadas al país y desprendidas de cifras e índices que no siempre explican lo principal.

Birmania es una nación única,en un grado comparable al de Mongolia, el único estado nómada del mundo. El gran concierto birmano de tranquila belleza que desprende el atardecer en Bagan, continúa un poco por todo el país. Porque Birmania es una sociedad tradicional, agrícola y budista sin parangón. Un escenario de gente digna, tranquila, sonriente y orgullosa de sus raíces. Sus riquezas naturales son extraordinarias, su relación entre población y tierra cultivable, la mejor del sudeste asiático; su tradición cultural es de las más democráticas de Asia en aspectos como movilidad social, ausencia de castas, papel de la mujer, sentido de la dignidad y una posición de las elites locales que estuvo basada más en el consenso que en la imposición.

Sin apenas teléfonos, ni internet (el poco que hay, censurado), ni coches o carreteras asfaltadas - la televisión llegó en los 80-, se diría un país que ha perdido el tren de la historia. Desde todos estos puntos de vista, Camboya sería superior, pero esta nación de gente pobre, pero no miserable, cuya devoción mantiene a un respetado ejército de medio millón de monjes (10% de los recursos de los exiguos recursos familiares se dedican a su mantenimiento), es más ordenada que Camboya, y muchos de los trenes que ha perdido no valían la pena ser tomados, o por lo menos así parece creerlo la idiosincrasia local.

Desde mediados del XIX, Birmania ha sobrevivido, espléndida, milagrosa y dramáticamente, a una catástrofe colonial que decapitó su sistema sociopolítico secular, y también al arrollador embate modernizador de la civilización occidental, sin perder el sueño. Siendo este país, por una mezcla de virtud y accidente, un verdadero reino dorado de la antiglobalización, la pregunta de si sus habitantes están bien situados para el más actual de los proyectos sociales, una modernización sin industrialización, parece muy pertinente. El verdadero dilema existencial del país es la preservación de esta sociedad tradicional en condiciones de libertad, soberanía, unidad e independencia nacional. Sin duda, ésta es la razón de la mutua sinergia y admiración existente entre japoneses y birmanos.

Como los japoneses, los birmanos han demostrado una voluntad y un empeño muy considerables por mantener su tradición cultural en la operación de lograr la mejora de su vida. El reto birmano es lograr mejoras esenciales en sanidad y educación, el genuino progreso; crear modernas redes sociales de asistencia que combatan la baja esperanza media de vida, las enfermedades, el sida y toda la larga lista de problemas, sin caer en esa degradación de los valores tradicionales que los birmanos advierten en la vecina Tailandia, que es otro de sus referentes. La frase "Birmania es como Tailandia hace 50 años" que formulan todos los conocedores de esta región, evoca no sólo retraso, sino también ausencia de defectos y degradaciones del medio ambiente humano y físico que son un precioso tesoro de futuro. Por lo demás, Tailandia también es, desde el pasado septiembre, una dictadura militar coronada por un monarca, objeto de un culto popular no menos ridículo que el del caudillo norcoreano Kim Jong Il... Para preservar ese ideal suvarnabhumi es necesario muchas cosas más que la democracia. Desde luego, la creación de instituciones nacionales que aparten a los militares de las riendas de la economía y de la política es urgente y necesaria, pero de momento, lo que se constata es que esas instituciones no existen, y ni el mero cambio de régimen ni las sanciones internacionales las harán aparecer.

Cuando los ingleses llegaron a Birmania en el siglo XIX, se encontraron con una sociedad convencida de su propia superioridad y muymal preparada para inclinarse ante ellos y reconocerles como superiores portadores de la civilización.En aquella época, el reino birmano, el reino de Ava, estaba en su esplendor y en plena experiencia de 25 años de expansión militar sin tropiezos. Muchas regiones de minorías étnicas acababan de ser conquistadas por los birmanos. "Nunca hemos encontrado a un pueblo que pueda vencernos", le dijo un noble de Ava a un observador inglés en 1826. Los británicos necesitaron tres guerras para robarles por completo el país en tres etapas: 1824-1825, 1851-1852 y 1885. Una vez consumado su delito, no encontraron apoyos en la elite local para organizar una administración colaboracionista, la formula ensayada en India, ni para crear la ficción de un estado independiente bajo la protección de Su Graciosa Majestad como en Nepal y tantos otros lugares. Birmania era "incapaz de acomodarse a los intereses comerciales y estratégicos del imperio", se quejaba un funcionario imperial. Eso determinó el desmantelamiento completo de todo el sistema birmano.

El último rey, Thibaw, fue enviado al exilio a Madrás. Enla sala del trono de su palacio, en Mandalay, la soldadesca organizó el bar de oficiales. Los archivos de la corte, escritos en hojas de palma, fueron quemados en una gran hoguera que consumió los registros genealógicos de la aristocracia. En aquella hoguera sucumbió todo el sistema sociopolítico local: una tradición de 800 años, anterior a las grandes monarquías europeas, con importantes resortes religiosos. Pero la gente continuó siendo brava e indómita. Para sofocar su rebelión, después de la rendición de Mandalay y del exilio real, aún hizo falta destacar un ejército de 40.000 soldados, dos años de ejecuciones sumarias y traslados forzosos en masa de comunidades enteras. La rebelión se extendió a las zonas del sur del país que habían sido anexionadas en 1853, con la policía y el ejército colonial local pasándose a los rebeldes, e implicó no solo a birmanos, sino también a las etnias shan, kachin y chin. Para 1890, la sociedad birmana había sido puesta boca abajo y violentada de una forma sin precedentes en el imperio británico.

La influencia de India

El vacío creado por el colapso colonial obligó a importar de India no sólo instituciones de gobierno ajenas, sino también todo un ejército de centenares de miles de funcionarios indios que gobernaran el día a día. Rangún fue una ciudad india, dominada por funcionarios y odiados prestamistas indios (chettiars),así como mercaderes chinos, que eran los intermediarios del saqueo colonial británico. Birmania, un país que se consideraba sublime, fue gobernado como una dependencia de Calcuta, lo que añadió escarnio al robo y dominio extranjeros. Para Inglaterra, los birmanos fueron "gente difícil", los "irlandeses de Asia".

En los años 20 siguieron las rebeliones, algunos monjes budistas murieron en prisión; en los 30, la revuelta incluyó un acuerdo entre birmanos para tratarse mutua y públicamente con el titulo reservado a aquellos "seres superiores": thakin, el equivalente birmano al sahib de India. La zona Wa aún conoció una revuelta armada en 1930-1931. Los birmanos, simplemente, nunca aceptaron el dominio extranjero.

En 1942, a los 57 años del colapso nacional de Mandalay, los ingleses huyeron de Birmania ante el avance japonés. Los soldados nipones fueron recibidos con flores en las calles de Rangún. Los birmanos organizaron un ejército para luchar junto con los japoneses, en el que sirvieron los padres de la independencia birmana, pero pronto se dieron cuenta de que los libertadores no eran muy diferentes de los británicos, así que dijeron de nuevo no y volvieron sus armas contra ellos. En 1948, los ingleses no tuvieron más remedio que irse definitivamente de Birmania, porque Nheru les dijo que no contaran con el ejército indio para volver a imponerse, y porque la propia independencia de India así como la situación en Palestina mermaban sus fuerzas.

U-Nu el místico budista y primer ministro que fue uno de los líderes de la independencia, resumió así el nuevo comienzo de 1948: "Perdimos nuestra anterior independencia sin perder nuestra autoestima y respeto; ahora nos apegamos a nuestra cultura y tradiciones y las mantenemos para desarrollarlas de acuerdo con el genio de nuestro pueblo". Por desgracia, los ingleses habían dejado en Birmania un legado catastrófico y todo estaba en contra de la estabilidad.

Nada de lo que ocurrió después de la independencia resulta sorprendente. Con los británicos, el ejército colonial local se había formado sin birmanos, usando a las minorías étnicas (karen, kachin y chin), con las que éstos tenían relaciones complicadas como principal fuerza militar. Hubo que esperar hasta 1920 para que el primer birmano accediera al funcionariado, y a 1940 para que los birmanos representaran un poco más del 10% de los soldados del ejército colonial. Esa política es clave para entender no sólo la guerra civil y el desmantelamiento del país, sino también el resentimiento antioccidental, la xenofobia y la militarización de la política birmana que siguió a la independencia de 1948 y se mantiene hasta nuestros días como sello de marca del régimen.

El colonialismo desmanteló institucionalmente Birmania y cuando se retiró, dejó un vació y un caos étnico que sólo el ejército pudo llenar. Los americanos apoyaban a los restos de un ejército nacionalista chino contra Mao que se dedicaba al narcotráfico en el norte, los tailandeses apoyaban a los separatistas karen (cristianos y los más colaboracionistas con los británicos) a lo largo de su frontera, y los chinos casi llegaron a invadir el país para ayudar a sus protegidos comunistas.

Tras unos años de inestable gobierno civil en los que la unidad del país fue seriamente amenazada, los militares tomaron el poder con un golpe en 1962 cuyo primer movimiento fue expulsar a la Imperial Chemical Industries y a la Burma Oil Company. El segundo fue la expulsión, con lo puesto, de centenares de miles de indios que dominaban desde varias generaciones atrás el comercio, la función pública y el grueso de las profesiones urbanas modernas, con lo que Birmania se convirtió en algo parecido a una aldea.

Con el ejército en el papel del Estado, las fuerzas armadas se centraron en un peculiar "socialismo a la birmana" sin colectivización agraria y se dedicaron a la contrainsurgencia. En 1988 aún estaban en eso, cuando estalló una revuelta, primero estudiantil, luego nacional, a favor de la democracia.

En Birmania, la zona central, étnicamente birmana y que considera inferior al resto, es la segura y estable.

El ejército se encontraba en la periferia librando una guerra dura y sucia. Los militares sintieron, por primera vez, el peligro en su retaguardia. La oposición que pedía democracia mantenía contactos con las guerrillas secesionistas y en Occidente estaban encantados con la perspectiva de un cambio de régimen que abriera el gas, el petróleo, las piedras preciosas, la riqueza maderera y las prácticamente intactas pesquerías birmanas a las empresas americanas y europeas. La respuesta fue enviar al ejército antiinsurgente a reprimir a los estudiantes, lo que dejó un balance de 2.000 muertos, que traumatizó a la nación, e incluso a los propios militares, según algunos observadores.

Desde aquel "restablecimiento del orden" hasta hoy, el Gobierno militar ha firmado 28 acuerdos de rendición, paz o alto el fuego con otros tantos ejércitos rebeldes de la periferia. Cada acuerdo ha sido diferente. En la zona Wa, por ejemplo, hay una virtual independencia, a cargo de un tolerado ejército narco de varios miles de hombres, que usa la hora de Pekín (una hora y media más que en Rangún) y el yuan chino como moneda.

"No es una paz real, pero la situación es mucho mejor que la guerra de antes", señala un observador bien informado.

"Para el ejército, el fin de la guerra civil y el desarrollo económico deben preceder a cualquier cambio político, concebido como un proceso lento y gradual que debe llevarse a cabo sin interferencias externas", explica el historiador Thant Myint-U. "Para la oposición - continúa- el cambio de régimen y la democracia es lo primero". Es un diálogo de sordos.

En Rangún, una ciudad destartalada, algo dejada y anclada en los años 70 a efectos de su tráfico rodado y decoración urbana, no se ven escenas de pobreza extrema como las de Manila o Katmandú. Tampoco hay ese ambiente de sospecha, delación y vigilancia típica de los regímenes policiales como la ex RDA, la ex URSS pre Gorbachov, o la Rumania de Ceausescu. En la parte de Birmania abierta al visitante, se respira una atmósfera de paz y estabilidad admirable.

El país, que fue visitado por 42.000 turistas en 1994, recibe 600.000 actualmente. Pero en política, como en vulcanología, hay diferentes tipos de erupciones, y el potencial de caos de Birmania se desprende del total desprestigio de la junta, combinada con la inmadurez de la oposición. En 1988, una chispa tan anodina como una disputa de bar entre estudiantes y soldados, degeneró en la masacre de 2.000 ciudadanos. Ahora, todas las casas tienen puertas enrejadas, pero no hay problemas serios de delincuencia, me dicen los vecinos.

Es como si todos hubieran colocado las rejas en previsión de una posibilidad que está en la memoria. Una sociedad con una personalidad a la vez fuerte y amable, que siempre navegó por rutas muy personales, debe encontrar su propia receta para desmontar esas rejas.

Mientras tanto, pocos países hay en el mundo más agradables a la vista, el olfato (este país huele bien) y el sentido común del viajero que aprecie las buenas maneras.

La Vanguardia (España)

 



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