Con la liberación de los 15 marinos británicos, no sólo se escuchó un suspiro de alivio por parte de los gobiernos estadounidenses -y europeos-; también en las capitales de todos aquellos países que se benefician de las exportaciones de petróleo iraní, como Japón y China. Fue sorprendentemente rápida la resolución diplomática de lo que inicialmente parecería un conflicto que amenazaba con convertirse en una razón más para justificar un eventual incursión militar por parte del belicoso presidente George W. Bush.

No podemos olvidar que el Consejo de Seguridad de la ONU, liderado por EU, continúa presionando al gobierno iraní para que desista en sus intenciones de avanzar con la construcción de una planta nuclear. Las últimas sanciones del Consejo de Seguridad fueron aprobadas por los 15 países miembros el 24 de marzo pocas horas después que Irán había detenido a los marinos británicos. Las sanciones que incluyen un embargo de armas y equipamiento militar además de que piden a todos los países que congelen activos financieros de 28 empresas pertenecientes al gobierno iraní, son un paso más hacia lo que podría convertirse en un conflicto bélico en los siguientes dos años.

Los mercados han reaccionado con su característico nerviosismo ante esta eventualidad. Cualquier posibilidad de guerra entre Irán y EU produce enorme histeria en la bolsa. La reciente crisis entre Londres-Teherán disparó la cotización del petróleo alcanzando el barril de Brent un tope de 67.89 dólares. El programa nuclear iraní es la razón principal de la carrera alcista del petróleo en los últimos años.

Como el cuarto productor de petróleo en el mundo, Irán tiene muchas razones para continuar con estas provocaciones peligrosas hacia los países del occidente y mantener el nerviosismo de los mercados, principalmente porque beneficia sus ingresos con una alta cotización del petróleo. Pero ese gobierno esta haciendo una apuesta muy peligrosa: busca que el contexto político dentro de Estados Unidos no permita a George W. Bush enviar tropas a esa nación de Oriente Medio.

Y es que el creciente cuestionamiento de la guerra en Irak y el impacto que ha tenido en la popularidad del presidente Bush, podrían ser factores decisivos en el voto de los electores estadounidenses que enfrentan comicios en noviembre del 2008. Otra razón para no invadir en este momento sería el alto impacto que un incremento exorbitante del precio del petróleo tendría en la economía estadounidense, la cual, según muchos expertos, incluyendo a los de la OCDE, padecerá una desaceleración en este año.

Una intervención bélica en Irán antes de las elecciones aseguraría la no elección del candidato republicano a la presidencia sin importar quién sea, además de afianzar el liderazgo de los demócratas en la Cámara Baja debido a que en 2008 son elecciones tanto presidenciales como legislativas.

Por lo tanto, a pesar del lenguaje amenazante, ante la impopularidad de la guerra en Irak, el presidente Bush y sus operadores políticos le apostarán a evitar, a toda costa, encontrarse en una situación ante Irán que los empuje a invadir ese país. La decisión de cómo enfrentar la posibilidad de que Irán tenga armas nucleares hacia el futuro será una decisión que el presidente Bush quisiera que la tomara el nuevo mandatario en el 2009.

Pero es una apuesta peligrosa. Hay factores fuera del control del gobierno de Bush que podrían promover una guerra. No se puede descartar que grupos fundamentalistas en el gobierno iraní, apostando que EU se cruzaría de brazos, busquen llevar acabo una magna provocación como patrocinar un atentado terrorista en contra de un objetivo estratégico estadounidense, o como un ataque a Israel, y así consolidar su liderazgo en la región. Tampoco es descabellado especular que el ala dura israelí esté considerando que, ya resuelto el tema iraquí, este podría ser el momento para resolver una de las amenazas más graves a su supervivencia: Irán. Aunque también es una apuesta peligrosa, una provocación israelí en contra de Irán tampoco se puede descartar.

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Analista política