Esta semana pensé en las dificultades constitucionales y en el problema de seguridad nacional que enfrentaría México ante la posibilidad de una ausencia temporal o permanente del titular del Poder Ejecutivo luego de escuchar el anuncio de Fred D. Thompson, ex senador y actor, quien evalúa la posibilidad de lanzarse como otro wannabe más para la contienda presidencial en EU. Thompson reveló que hace dos años y medio se le identificó que tenía un tipo de linfoma, pero que su cáncer estaba en remisión.

Me parece bastante curioso que los republicanos estén buscando otro actor -al igual que Ronald Reagan- para asegurarse la presidencia. Pero también hay que recordar que Rudy Giuliani, otro posible candidato para la presidencia, también ha enfrentado el flagelo del cáncer. De hecho, ante la posibilidad del cáncer de próstata, Giuliani decidió no competir en contra de Hillary Clinton por la senaduría del estado de Nueva York en el 2000. ¿Será que el ex alcalde neoyorquino ahora sí tendrá su revancha en el 2008 en la contienda presidencial en contra de la senadora Clinton? Otro candidato que tiene una visible cicatriz en la cara debido al cáncer es John McCain. Pero hablar de la candidatura del senador McCain tal vez es una pérdida de tiempo, ya que se encuentra en tercer lugar en la más reciente encuesta, con 12% de preferencias ante Giuliani, quien encabeza las preferencias con 29%, seguido de Thompson, quien todavía no ha formalizado su intención de contender, con 15%.

¿Qué tiene que ver esto con la seguridad nacional de México? Mejor yo lo pregunto: ¿usted se imaginaría que un candidato a la Presidencia en México anunciará que está en tratamiento para controlar un cáncer? Su candidatura estaría perdida. En el caso de los candidatos a la presidencia del país más poderoso del mundo no han sido afectados hasta ahora por su lucha en contra del cáncer, a pesar del impacto que esto podría tener en su capacidad de ser presidente.

Mucho tiene que ver que existe en la Constitución estadounidense una clara definición de cómo sería la sucesión en caso de una ausencia temporal o permanente del presidente Bush, que estaría en manos del vicepresidente Dick Cheney (que ha sufrido varios ataques al corazón), seguido por la presidenta del Congreso o por el senador veterano del partido mayoritario, seguido de una lista en orden de antigüedad de 15 secretarías.

En el caso de México, la Constitución especifica que si faltara el presidente en los dos primeros años, el Congreso de la Unión nombraría a un presidente interino que convocaría a elecciones al término de los dos años. Si faltase el presidente los últimos cuatro años, el Congreso designaría a un presidente sustituto que concluiría el encargo. La designación del presidente interino o sustituto tendría que ser con la presencia de las dos terceras partes del Congreso. En el caso de no estar en sesión, la Constitución especifica que lo haría la Comisión Permanente.

¡Horror! ¿Podríamos confiar en la responsabilidad patriota de los legisladores? Por ejemplo, en el caso de los legisladores del PRD, la selección podría durar meses. ¿Qué pasaría si éstos deciden abandonar el recinto si no se acepta a Andrés Manuel López Obrador como el nuevo presidente? ¿Usaría el PRI la muerte o incapacidad del presidente como la forma para regresar a Los Pinos? Ante la fractura interna del PAN, podríamos esperar una batalla campal entre los mismos panistas. Podrían pasar meses antes de seleccionar a un presidente interino o sustituto. Este esquema es inoperante ante la configuración legislativa actual, exponiendo innecesariamente al país a una peligrosa inestabilidad. No es que le desee malos augurios al Presidente, pero ¿no será que llegó el momento de que se revise y se legisle en la materia, no por razones políticas, sino por razones de seguridad nacional? De otra forma, ahora sí que Dios nos agarre confesados.

salazaropina@aol.com

Analista política