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17/04/2007 | Sahara - soñar la guerra : los saharauis rechazan el proyecto de autonomía presentado por Marruecos ante la ONU

Alba Muñoz

Martes, 6 de febrero. Por fin llaman a la puerta. Mansoz, de 20 años, mira quién hay detrás del hilo de luz. Es Mohamed, que viene a verle después de pasar cuatro meses en la cárcel. Cuando le detuvieron, en Dajla, la antigua Villa Cisneros, vestía una dará (chilaba) que él mismo se había hecho con una bandera saharaui.

 

En su espalda se leía: "Sahara libre". A Mansoz le hace cosquillas el estómago cuando lo piensa, por eso prefiere concentrarse en el té. Antes de que levante la vista, diez agentes de seguridad de El Aaiún entran en la casa y hacen subir a ambos a un coche. Un vaso de té rueda por el suelo.

En Smara, una ciudad de refugiados del Sahara Occidental, ha nacido ya la cuarta generación de niños en el desierto. Los jóvenes vagan por las calles sin demasiado que hacer; algunos desguazan coches mientras sueñan con tener uno, y la mayoría combate el hastío con la televisión por satélite. Sin embargo, muchos esconden una fuerte convicción: hay que coger las armas para luchar contra los marroquíes. Después de 31 años de exilio, los jóvenes saharauis han aprendido a desconfiar de la vía diplomática, sobre todo en vista de que los intereses de Francia y EE. UU y la postura indecisa de España frenan constantemente el referéndum de autodeterminación que llevan esperando desde 1981. Esta idea se ha ido extendiendo. Desde el alto el fuego de 1991, muchos militares del Frente Polisario han ido volviendo a sus casas, y ya hace años que la discusión se mantiene viva.

"Yo confío en la guerra. Pido a Dios que vuelva. Sólo ella nos llevará a la dignidad". Ali Barnaui tiene 52 años. Fue militar, y con 18 años ya era jefe de pelotón en el frente. Habla tendido en una alfombra, en Smara: "He perdido la mitad de mi vida. Mis amigos han caído en mis brazos y mis hijos dependen cada día de la solidaridad internacional. Ahora, ¿esperamos la ayuda del cielo?". Cuando se menciona la superioridad militar de Marruecos en un hipotético enfrentamiento, Ali no duda: "La fuerza no depende sólo del número de soldados, sino de la voluntad. Si empezara la guerra, iría el primero. Sacrificarse por algo tan digno no es malo. Nadie quiere estar otros 30 años aquí".

El mismo martes, 6 de febrero. Ya en la comisaría de Dajla, Mohamed se mantiene impasible ante los policías que flanquean la puerta, y también ante la atónita mirada de Mansoz. Uno de los agentes habla por fin:

- Acabas de salir de la cárcel, Mohamed.

Sabéis que no os podéis seguir reuniendo. Os haremos un favor. Os damos dinero y os vais al norte de Marruecos. Allí hablaréis con alguien que os puede llevar a España.

- Tenemos que pensarlo - dice Mohamed.

- Daos prisa, hay muchos que querrían estos pasajes a Canarias - advierte el agente.

En una calle poco transitada, y sólo cuando los policías han desaparecido, Mohamed se dirige a Mansoz:

- Quieren que nos vayamos en patera. Pero lo que vamos a hacer es saltar el muro. Cuenta tus ahorros.

El muro, de adobe y unos dos metros de alto, es el que divide la zona ocupada por Marruecos de la liberada por el Frente Polisario.

El presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, Mohamed Abelaziz, afirma que una de sus preocupaciones es apaciguar los ánimos: "Cada vez nos cuesta más convencer a los ciudadanos, porque tienen razón. Ven que hemos liberado a todos los presos marroquíes y nada avanza. Quieren volver a las armas, y lo dicen claramente". Sin embargo, la postura del Frente Polisario, y la de los militares que aún trabajan para la Administración, es seguir defendiendo la confianza en Naciones Unidas: "La ONU está aún en el territorio, y dio su palabra sobre la celebración del referéndum. Les convencemos de que la guerra es el último paso, pero la decepción es enorme", dice Abdelaziz.

Jueves, 15 de febrero. Mansoz ni siquiera pensaba en dormir. Amanecía, y habían dejado atrás el primer control marroquí, que les había costado 100 euros a cada uno. Para la aduana, Mohamed tenía un plan: camuflarse entre los pastores saharauis que había alrededor. Caminaron con disimulo hasta un compatriota y su rebaño de cabras, que miraban ajenas a Mansoz mientras su corazón se desbocaba debajo de la plácida tela azul de su dará.Lo consiguieron. Casi sin darse cuenta habían llegado a la última frontera hacia el campamento 27 de Febrero: el muro.

Era de noche, y sólo había militares de guardia. Uno les pidió 200 euros a cada uno: "Coged la oscuridad", les dijeron al fin. Entonces Mansoz miró al frente y avistó su tierra liberada, un mar violeta e infinito. Ya no le importaba demasiado lo que le esperaba: más de 200 kilómetros de desierto con minas enterradas.

Ali Salem Tamek, activista de derechos humanos y ex preso político, habla cansado. Sufre una insuficiencia renal, consecuencia de sus muchas estancias en prisión y de dos huelgas de hambre. "Es imposible que el plan marroquí de autonomía se apruebe. Va en contra de la legalidad internacional, y los marroquíes lo usan sólo para ganar tiempo. La posición de Francia es un favor personal de Chirac a Marruecos en sus últimos días".

El Gobierno de Rabat presentó el pasado miércoles a laONU su Iniciativa para la Negociación del Plan de Autonomía en el Sahara Marroquí, que cede al territorio tan sólo ciertas competencias administrativas. "Sabemos que la mayoría del pueblo saharaui optaría por las armas si se aprobara el plan - dice Tamek-. Hay un sentimiento desesperado: represión en los territorios ocupados, un muro divide las familias, se violan los derechos humanos y roban nuestros bienes. Yo no deseo la guerra, pero milito en una causa. La violencia puede saltar en cualquier momento". Marruecos intenta que los saharauis sean percibidos como terroristas islámicos, pero, dice, "lo importante es que el mundo vea que no nos influye el uso que hacen otros de la violencia".

Hoy Mansoz y Mohamed descansan en casa de Fadel, en el campamento 27 de Febrero. Según Fadel, la incredulidad hace que la gente no hable del plan en la calle: "No quieren saberlo, parece imposible". Sin embargo, en el campamento algo está sucediendo. El próximo martes se celebrarán unos congresos sobre la mujer en el Sahara, y las calles estallan repletas de destellos. Son carteles que llevan impresos unos mensajes claros para los visitantes: "Mohamed VI colonizador. No al plan autonómico".

Los saharauis saben que se encuentran en un momento clave. Los sueños de los jóvenes, empujados por los mitos épicos sobre el Frente Polisario, se mezclan con las rotundas afirmaciones de los que tienen cicatrices en la piel y en el alma. La vaguedad y la absoluta conciencia sobre la guerra convergen en la misma voluntad: las armas. Fadel afirma: "Si a última hora se ponen de acuerdo para aceptar el plan, habrá fuego. Para estar peor, la gente prefiere morir". Éste es el deseo de un pueblo pacífico.

¿Irían a la guerra? "Por Dios que voy", dice Mansoz. Los dos jóvenes comparten una manta en el salón de Fadel. Hace cuatro meses, Mohamed estaba en una celda de un metro cuadrado con los ojos vendados, las manos atadas y con tres pequeños agujeros como única ventilación.

La Vanguardia (España)

 


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