Pero en las 559 palabras de su discurso, el presidente de Estados Unidos no mencionó en ninguna ocasión el términos arma o armas, ignorando por completo cualquier vinculación entre la tragedia y el fácil acceso a las armas de fuego.

Bush, que fue en el 2000 y en el 2004 el candidato preferido de la Asociación Nacional del Rifle, presentó el drama de Blacksburg como un golpe del destino y, en una de sus habituales citas bíblicas, dijo que habrá un día en que "el mal afrontará su juicio final y cada lágrima se enjugará". El presidente sí anunció la creación de una comisión intergubernamental de alto nivel que analizará "cómo tratar a los individuos cuyos problemas de salud mental pueden ser un peligro para ellos mismos y para los demás".

Asimismo, Bush constató que el asesino de Blacksburg había dado ya "muchas señales de advertencia" y dio a entender que deben revisarse las normas universitarias para prevenir que situaciones similares deriven en desenlaces catastróficos. Sin embargo, mantuvo el tabú de las armas de fuego. No hizo mención alguna al reforzamiento de los controles en su venta, ni siquiera a que su proliferación constituye un serio problema nacional.

La hermana de Cho Seung Hui, mientras, emitió un comunicado, en nombre de su familia, en el que expresó su profundo dolor "por la devastación que causó" su hermano. El texto mencionó por su nombre a cada una de las 32 víctimas que hubo en el campus. "Nos sentimos desesperados, desvalidos y perdidos - afirmó la hermana, graduada en Princeton y que trabaja para una compañía contratada por el Departamento de Estado-. Es una persona con la que crecí y a la que amé. Ahora siento que no la conocía". "Siempre hemos sido una familia unida, pacífica y que se quería - continuó el comunicado-. Mi hermano era callado y reservado, pero se esforzaba por formar parte. Nunca pudimos imaginar que fuera capaz de tanta violencia. Ha hecho llorar al mundo. Vivimos en una pesadilla".

The Washington Post ofreció ayer detalles no conocidos de la familia del asesino. En contra de lo que se creía, el padre no posee una tintorería sino que simplemente ha sido empleado en varias, planchando pantalones y trabajando muy duro. En Corea del Sur, desde donde emigraron en 1992, su situación era muy humilde, pero lograron prosperar, comprar una casa en un buen barrio del condado de Fairfax y enviar a la hija a una universidad de elite. De ella hablaban con orgullo. Del hijo, ya antes del drama, preferían no comentar nada.