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25/04/2007 | El modelo de India

Gurcharan Das

Aunque el mundo acaba de descubrirlo, el éxito económico de India no tiene nada de nuevo. Luego de un magro progreso en las tres décadas posteriores a la independencia, su economía creció a 6% anual de 1980 a 2002 y 7.5% anual de 2002 a 2006, lo cual la hizo una de las economías de mejor desempeño durante un cuarto de siglo.

 

En las dos décadas pasadas, el tamaño de la clase media se ha cuadruplicado (a casi 250 millones de personas) y 1% de la población pobre ha cruzado cada año la línea de la pobreza. Al mismo tiempo, el crecimiento de la población se ha reducido de la tasa histórica de 2.2% anual a 1.7% hoy día, lo cual ha acarreado mayores ganancias en el ingreso per cápita, de 1178 a 3051 dólares (en términos de paridad del poder de compra) de 1980 en adelante. India es hoy la cuarta economía mundial, y pronto desplazará a Japón del tercer lugar.

Lo notable de este ascenso no es que sea nuevo, sino que su ruta ha sido única. En vez de adoptar la clásica estrategia asiática -- exportar a Occidente bienes de trabajo intensivo y bajo precio -- , se ha apoyado en su mercado interno más que en las exportaciones, en el consumo más que en la inversión, en los servicios más que en la industria, y en la alta tecnología más que en las manufacturas de baja especialización. Este enfoque ha significado que su economía esté en su mayor parte aislada de los contratiempos mundiales y muestre un grado de estabilidad tan impresionante como el ritmo de su expansión. El modelo impulsado por el consumo es también más benigno hacia la población que otras estrategias de desarrollo. En consecuencia, la desigualdad se ha incrementado mucho menos allí que en otras naciones en desarrollo. (Su índice de Gini, que mide la desigualdad de ingreso en una escala de cero a 100, es 33, en comparación con 41 de Estados Unidos, 45 de China y 59 de Brasil). Además, de 30 a 40% del crecimiento del PIB se debe a su mayor productividad -- verdadero indicio de la salud y progreso de una economía -- más que a incrementos en la cantidad de capital o trabajo.

Pero lo más notable es que, más que crecer con ayuda del Estado, en muchos sentidos India ha crecido a pesar del Estado. El empresario está sin duda en el centro de la historia de éxito: hoy el país ostenta empresas privadas sumamente competitivas, un mercado de valores en auge y un sector financiero moderno y bien disciplinado. Y en especial a partir de 1991, el Estado indio se hace cada vez más a un lado, no por graciosa concesión, sino arrastrado y empujado a adoptar reformas económicas. Ha reducido las barreras comerciales y las tasas impositivas, acabado con los monopolios estatales, liberado la industria, alentado la competencia, y se ha abierto al resto del mundo. El ritmo ha sido lento, pero las reformas comienzan a acumularse.

India se encuentra en un momento decisivo de su historia. Es probable que el crecimiento rápido continúe e incluso se acelere. Pero ello no puede darse por sentado. La deuda pública es alta, lo que desalienta la inversión en infraestructura necesaria. Las leyes laborales, sumamente estrictas, aunque sólo protegen a 10% de la fuerza de trabajo, tienen el efecto perverso de desalentar la contratación de nuevos empleados. El sector público, aunque mucho más pequeño que el de China, aún es demasiado grande e ineficiente, lo cual es un lastre importante en el crecimiento y el empleo y una carga para los consumidores. Y si bien India genera con éxito manufacturas de tecnología avanzada, intensivas en capital y conocimientos, no ha logrado crear una revolución industrial de base amplia e intensiva en trabajo, lo cual significa que las ganancias en el empleo no son proporcionales al crecimiento general. Entre tanto, la población rural sufre las consecuencias de distorsiones inducidas por el Estado en la producción y la distribución agrícolas, las cuales ocasionan que los campesinos obtengan sólo de 20 a 30% del precio al por menor de frutas y verduras (contra 40 a 50% que obtienen los de Estados Unidos).

India puede aprovechar este momento para retirar los obstáculos que le han impedido realizar todo su potencial. O puede continuar con petulancia, confiada en que a la larga llegará . . . pero con 20 años de retraso. Las reformas más difíciles no se han hecho, y ya se perciben signos de complacencia.

UN CUENTO DE 100 AÑOS

Durante medio siglo antes de la independencia, la economía india estuvo estancada. Entre 1900 y 1950 el crecimiento económico fue en promedio de 0.8% anual, exactamente la misma tasa que la de la población, por lo que no hubo aumento en el ingreso per cápita. En las primeras décadas después de la independencia, el crecimiento económico se elevó, con un promedio de 3.5% anual de 1950 a 1980. Pero también el crecimiento demográfico se aceleró. El efecto neto en el ingreso per cápita fue un aumento anual de apenas 1.3 por ciento.

Los indios la llamaban con pena "la tasa hindú de crecimiento". Por supuesto, nada tenía que ver con el hinduismo, sino más bien con las políticas socialistas fabianas del primer ministro Jawaharlal Nehru y su imperiosa hija, la primera ministra Indira Gandhi, quienes gobernaron en las décadas económicas más oscuras del país. Padre e hija constriñeron las energías del pueblo mediante una economía mixta que combinaba los peores rasgos del capitalismo y el socialismo. Su modelo miraba al interior y a la sustitución de importaciones en vez de abrirse y promover la exportación, e impedía participar en la prosperidad que trajo la expansión masiva del comercio global en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. (El crecimiento anual promedio per cápita del mundo desarrollado en conjunto fue de casi 3% de 1950 a 1980, más del doble de la tasa india.) Nehru erigió un sector público ineficiente y monopólico, sobrecargó de reglamentaciones a la empresa privada con los controles más rígidos del mundo sobre precios y producción, y desalentó la inversión externa, con lo cual India perdió los beneficios de la tecnología y la competencia extranjeras. Su enfoque también arropó al trabajo organizado al punto de reducir significativamente la productividad, y desdeñó la educación de los niños.

Pero incluso ese sistema pudo haber rendido más frutos si se hubiera aplicado mejor. No tenía que haber degenerado en un "raj [imperio] de cuotas sobre licencias y permisos", según expresión acuñada por Chakravarthi Rajagopalachari a finales de la década de 1950. Si bien los indios culpan de sus fracasos a la ideología (y a veces a la democracia), la verdad es que probablemente causó más daño una mundana incapacidad de aplicar políticas, reflejo de una tendencia a pensar en vez de actuar.

En la década de 1980, la actitud del gobierno hacia el sector privado comenzó a cambiar, gracias en parte a los subestimados esfuerzos del primer ministro Rajiv Gandhi. Modestas reformas liberales -- en especial reducir las tasas marginales de impuestos y aranceles y dar mayor libertad de acción a los fabricantes -- propiciaron un aumento del crecimiento a 5.6%. Pero las políticas de esa década también fueron dispendiosas y pusieron al país al borde de la crisis fiscal a principios de la siguiente. Por fortuna, la crisis produjo las reformas torales de 1991, que por fin permitieron a India integrarse en la economía global . . . y echaron los cimientos del alto crecimiento actual. El principal arquitecto de estas reformas fue el ministro de hacienda, Manmohan Singh, hoy primer ministro. Redujo aranceles y otras barreras comerciales, hizo trizas las licencias industriales, redujo las tasas impositivas, devaluó la rupia, abrió el país a la inversión extranjera y retiró los controles de divisas. Muchas de estas medidas fueron graduales, pero indicaron una ruptura decisiva con el pasado de economía dirigida. La economía devolvió de inmediato el favor: el crecimiento se elevó, la inflación cayó en picada y las exportaciones y reservas de divisas se elevaron en forma espectacular.

Para apreciar la magnitud del cambio ocurrido luego de 1980, recuérdese que la Revolución Industrial de Occidente tuvo lugar en el contexto de 3% de crecimiento del PIB y 1.1% del ingreso per cápita. Si la economía de India creciera aún al nivel anterior a 1980, su ingreso per cápita no llegaría a los niveles actuales de Estados Unidos antes de 2250, pero si continúa aumentando al promedio posterior a 1980, alcanzará ese nivel en 2066: una ganancia de 184 años.

UNA REVOLUCIÓN PECULIAR

India ha mejorado considerablemente su competitividad desde 1991 en adelante: se ha dado una revolución en las telecomunicaciones, las tasas de interés se han reducido, abunda el capital (aunque los dirigentes de los bancos estatales, temerosos del riesgo, todavía niegan créditos a pequeños empresarios), los caminos y puertos han mejorado y los mercados de bienes inmuebles se han vuelto transparentes. Más de 100 compañías indias tienen ahora una capitalización de mercado de más de 1000 millones de dólares, y algunas -- como Bharat Forge, Jet Airways, Infosys Technologies, Reliance Infocomm, Tata Motors y Wipro Technologies -- tienen probabilidades de volverse en breve marcas competitivas a escala global. Extranjeros han invertido en más de 1000 empresas indias a través del mercado de valores. De las 500 grandes empresas de la lista de Fortune, 125 cuentan hoy con bases de investigación y desarrollo en India, lo que atestigua su capital humano. Y la fabricación de alta tecnología ha despegado. Todos estos cambios han disciplinado al sector bancario. Los créditos incobrables representan hoy menos de 2% del total (en comparación con 20% en China), aunque ninguno de los ineficientes bancos de propiedad estatal del país se ha privatizado.

Por ahora, el crecimiento es impulsado por los servicios y el consumo interno. El consumo representa 64% del PIB de India, en comparación con 58% en Europa, 55% en Japón y 42% en China. Que el consumo pueda ser una virtud avergüenza a muchos indios, por su tendencia al ascetismo, pero, como expresa el economista Stephen Roach, de Morgan Stanley, "el enfoque indio de crecimiento basado en el consumo podría estar mejor equilibrado que el modelo chino de movilización de recursos".

Es patente el contraste entre el crecimiento de India, impulsado por las empresas, y el de China, centrado en el Estado. El éxito chino se basa sobre todo en las exportaciones de empresas estatales o extranjeras. Beijing se muestra aún muy receloso de los empresarios. Sólo 10% del crédito en China va al sector privado, aun cuando da empleo a 40% de la fuerza laboral. En India los empresarios obtienen más de 80% de los préstamos. Mientras Jet Airways, en operación desde 1993, se ha vuelto líder indiscutido de los cielos indios, la primera aerolínea privada china, Okay Airways, comenzó a volar apenas en febrero de 2005.

Lo peculiar del desarrollo de India hasta la fecha es que el alto crecimiento no se ha visto acompañado de una revolución industrial intensiva en trabajo, capaz de transformar la vida de las decenas de millones de indios atrapados aún en la pobreza rural. Muchos indios observan hipnotizados cómo China parece crear un flujo interminable de empleos manufactureros de bajo nivel al exportar bienes como juguetes y ropa, mientras sus compatriotas de estudios más avanzados exportan servicios de conocimiento al resto del mundo. Se preguntan con temor si India se va a saltar por completo una revolución industrial, pasando directamente de una economía agrícola a una de servicios. En el resto del mundo las economías han evolucionado de la agricultura a la industria y de allí a los servicios. India parece estar en un débil paso intermedio. Los servicios representan ahora más de 50% del PIB, mientras la proporción de la agricultura es de 22% y la de la industria es de apenas 27% (contra 46% de China). Y dentro de la industria, la fuerza de India es la fabricación de alta tecnología y alta calificación.

Ni los más fervientes partidarios del crecimiento basado en los servicios ponen en duda que sería deseable crear más empleos manufactureros. Que India no haya logrado una amplia transformación industrial deriva en parte de malas políticas. Luego de la independencia, Nehru intentó una revolución industrial dirigida por el Estado. Como no confiaba en el sector privado, trató de remplazar al empresario con el gobierno y, como era de esperarse, falló. Ató al sector privado con controles bizantinos y negó autonomía al sector público. Tal vez la política más torpe fue reservar alrededor de 800 industrias, denominadas "industrias en pequeña escala" (IPE), a compañías diminutas que eran incapaces de competir contra las grandes firmas de otras naciones. Se impidió a las empresas grandes fabricar productos como lápices, betún para calzado, velas, zapatos, adornos y juguetes: todos los productos que ayudaron a Asia del Este a crear millones de empleos. Incluso desde 1991, los gobiernos indios han tenido miedo de tocar esta "vaca sagrada de las IPE" por miedo a represalias de los cabilderos que las representan. Por fortuna ese cabildeo se ha vuelto un fantasma en su mayor parte, poco más que los burócratas que amedrentaban a los políticos con represalias. En los cinco últimos años, el gobierno ha recortado cada vez más la lista de industrias protegidas sin reacciones adversas.

En el corto plazo, la mejor manera en que India puede mejorar la suerte de los pobres del campo sería promover una segunda revolución verde. A diferencia de lo que ocurre con las manufacturas, India tiene ventaja competitiva en agricultura, con tierra cultivable, luz solar y agua en abundancia. Sin embargo, lograr este cambio requiere cambiar el enfoque de la producción de labriegos a la de agroempresas y estimular al capital privado para que se traslade de las zonas urbanas a las rurales. Necesitaría suprimir sus onerosos controles a la distribución, permitir a los grandes minoristas contratar en forma directa con los agricultores, invertir en riego y permitir la consolidación de empresas fragmentadas.

Los empresarios indios todavía enfrentan una amplia gama de obstáculos, muchos de los cuales son resultado de la persistencia de malas políticas. La energía eléctrica es menos confiable y más cara en India que en naciones competidoras. Retenes de revisión mantienen en espera a los camiones de carga durante horas. Los impuestos y aranceles a las importaciones se han reducido, pero el efecto en cascada de los impuestos indirectos continuará lastrando las manufacturas hasta que se ponga en vigor un impuesto uniforme sobre los bienes y servicios. Las estrictas leyes laborales siguen impidiendo a los empresarios contratar trabajadores. Puede que el "raj de las licencias" ya no exista, pero el "raj de los inspectores" goza aún de cabal salud; la "visita a media noche" de un inspector fiscal, aduanal, laboral o fabril aún acosa al pequeño empresario. Es de esperarse que algunos de estos problemas disminuyan con la planeada designación de nuevas "zonas económicas", la cual promete reducir la carga regulatoria.

La historia económica enseña que la Revolución Industrial que experimentó Occidente por lo regular fue impulsada por una industria. En el Reino Unido fueron las exportaciones de textiles; en Estados Unidos, los ferrocarriles. Es probable que India haya encontrado el motor que impulse su despegue y transforme su economía: proporcionar servicios de oficina que empresas del resto del mundo subcontratan. Las exportaciones de programas de computación y procesos empresariales han crecido de prácticamente cero a 20000 millones de dólares y se prevé que llegarán a 35000 millones hacia 2008. Puede que el factor de restricción no sea la demanda, sino la capacidad del sistema de enseñanza indio de producir suficientes egresados talentosos que hablen inglés.

Entre tanto, la manufactura de alta tecnología, sector en el que India ya demuestra considerable fuerza, también comenzará a expandirse. Tal vez en 10 años la distinción entre China como "el taller del mundo" e India como "la oficina de apoyo del mundo" se borre poco a poco, a medida que las manufacturas indias y los servicios chinos se pongan al parejo.

PROGRESO A PESAR DEL ESTADO

Es un espectáculo asombroso ver cómo la prosperidad empieza a extenderse en India aun en presencia de una lamentable forma de gobierno. En medio de una economía privada en expansión, los indios desesperan por la falta de los bienes públicos más elementales. Antes solía ser al revés: durante los años del socialismo se preocupaban por el crecimiento económico, pero se enorgullecían de su judicatura, su burocracia y su fuerza policiaca de clase mundial. Ahora, en cambio, el viejo Estado burocrático centralista de India está en firme decadencia. Donde se le necesita con urgencia -- como proveedor de educación básica, atención a la salud y agua potable -- su desempeño ha sido lastimero. Donde no se le necesita, sólo ha comenzado a abandonar el hábito de oprimir a la empresa privada.

Las leyes laborales, por ejemplo, siguen haciendo casi imposible despedir a un trabajador, como ilustra el caso tristemente célebre de Uttam Nakate. A principios de 1984, Nakate fue encontrado durmiendo a pierna suelta a las 11:40 a.m. en el suelo de la fábrica de Puna donde trabajaba. Su empleador lo suspendió con una advertencia. Pero una y otra vez lo encontraban durmiendo la siesta. En la cuarta ocasión, la fábrica comenzó con procedimientos disciplinarios, y luego de cinco meses de audiencias se le halló culpable y fue despedido. Pero Nakate recurrió a un tribunal laboral y se dijo víctima de una práctica industrial injusta. El tribunal estuvo de acuerdo y obligó a la fábrica a reinstalarlo y a reponerle 50% de sus salarios caídos. Sólo 17 años después, luego de apelaciones ante el tribunal superior de Bombay y la Corte Suprema de la nación, la empresa logró al fin ganar el derecho de despedir a un empleado a quien en repetidas ocasiones se le sorprendió durmiendo en el trabajo.

Aparte de ilustrar el problema del letárgico sistema legal indio, el caso de Nakate dramatiza la forma en que las leyes laborales en realidad reducen el empleo, al inspirar en los empleadores temor a contratar trabajadores. Los reglamentos protegen a los trabajadores sindicalizados -- a quienes a veces se les denomina "la aristocracia del trabajo" -- a costa de todos los demás. En este momento la aristocracia laboral constituye sólo 10% de la fuerza laboral del país.

Ninguna institución ha desilusionado más a los indios que su burocracia. En la década de 1950 se creyeron el mito cruel, promulgado por Nehru, de que la burocracia era el "armazón de acero" de la nación, supuestamente un medio de garantizar estabilidad y continuidad luego del raj británico. También aceptaron que se necesitaba un poderoso servicio civil para mantener unido un país diverso y administrar el vasto armazón de reglamentaciones de la "economía mixta" de Nehru. Pero en el sagrado nombre del socialismo, la burocracia creó miles de controles y oprimió a la empresa durante 40 años. Puede que algunos servidores públicos hayan sido excelentes, pero en realidad ninguno entendía de negocios . . . aunque tenían el poder de arruinarlos.

Hoy los indios creen que su burocracia se ha vuelto el obstáculo principal al desarrollo, que bloquea las reformas económicas en vez de guiarlas. Creen que los burócratas sirven a sus propios intereses; que son estorbosos y corruptos, y que están protegidos por las leyes laborales y por contratos vitalicios que los eximen de toda responsabilidad. Sin duda hay ejemplos de buen desempeño -- la construcción del Metro de Delhi o la expansión del sistema nacional de carreteras -- , pero sólo subrayan cuán a menudo falla la mayoría de la burocracia. Para agravar las cosas, el periodo de cualquier servidor público en un trabajo en particular se acorta, gracias a un aumento de transferencias caprichosas. El primer ministro Singh ha instituido un nuevo sistema de evaluación de la alta burocracia, pero no ha logrado gran cosa.

La burocracia india es un paraíso del poder mental. Aún atrae a muchos de los estudiantes más brillantes del país, a quienes admite sobre la base de un difícil examen. Pero pese a su muy alto coeficiente intelectual, la mayoría de los burócratas fallan como administradores. Una de las razones es el perverso sistema de incentivos; otro es la deficiente capacitación. Los indios tienden a culpar de sus fracasos a la ideología o la democracia, pero el verdadero problema es que valoran las ideas por encima de los logros. Se dan grandes pasos en el Metro de Delhi, no porque el proyecto fuera concebido con brillantez, sino porque su dirigente fijó objetivos claros y cuantificables, verifica el avance día con día y retira los obstáculos con persistencia. En contraste, la mayoría de políticos y servidores públicos no planean bien sus proyectos, ni los supervisan o les dan seguimiento: sus fallas de desempeño tienen que ver casi siempre con un mal cumplimiento.

El fracaso más perjudicial del gobierno es en la educación pública. Considérese una estadística particularmente reveladora: según un estudio reciente de Michael Kremer, de la Harvard University, uno de cada cuatro maestros de las escuelas primarias de India está ausente y uno de cada dos que están presentes no imparte clase en un momento dado. En el instante mismo en que los afamados institutos tecnológicos del país han adquirido renombre mundial, menos de la mitad de los niños de cuarto año de Mumbai pueden hacer operaciones matemáticas de nivel básico. Tan mal se han puesto las cosas, que hasta las familias pobres han comenzado a sacar a sus hijos de las escuelas de gobierno y los inscriben en colegios privados que cobran de uno a tres dólares por mes y se extienden con rapidez por barrios bajos y aldeas de todo el país. (Las escuelas privadas van desde costosos internados para la élite hasta pequeños establecimientos educativos en los mercados.) Pese a que en promedio los salarios de los maestros son considerablemente menores en las escuelas privadas, sus estudiantes se desempeñan mucho mejor. Un estudio nacional reciente dirigido por Pratham, organización no gubernamental india, encontró que aun en pequeños poblados 16% de los niños asiste ahora a primarias privadas. Estos niños obtuvieron resultados 10% mejores en exámenes de lenguaje y matemáticas que sus pares de escuelas públicas.

El poder establecido en la educación del país, horrorizado por el éxodo en el sistema de educación pública, hostiga a las escuelas privadas y quiere cerrarlas. La empresa privada NIIT Technologies, con 4000 "centros de enseñanza", ha capacitado a cuatro millones de estudiantes y ayudado a impulsar la revolución de la tecnología de la información de la década de 1990 en el país, pero no ha sido acreditada por el gobierno. Irónicamente, los legisladores por fin reconocieron el fracaso del Estado en impartir educación hace unos meses, cuando impulsaron en el Parlamento una ley que obliga a las escuelas privadas a reservar lugares para alumnos de las castas inferiores. Como ocurre con muchos aspectos de la historia de éxito de India, la población encuentra soluciones a sus problemas sin esperar al gobierno.

La misma historia trágica se repite en los servicios de salud y agua, los cuales también se han privatizado de facto. La proporción del gasto privado en atención a la salud en India es el doble que en Estados Unidos. Los pozos privados representan casi toda la capacidad nueva de riego del país. En una ciudad como Nueva Delhi, los ciudadanos privados lidian con un suministro irregular de agua aportando en privado más de la mitad del costo del suministro. Entre tanto, en los centros de salud del gobierno, 40% de los médicos y la tercera parte de los enfermeros están ausentes en un momento dado. Según un estudio de Jishnu Das y Jeffrey Hammer, del Banco Mundial, existe una probabilidad de 50% de que un médico en esos centros recomiende una terapia definitivamente perjudicial.

¿Cómo se explica la discrepancia entre el supuesto compromiso del gobierno con la cobertura universal en educación primaria, atención a la salud y alcantarillado, y el hecho de que cada vez más personas adopten soluciones privadas? Una respuesta es que los poderes establecidos burocráticos y políticos de India se encuentran en un desfase de tiempo, aferrándose a la creencia de que se debe confiar en el Estado y en el servicio público para atender las necesidades de la población. Lo que no previeron es que en la democracia india los políticos "capturarían" a la burocracia y utilizarían el sistema para crear cargos e ingresos para amigos y partidarios. El Estado ya no genera bienes públicos: lo que crea son beneficios privados para quienes lo controlan. En consecuencia, se ha vuelto tan "cargado de incentivos perversos [ . . . ] que la rendición de cuentas es casi imposible", como informó el politólogo Pratap Bhanu Mehta. En un estudio reciente sobre los servicios públicos del país, el activista y escritor Samuel Paul concluyó que "la calidad de la gobernación es deplorable".

Existen muchos pasos razonables que se pueden dar para mejorar la gobernación. Concentrarse en los resultados más que en los procedimientos internos sería de utilidad, así como delegar responsabilidad en proveedores de servicios. Pero lo más importante es que el poder establecido en India se desprenda de su fe en lo que el politólogo James Scott llama el "alto modernismo burocrático" y reconozca que la tarea del gobierno es gobernar, más que manejar todo. Puede que el gobierno tenga que financiar servicios primarios como atención a la salud y educación, pero los proveedores de esos servicios deben tener ante los ciudadanos la rendición de cuentas que se tiene con un cliente (en vez de ante los jefes en la jerarquía burocrática).

Ninguna de las soluciones que se debaten en India logrará la rendición de cuentas si no se da este cambio de mentalidad. Por fortuna, la población ya ha dado el salto mental. La clase media se retiró del sistema estatal hace tiempo. Ahora hasta los pobres dependen más y más de servicios privados. El gobierno sólo necesita ponerse al día.

REFORMA ESCOLAR

El gobierno actual está encabezado por un equipo de ensueño de reformistas: el más notable es el primer ministro Singh, arquitecto principal de la liberalización de 1991. El Partido del Congreso Nacional de Singh, asociado a la izquierda, arrasó en la elección hace dos años pese a que el Partido Bharatiya Janata (BJP) había presidido una era de crecimiento sin precedentes. La izquierda alardeaba de que la elección fue una revuelta de los pobres contra los ricos. En realidad fue una reacción contra los ocupantes del poder, en específico, contra el deficiente historial del gobierno anterior en cuanto a suministrar servicios básicos. Lo importante para el conductor del rickshaw es que el policía no lo extorsione con la sexta parte de sus ganancias cotidianas. El agricultor quiere un derecho de propiedad claro sobre su tierra sin tener que sobornar al jefe del poblado, y su esposa quiere que el médico esté allí cuando lleva a su niño enfermo al centro de salud. Son los campos en los que el gobierno toca la vida de las personas, y la lección de sobriedad de las elecciones de 2004 es que el alto crecimiento y las reformas económicas inteligentes no bastan en una democracia.

Con todo, la izquierda vio una oportunidad en la victoria del Congreso. Por desgracia, se opone con rigidez a la reforma y favorece el statu quo, apoyando leyes laborales que benefician a 10% de los trabajadores a costa del otro 90% y respaldando las mismas medidas proteccionistas que postula la extrema derecha, políticas que dañan a los consumidores y favorecen a los productores. Por tanto, Singh y sus aliados reformistas a menudo parecen estar sentados, frustrados, en los márgenes. Por ejemplo, el nuevo gobierno ha impulsado en el Parlamento la Ley Nacional de Garantía de Empleo Rural, que muchos temen que se convertirá sencillamente en el mayor programa de "pillaje por trabajo" en la historia del país. Si bien es posible que algunos de los partidarios originales de la iniciativa tuvieran buenas intenciones, la mayoría de los legisladores vieron en ella una oportunidad de corrupción. La experiencia india con esquemas de creación de empleos es que sus beneficios por lo regular no llegan a los pobres, y rara vez crean bienes permanentes aunque tengan esa finalidad: inevitablemente el siguiente monzón arrasa con el nuevo camino rústico. También hay inquietud de que el 1% adicional del PIB tomado en préstamo a los bancos para financiar este programa aleje la inversión privada por saturación, empuje al alza las tasas de interés, reduzca la tasa de crecimiento económico y, lo más triste de todo, en realidad reduzca el empleo genuino.

Singh sabe que el éxito económico de India no se ha racionado por igual. A las ciudades les ha ido mejor que al campo. A algunos estados les ha ido mejor que a otros. La economía no ha creado empleos en proporción a su tasa de crecimiento. Sólo una pequeña fracción de la población está empleada en el moderno sector sindicalizado. Se informa de 36 millones de desempleados. Pero Singh sabe también que una de las razones primarias de estas fallas son las rígidas leyes laborales, que quiere reformar, pero la izquierda no lo deja.

El desafío de Singh es unificar a la mayoría de los indios en torno a la reforma. Una de las razones por las que el avance de la reforma ha sido tan lento es que ninguno de los dirigentes se ha molestado nunca en explicar a los electores por qué es buena y en qué forma ayudará a los pobres. (Los dirigentes chinos no tienen este problema, característico de las democracias.) No educar a los electores es la gran falla de los reformistas de India. Pero no es demasiado tarde para que Singh y los reformistas de su gobierno -- sobre todo el ministro de Hacienda, Palaniappan Chidambaram, y el director de la Comisión de Planeación, Montek Singh Ahluwalia -- comiencen a aparecer en televisión para impartir lecciones de economía básica. Si los reformistas pudieran convertir a su causa a los medios y a algunos parlamentarios, burócratas y magistrados, los indios tendrían menos probabilidades de ser presas de la seductora retórica de la izquierda. Si reconocieran con honradez que las ideas que siguió el país de 1950 a 1990 eran erróneas, el pueblo los respetaría. Si explicaran que las reglamentaciones del pasado suprimieron al pueblo y se contaron entre las causas de la pobreza, el pueblo lo entendería.

PODER POPULAR

Shashi Kumar tiene 29 años de edad y procede de una pequeña aldea de Bihar, el estado más atrasado y feudal de India. Su abuelo, de baja casta, era aparcero en los días buenos y jornalero en los malos. Su familia era tan pobre que había noches en que se acostaba sin cenar. Pero el padre de Kumar se las ingenió para conseguir empleo en una compañía de transporte en Darbhanga, y su madre empezó a dar clases en una escuela privada, donde Kumar estudió gratis bajo la mirada vigilante de ella. Resuelta a que su hijo escapara de las indignidades de Bihar, le daba lecciones nocturnas, logró que entrara en la universidad y, cuando terminó, le entregó un billete de tren para Nueva Delhi.

Kumar es hoy ejecutivo menor en un centro de llamadas de Gurgaon que da servicio a clientes de Estados Unidos. Vive en un bonito departamento, que compró el año pasado mediante hipoteca; conduce un auto Indica y su hija asiste a un buen colegio privado. Es un típico joven indio afable y, como muchos de su tipo, comprende cuáles son las posibilidades de la vida. Antes de 1991, realizar estas posibilidades sólo estaba al alcance de quienes tenían empleo en el gobierno. Quienes tenían estudios pero no lograban un empleo oficial se enfrentaban a una pesadilla llamada "desempleo de personas con estudios". Pero ahora, dice Kumar, cualquiera que tenga estudios, sepa manejar una computadora y hable inglés puede salir adelante.

La grandeza de India radica en su pueblo, que confía en sí mismo y se sobrepone a la adversidad. Puede levantarse y sobrevivir, incluso florecer, cuando el Estado no lo logra. Cuando los maestros y médicos no se presentan en las escuelas y centros de salud, los indios sencillamente abren escuelas y clínicas privadas en las zonas marginales y salen adelante. Los empresarios indios dicen que son más resistentes porque han tenido que luchar no sólo con sus competidores, sino también con los inspectores del gobierno. En suma, la sociedad india ha triunfado sobre el Estado.

Pero a la larga, el Estado no puede retirarse así nada más. Los mercados no funcionan en el vacío. Necesitan una red de reglamentos e instituciones; necesitan árbitros que resuelvan las controversias. Las instituciones no brotan por sí mismas, lleva tiempo desarrollarlas. Los mayores logros del Estado indio radican en la esfera extraeconómica. Durante 57 años el Estado ha mantenido a la nación más diversa del mundo unida y en relativa paz. Ha comenzado a instaurar un marco institucional moderno. Ha realizado elecciones libres y equitativas sin interrupción. De sus 3.5 millones de legisladores locales, 1.2 millones son mujeres. Son logros que enorgullecen a un gobierno torpe, con desastrosas capacidades de ejecución y terribles resultados en la gobernación cotidiana.

Además, algunas de las reformas más importantes posteriores a 1991 han tenido éxito debido a las instituciones reguladoras instauradas por el Estado. Aun cuando las reformas han sido lentas, imperfectas e incompletas, han sido consistentes en una dirección. Y, con franqueza, se necesita valor para ceder poder, y el Estado indio lo ha hecho en los últimos 15 años. La obstinada persistencia de la democracia es en sí misma uno de los logros más notables del Estado. Una y otra vez la democracia india ha mostrado su resistencia y duración, desmintiendo el viejo prejuicio de que los pobres son incapaces de la autodisciplina y sobriedad que propician un autogobierno efectivo. Claro está que es una democracia irritante, plagada de una gobernación deficiente y frágiles instituciones que no han logrado proporcionar bienes públicos esenciales. Pero el éxito económico de India ha sido más notable justamente por emanar de semejante democracia.

Con todo, el deficiente estado de la gobernación recuerda a los indios cuán lejos están de ser una nación en verdad grande. Llegarán a esa grandeza sólo cuando cada uno tenga acceso a una buena escuela, una clínica de salud funcional y agua limpia para beber. Por fortuna, la mitad de la población es menor de 25 años. Con base en las actuales tendencias de crecimiento, el país debe ser capaz de absorber un número creciente de personas en su fuerza laboral. Y no tendrá que preocuparse de los problemas del envejecimiento de la población, el cual se traducirá en lo que los economistas llaman el "bono demográfico", que ayudará al país a alcanzar un nivel de prosperidad en el que, por primera vez en su historia, la mayoría de los ciudadanos no tendrá que preocuparse por sus necesidades básicas. Sin embargo, la nación no puede dar por sentada esa edad dorada de crecimiento. Si no continúa por el camino de las reformas -- y no comienza a trabajar en llevar la gobernación al nivel de la economía privada -- , se habrá perdido una oportunidad crucial.

Foreign Affairs (Estados Unidos)

 


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