Recientemente hablar de competitividad es políticamente correcto. Este atributo, dicen los expertos, lo estamos perdiendo a pasos agigantados, atribuyendo el hecho a una gran cantidad de factores, incluido un gobierno obeso y torpe, los monopolios que extraen el excedente de los consumidores y los sindicatos que se oponen a todo lo que sea trabajar. Curiosamente, se nota poco énfasis en un aspecto que debería preocupar más a todos: la productividad. La productividad de la mano de obra, en su expresión más simple, es el número de unidades de producto que podemos obtener por unidad adicional de trabajo ocupado. Se mide comúnmente la de la mano de obra, porque al final el objeto de la ciencia económica es contribuir a elevar esta productividad, ya que con ella mejora el bienestar de toda la población, a través de mejores salarios y efectos multiplicadores que alcanzan a toda la economía.

Existen diversas formas de elevar la productividad, que van desde educar y capacitar mejor al personal, mantener su salud y hacer más amigable el ambiente familiar y de trabajo, hasta invertir en todo aquello que provoque mejoras en el entorno, mejores prácticas laborales y nuevas y mejores técnicas de producción. No es sencillo hacerlo, ya que, como casi todo en la vida, requiere de una estrategia. Incorporar una nueva tecnología no necesariamente implica más producción, así como abrir una nueva planta no necesariamente ayuda a elevar la producción, si esto no se hace al mismo tiempo que otras acciones complementarias. Si bien observamos hasta aquí todo lo que puede ayudar a elevar la productividad, el objetivo hoy es analizar todo aquello que la mata, que rara vez se incluye en el discurso de la competitividad y que posiblemente la está mermando más que la falta de reformas.

Podemos iniciar con la salida de casa de nuestra fuerza de trabajo y observaremos cómo los inhibidores de la productividad atacan desde muy temprano. La inseguridad es problema no sólo de quienes utilizan transporte público, sino de todos aquellos que se transportan en automóvil, ya que están expuestos al ataque de fuerzas delictivas de todo tipo. A este temor diario le sigue el tiempo de traslado, que con todo y segundos pisos, aumenta a diario, comiéndose el tiempo de trabajo. Luego llegamos al lugar de trabajo y veremos que algunos compañeros y algunos jefes no son precisamente quienes más contribuyen a la productividad. El boicot, la discriminación y la falta de actitud para trabajar en equipo, por envidia, celos o por cualquier razón, son posiblemente los más observados.

Luego sigue internet y el correo electrónico, que cada día quitan más tiempo productivo a muchas personas, quienes lamentablemente no tienen una disciplina para administrar estos recursos, porque es muy raro que las empresas tengan una política explícita en la materia, o se muestren medianamente tolerantes ante este fenómeno de actualidad.

Luego sigue el cigarro, fenómeno social que también ha sido tratado más como tratándose de una moda, que de un fenómeno que amerita atención, y vemos a las huestes de fumadores perder su tiempo en las afueras de sus edificios inteligentes, o afuera de los edificios públicos, no necesariamente inteligentes, pero ya declarados, por acuerdo de alguna oficina internacional muy persuasiva, libres del humo del cigarro.

Si bien el exceso de juntas y asistencia a actos públicos no es algo exclusivo de los funcionarios públicos, sí los afecta más, ya que ir a algún evento al que asiste el secretario, o el presidente, implica, aparte del tiempo de traslado, el tiempo que se exige a todo asistente para acceder antes que el invitado o el orador de honor, el tiempo que dura el suceso en sí, el tiempo para retirarse, salir del estacionamiento y el tiempo de retorno al lugar de trabajo.

Podemos seguir con los teléfonos, en especial los celulares, que suenan a la hora que se les da la gana y que distraen completamente, aunque quienes manejan sostienen lo contrario.

Es muy común ver a agentes de tránsito, funcionarios bancarios, taxistas, cargadores, electricistas, amas de casa, cajeros y demás gente que debería estar atenta a sus funciones, perder el tiempo de manera deliberada en atender una llamada, no necesariamente urgente, en lugar de hacer aquello por lo que se le paga.

Los tiempos de traslado mencionados anteriormente atacan posteriormente, pues se requiere que el personal satisfaga su necesidad mal atendida de alimentarse y se tome un tiempo para ir por el almuerzo; nadie llega sano a la hora de la comida si hubo que salir de casa a las 6:00 o 7:00 de la mañana. Quienes viajan con motivos de trabajo, son atacados doble o triple por el tiempo, el traslado y las horas de comida.

Son muchos los aspectos en los que tanto las empresas, como las autoridades, con un poco de empeño, podrían mejorar pequeños detalles que serían una contribución muy grande a la competitividad, vía un aumento en la productividad, que no requieren de reformas estructurales y que ayudarían a que el país ofreciera una cara nueva al mundo; esa en la que todos nos vemos a nosotros mismos como compañeros en quienes es posible confiar.

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