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29/04/2007 | Francia - El giro a la derecha : tanto la socialista Royal como el gaullista Sarkozy reafirman su fe en el mercado

Paul Fabra

Una semana antes de la segunda vuelta de la elección presidencial, y una semana después de la primera, ya es posible una primera conclusión para facilitar en un futuro próximo o menos próximo la adopción de algunos cambios o reformas que serán necesarios.

 

El centro de gravedad de la política se ha desplazado hacia la derecha. Caricaturizando, ¡casi podría decirse que los principales aspitantes en la primera vuelta eran todos de derechas! O, más exactamente: relativamente a la derecha (respecto a sus propios partidos).

En el caso de Nicolas Sarkozy, es evidente. Aunque su mensaje se en turbió en el curso de la campaña no dejó de repetir en varias ocasiones su elemento esencial: soy el candidato de la derecha y -¡novedad en el discurso político de este país!-¡y no me avergüenzo, sino todo lo contrario, de proclamarme de derechas!

Al igual que Sarkozy se zafó del dinosaurio Chirac, Ségolène Royal neutralizó a los elefantes del Partido Socialista incapaces de separarse de cierto lenguaje convenido de la izquierda que se ha hecho inaudible en buena parte de las clases populares (como bien pudo verse en la primera vuelta de la elección presidencial precedente, el 21 de abril de 2002, cuando Jean-Marie Le Pen desplazó a Lionel Jospin del segundo lugar).

Royal propone confiar a "supervisores militares", la reeducación de los delincuentes jóvenes más peligrosos. Pero eso no es todo. Ségolène, siguiendo una pendiente nacional incurablemente intervencionista que no le es exclusiva (¡Sarkozy también sucumbe!), sigue siendo prisionera de muchos prejuicios muy extendidos entre la élite francesa. En cualquier caso, no deja de ser cierto que hay en ella una tentación blairista.Como dice uno de los principales sindicalistas franceses, François Chérèque, (otro punto positivo), "por vez primera en la segunda vuelta, tenemos dos candidatos que reconocen la economía de mercado".

Lo importante radica en constatar que todas estas características eran conocidas desde que Ségolène hizo pública su intención de ser candidata por el PS y que ello no ha impedido que una fuerte mayoría de los militantes votaran por ella.

Hay que reconocerlo también, Le Pen ha dejado de facto de ser demonizado desde que Sarkozy se convirtió en el primer hombre político perteneciente a los partidos de gobierno (en contraposición a los partidos de oposición extrema, de derecha o izquierda) en osar plantear claramente el enorme problema que supone una inmigración masiva. Aunque este último se haya ilustrado por algunas consideraciones desafortunadas y algunas reacciones brutales que se recuerdan en las banlieues (¿cómo podría ser de otra forma?), no debemos olvidar el mérito que ha tenido rompiendo tabúes. La prueba es que toda la clase política le ha seguido en este terreno (y también en otros).

Por supuesto, el caso de François Bayrou parece una excepción: se sitúa a la izquierda de su partido. Pero en la medida en que su estrategia consiste en gobernar un día de forma concertada con los socialistas (¿acaso no trata de alcanzar el mismo objetivo aunque por una vía diferente?) y llevar a la izquierda francesa a practicar sin vergüenza una política económica y social "reformista" y moderada como Prodi (o ¿Zapatero?) .

Pero subsiste una oposición importante en temas sociales: al igual Sarkozy, Bayrou está dispuesto a reconocer nuevos derechos a los homosexuales pero no el matrimonio. Ségolène sí está dispuesta, aunque se ha podido constatar literalmente que lo hace con la boca pequeña.

Dos malestares
Dicho esto, la cuestión más importante que se plantea para los próximos mes y años nos lleva al pragmatismo más estricto : ¿en qué medida la campaña electoral en curso permite esperar una solución al incontestable malestar francés? Este malestar tiene dos dimensiones.

Una tiene que ver con el sub-empleo masivo de la población activa. El temor al paro es una obsesión desgraciadamente ampliamente justificada y percibida como tal.

La otra fuente de malestar, a saber la inadecuación de las instituciones políticas, suele ser ampliamente ocultada (por la derecha) pero sobre todo es, en la opinión pública e incluso entre la clase política, más instintivamente resentida que identificada conceptualmente. En una palabra, la inspiración autoritaria de la Constitución gaullista provoca el efecto de agravar en Francia el vicio inherente en prácticamente todas las democracias occidentales modernas: una hipertrofia del poder ejecutivo y un control parlamentario insuficiente.

Para perplejidad de cierto número de electores (incluido el autor de estas líneas), el voto en favor de Sarkozy es sin duda la solución menos mala para enderezar la economía francesa -y permitirle, por tanto, crear más empleos, aunque lleva consigo el germen de un reforzamiento de la función presidencial (que ya está sobredimensionada).

Por el contrario, el programa de Ségolène sobre el empleo corre el riesgo de hundir un poco más a Francia en sus malas costumbres (bajo reserva de lo dicho más arriba). Pero, respecto a la necesaria reforma política, su programa es tanto más seductor cuanto que un brillante diputado de la generación emergente, Arnaud Montébourg, forma parte del equipo de Ségolène.

Desde hace varios años, este diputado milita por un régimen más conforme a la tradición democrática europea: el poder ejecutivo en manos del jefe de Gobierno es responsable ante el Parlamento. En resumen ¡una república diferente!

Pero como acabamos de decir, este grave problema no acapara mucha atención del público, incluso dedel público ilustrado. Ahora mismo, la cuestión dominante a la que es imposible responder sería más bien la siguiente: ¿suponiendo que Sarkozy sea elegido (un gran "si") se comportará como un Chirac bis en materia de política económica o como el presidente de la ruptura que ha prometido ser?

Su programa no parece romper con el vicio inherente a la gestión administrativa de la política económica francesa: un malthusianismo solapado. Para estimular el empleo, se aligeran las cotizaciones sociales de las empresas con el objetivo de reducir "el coste del trabajo". Es decir: para disminuir... los salarios.

Sin embargo, la suerte no está echada. Sean quién sea el (o la) ganador (a) se abrirán negociaciones entre los interlocutores sociales (empresarios y asalariados) para hablar de las 35 horas, de la seguridad social, etc. Se pondrá en marcha una dinámica que acercará al sistema francés de lo que se practica en Alemania, los Países Bajos y otras partes de Europa.

La Vanguardia (España)

 


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