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09/05/2007 | Afroamérica

Marco Antezana

Hace aproximadamente un año, instituciones como el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud y otras representativas del continente, llevaron a efecto la “Agenda política para la igualdad racial en las Américas”, con la finalidad de exterminar la discriminación que sufren actualmente los 150 millones de afrodescendientes de Latinoamérica y el Caribe.

 

Con absoluta certeza, la intención del precitado evento, así como la tarea de Afrodiáspora en los Estados Unidos de Norteamérica, resulta encomiable, máxime si tenemos a la vista que desde el emblemático año de 1992, las minorías excluidas del nuevo mundo van haciendo escuchar sus voces en escenarios internacionales, con el propósito de lograr inclusión social.

Sin embargo, la filosofía reivindicacionista que direcciona a estos grupos, adolece de un hiriente resentimiento social, el cual, en lugar de abrir caminos hacia la inclusión, genera un sectarismo étnico tendiente a la desagregación social.

El caso de los afrodescendientes resulta ilustrativo, en la medida en que muestra a todas luces la renuncia de esta minoría a asumir su negritud de manera plena y comprometida, y a concebir la igualdad desde un discurso sano, mismo que pueda promover inclusión. Pero, además, gestione progresivamente una sólida organización política que fomente la capilaridad social intraétnica, mediante la permanente eliminación de prácticas sociopáticas como el machismo o el liderazgo oportunista.

Otro óbice que debe ser superado por los afrodescendientes es el de encarcelar la anunciada riqueza de su cultura, exclusivamente en el ámbito folklórico, es decir, debe concebirse lo folklórico como lo que es, un elemento más del variopinto universo cultural de cualquier etnia o sociedad.

Indudablemente, la inclusión étnica debe gestarse a partir de predisposiciones sicológicas que sin complejo aborden, cuestionen y desinteticen los órdenes políticos y sociales vigentes, y, lo más importante, ejerciten un autoanálisis cultural en lo referente a su aporte histórico en lo cotidiano.

En conclusión, la identidad cultural étnica debe adquirir un carácter dinámico, flexible y adaptable, sin quedar desarraigada, ni mucho menos conflictuada con la otredad, creando las condiciones concretas e indispensables de progreso y renovación sociocultural, mismas que permitan el acceso a las oportunidades de realización personal, de valoración familiar, de consolidación económica y de equidad social, que son las demandas más repetidas por los colectivos que durante generaciones han sido ignorados en la construcción histórica de sus sociedades, y cuando mencionamos crear las condiciones concretas, no cabe duda que nos referimos a la participación en las decisiones políticas de los estados.

*Marco Antezana  es empresario privado.

La Razón (Bo) (Bolivia)

 



 
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