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22/05/2007 | Wolfowitz y la crisis institucional del Banco Mundial

William Easterly

Ténganle piedad a Paul Wolfowitz: Cada vez que trata de cambiar un régimen, provoca una insurrección.

 

La última fue realizada por el personal del Banco Mundial y los líderes occidentales de la ayuda externa como reacción a la revelación de que Wolfowitz —quien había hecho de la lucha contra la corrupción la característica de su volátil periodo en la presidencia del Banco Mundial— puede que haya concedido a su novia un aumento de $60.000. Un personal que siempre odió trabajar para el arquitecto de la guerra en Irak ahora estaba literalmente pidiendo a gritos su renuncia y a Wolfowitz se lo dejó merodeando los corredores del banco buscando una Zona Verde en la cual esconderse.

La raíz de este escándalo en el banco es prácticamente la misma razón por la cual se dio el fiasco en Irak: una arrogancia intelectual desde arriba que despreció las caóticas realidades de abajo. Él se imaginó que sería fácil limpiar las patologías de la ayuda externa así como pensó que sería fácil crear una democracia en el Medio Oriente.

Wolfowitz llegó al banco con la determinación de luchar contra la corrupción y tal vez redimirse después de Irak al ofrecer una forma solidaria y conservadora de ayudar a los pobres del mundo. Pero el programa de Wolfowitz en realidad nunca despegó. Tratando de luchar contra la corrupción, la cual muchas veces socava la ayuda externa, era noble por supuesto. Pero el personal del banco se molestó porque algunos gobiernos corruptos parecían molestarle más al Sr. Wolfowitz que otros. Peor aún, su principal objetivo—hacer a los gobiernos malos, buenos— era simplemente imposible.

La arrogante creencia de Wolfowitz de que el banco podía reformar la sucia política de los países pobres del mundo sonaba un tanto familiar para muchos en el personal del banco; a su antecesor, James D. Wolfensohn, también le atraían los esquemas utópicos. Toda esta expansión de responsabilidades entorpecieron al banco, haciéndolo menos capaz que nunca de lograr hasta las más simples cosas para aliviar el sufrimiento de los pobres del mundo —proveer medicina, agua y comida. Frustrado, con sospechas y resentimientos, el personal estaba listo para una insurgencia.

Comencemos con la corrupción. Para ser justos con Wolfowitz, su iniciativa de dejar de entregarles préstamos a los gobiernos plagados de corrupción (aparentemente una decisión sensata) se enfrentó a una resistencia por algunas razones muy malas. El Primer Mandamiento de las agencias de ayuda externa como el banco es: “Gastarás todo tu presupuesto de ayuda externa”. Por lo tanto el impulso natural de los burócratas del banco era lanzar dólares a gobiernos terribles mucho tiempo después de que se había vuelto evidente para todos los demás que los fondos nunca llegarían a los pobres.

Wolfowitz trazó una línea en la arena en Uzbekistán, rescindiendo los préstamos a su dictador, Islam Karimov. Wolfowitz argumentó que Karimov había robado de su ya empobrecido público y asesinado a manifestantes civiles. Los detractores de Wolfowitz aseveraban que la verdadera razón por la que se le detuvieron los préstamos fue por la decisión de julio de 2005 de Karimov con la que se le negaba al gobierno de Bush el derecho de utilizar su base militar en Uzbekistán. Pero, ¿y qué? Tal vez lo correcto fue hecho por las razones equivocadas. Aún así, todavía es difícil sentir simpatía alguna por Karimov, quien está igual de lejos de ser democrático como Borat está de ser un periodista.

Pero más allá de Uzbekistán y de otros sensatos cortes de ayuda externa, el programa de Wolfowitz estaba comprometido por un enjuiciamiento selectivo. De acuerdo a las medidas del mismo banco, otros 54 países son igual de corruptos que Uzbekistán, o peor. ¿Debería el banco cortarles la ayuda a todos los 54? (Yo respondería, ¿por qué no?) Wolfowitz no estaba dispuesto a ir así de lejos, por lo tanto, esto dejó a todos en una confusión con respecto a cuáles eran en realidad sus criterios. Pakistán—un aliado de la campaña estadounidense en contra de al-Qaeda pero ya no tanto un ejemplo de manos limpias y democráticas al igual que Uzbekistán— continuó recibiendo dinero en abundancia del Banco Mundial. La arbitrariedad de la campaña contra la corrupción también le permitió a los notables compañeros de Wolfowitz —los no populares y anteriores miembros del gobierno de Bush, Robin Cleveland y Kevin Kellems— amenazar a miembros del personal del banco que discrepaban con acusarlos de ser “suaves con la corrupción” (¿Suena familiar?).

Pero los problemas con la administración del banco por parte del Wolfowitz iban más allá de su defectuosa campaña contra la corrupción. Él también se adhirió y expandió los objetivos utópicos de su predecesor, Wolfensohn.

Por ejemplo, mientras que Wolfowitz supuestamente estaba endureciéndose con los “gobiernos malos” en lugares como Uzbekistán, el banco estaba simultáneamente insistiendo que los programas de desarrollo demuestren “propiedad nacional” —jerga burócrata que significa colocar al gobierno recipiente a cargo de los programas del banco en ese país. ¿Pero cómo se endurece uno con los gobiernos que se comportan mal mientras que se insiste que sean ellos los que administren los programas del banco?

Tales errores son solo un síntoma de una crisis intelectual más profunda: ¿tiene el banco alguna idea de cómo lograr sus grandiosos objetivos? Cuando Wolfowitz llegó al banco en el 2005, el banco produjo un reporte acerca de las “Lecciones de los 1990s”. Las lecciones eran que el banco no sabía qué lecciones enseñar; el reporte mostraba que los países que habían ignorado el dogma del banco (China, Vietnam, India) estaban saliendo adelante, mientras que a los estaban bajo tutela del banco (Rusia, Argentina, Zambia) les estaba yendo mal.

Wolfowitz también continúo la tendencia desastrosa iniciada por Wolfensohn, quien reaccionaba ante cada fracaso del banco en cumplir con un objetivo añadiendo tres nuevos. Este par ha complementado el objetivo original del Banco —promover el crecimiento económico— con todo lo que va desde asegurar los derechos de los niños hasta la promoción de la paz mundial. Al hacer esto, ellos han sacrificado la claridad de dirección por los ridículamente atractivos eslóganes tales como “dándole poder a los pobres” y “logrando los Objetivos de Desarrollo del Milenio” (los cuales amparan hasta la última onza del sufrimiento humano).

Todo esto deja al banco en una condición mala. Los mejores y más inteligentes del personal del banco se están yendo en un éxodo constante y desmoralizante y las naciones pobres ahora están abandonando al banco para buscar préstamos en los mercados privados de capitales o ayuda oficial de donadores tales como China, que está en la carrera para ser el donador número uno. Mientras tanto, fundaciones privadas nuevas (como la Fundación Bill y Melinda Gates, Google.org, entre otras) están entrando a áreas que tradicionalmente han correspondido al banco como la salud y la agricultura. Añádale a esto el escándalo del arreglo dulce de Wolfowitz para su novia y usted tiene un banco enfrentándose a su crisis más grave en su historia de seis décadas.

¿Puede—o debería—ser salvado el banco? Si, pero no sin un verdadero cambio. Sería una vergüenza que se deje perder el reservorio más grande del mundo de sabiduría y experiencia acerca del desarrollo.

Los problemas del banco serían más simples —aunque todavía lejos de ser simples— si no estuviese tratando de transformar a países enteros sino simplemente tratando de descubrir qué herramientas dentro de la caja de herramientas de determinado país verdaderamente sirven para que los individuos pobres se ayuden así mismos. Nosotros debemos pedir que el Banco rinda cuentas por desregular lo que está regulado en exceso, por alimentar a los que tienen hambre, por proveer agua limpia a los que tienen sed y por curar a los enfermos. El banco ya ha logrado un gran progreso en todas estas áreas y podría lograr mucho más si muchos de sus talentosos empleados fuesen liberados de su actual infierno burocrático y si se les permitiese hacer lo que hacen mejor.

Qué triste que principios así de obvios todavía no sean la norma. Uno solo puede esperar que los reformadores, quienes tienen su único capital político en su compasión por los pobres, demostrarán ser suficientemente fuertes en los momentos de crisis para salvar al banco —no por su propio bien sino por el bien de las personas más vulnerables del mundo. Eso sería un cambio de régimen con el cual todos podríamos vivir.

Este artículo fue originalmente publicado en el Washington Post el 16 de mayo de 2007.

William Easterly quien trabajó por 16 años como un investigador económico en el Banco Mundial, es profesor de Economía de la New York University. É l es autor de “The White Man’s Burden: Why the West’s Efforts to Aid the Rest Have Done So Much Ill and So Little Good”.

El Cato (Estados Unidos)

 



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