No podemos concebir un programa de desarrollo nacional al margen de los procesos de integración económica. Los espacios geográficos reducidos no son apropiados para fundar sociedades florecientes. En la época moderna las naciones se unen para formar amplios mercados, complementar recursos y establecer regimenes de cooperación.
El destino de América Latina es la unidad, lo mismo que el de regiones específicas como Centro América, el Caribe, los países bolivarianos, el Cono Sur. Desde la época de las revoluciones de independencia, los próceres vislumbraron la unidad de este continente que, como cantaba Darío, reza a Jesucristo y habla en español.
Ya Rousseau lo había dicho: son las unidades políticas pequeñas las propicias para la práctica de la democracia, pero los espacios continentales los más adecuados para el progreso económico. Los padres fundadores de los Estados Unidos, sabios y pragmáticos, lograron una combinación extraordinaria que resultó un éxito histórico.
Por esto creo que debe fortalecerse el Mercado Común en Centro América lo mismo que el Mercosur, y el Caricom para luego avanzar hacia una gran unidad económica en América Latina. En estas condiciones, todos juntos, negociar un tratado de libre comercio con Estados Unidos, y abordar con la fuerza que da la unidad, problemas concretos de mercados, deuda externa y finanzas internacionales.
El proteccionismo comercial es la estrategia de dominación más repugnante que puede existir. Los economistas liberales clásicos y modernos dedicaron sus más duras críticas a estos procesos que amplían brechas, propician el colonialismo y generan conflictos. El proteccionismo es la antitesis del libre comercio.
El Tratado de Libre Comercio entre Centro América y los Estados Unidos no es tal porque genera condiciones proteccionistas: propicia relaciones comerciales unilateralmente ventajosas para una de las partes, trata de establecer competencia entre estructuras productivas totalmente disímiles por el desbalance tecnológico y los subsidios, brinda un continente incondicionalmente abierto a la parte opulenta y en ésta cierra espacios a su conveniencia, y como si esto fuera poco la parte subdesarrollada luce políticamente incapacitada para negociar con libertad.
Las ventajas que el tratado posee en relación a la maquila y otras actividades, pudieron haberse logrado mediante una negociación inteligente y no atada, y los propósitos de elevar nuestra competitividad, uno de los argumentos torales de los proteccionistas, pueden alcanzarse por senderos que no signifiquen la ruina para nuestros productores.
