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17/06/2007 | Tony Blair - Michael Seed: el fraile que acercó a Blair al catolicismo

Telegraph Staff

El padre Michael Seed a veces se arrepiente de haber publicado su último libro, «Hijo de Nadie». Un truculento relato sobre cómo su padre le infligió golpes, quemaduras y abusos desde que tenía unos tres años, y sobre cómo su madre drogadicta, también maltratada, se lanzó al tren para acabar con su sufrimiento, dejándole a los ocho años en manos de su padre.

 

Es, por tanto, una gráfica aportación más al popular género de «literatura de desgracias», en la que el autor relata su triunfo sobre un trauma personal, pero esta vez la obra proviene de un fraile franciscano que se ha convertido en el capellán católico no oficial de la Cámara de los Comunes, un hombre al que se atribuyen tantas conversiones que no habría incensarios suficientes para su obra. «¿Que si soy feliz?», pregunta con aspecto preocupado. «No». Tiene las mejillas rosadas y las emociones, como el pelo, alborotadas. «El libro es muy básico y brutal, y yo mismo odio su contenido. Pero, lo crea o no, he moderado el tono».
 
Aun así, su amiga Ann Widdecombe, la parlamentaria a la que acogió en la Iglesia en 1993, se quedó impresionada. «¡Pero, Michael, en serio!», dicen que exclamó al llegar a la página 74. «¿Es necesario?». En esa página, el niño de ocho años conoce la modalidad de abuso sexual que su padre bautizó como «ordeñar», un proceso descrito muy hábilmente, pero de forma exhaustiva, en el lenguaje de un niño aterrorizado. «Creo que tildó el libro de pornográfico de una manera muy afectuosa».
 
El padre Michael es un hombre encantador. Tien 50 años, pero todavía parece el niño que llegó el último en la carrera de sacos. Es sencillo entender la facilidad con la que su encanto de voz suave y falsa ingenuidad incita a los grandes, a los buenos y a los no tan buenos a abrirse a él. Dicen que, aunque le cuenten las cosas más espeluznantes, a él no se le mueve ni un pelo. Si intentan pasear por una pequeña calle con él, les llevará media hora, porque hay mucha gente que se detiene a saludarle, desde ricos empresarios hasta vagabundos.
 
Se le conoce como el Gran Conversor, un pescador de almas y un prolífico recaudador para buenas causas. «Le he visto después de haber bebido demasiado vino blanco en el Soho», cuenta un amigo suyo. «Y he visto su lado profundamente espiritual. Se preocupa de verdad. Es un tipo extraordinario. Una vez, una fiesta que celebré en mi jardín atrajo la atención de unos defensores de la reducción del ruido. Michael les cautivó —creían que llevaba un disfraz—, se rindieron y se marcharon».
 
Le da vergüenza que le llamen «el sacerdote de los famosos». Sólo tiene que estrechar la mano a alguien como Heather Mills McCartney para que los periódicos den por hecho que está a punto de atar la cabellera de otro converso al cordón blanco de su hábito. Pero siente una atracción fatal por los políticos y las estrellas. «Cuando veo el titular de sacerdote de las estrellas me aterroriza salir a la calle».
 
No es ningún secreto que ha oficiado misa en el número 10 de Downing Street para los Blair, pero en lo relativo a las inclinaciones religiosas del primer ministro, el padre Seed mantiene un silencio tan profundo y confidencial como el de un médico con su paciente. Ocurrió lo mismo cuando se rumoreaba que había convertido al parlamentario Alan Clark en su lecho de muerte.
 
El difunto cardenal Basil Hume comentaba de él: «Si no existiera, habría que inventarlo. Todas las catedrales deberían tener a un padre Seed». La divertida tolerancia de Hume se resumió un día en que el padre Seed, desesperado porque un político laborista «atrozmente borracho» le había llamado repetidas veces en mitad de la noche, grabó una de las peroratas nocturnas y se la llevó a su jefe con la esperanza de recibir algún consejo. «Michael», le dijo el cardenal. «La verdad es que tiene usted una vida interesante».
 
Lo asombroso del padre Seed es que sobreviviera a su espantosa infancia. Su padre, Joe, era celador de la cárcel de Strangeways y empleaba generosamente su bastón negro en casa, sobre todo cuando estaba ebrio. Su primer recuerdo es el de haber sido empujado contra las rejillas incandescentes de la chimenea y quedar marcado por las barras cuando tenía cuatro años. A los cinco, se convirtió en el esclavo sexual de su padre. La mayor parte del tiempo estaba hambriento porque nadie cocinaba ni compraba comida. Su madre se suicidó saltando delante de un tren. Seed lo supo en el patio del colegio, en Bolton, por un grupo de niños de ocho años que le atormentaron con palabras como «picadillo», «destrozada» y «cubos de sangre». «Fue el comienzo de mi crucifixión».
 
Cuando quería morir
 
La noche de su muerte su padre solicitó los servicios sexuales de rigor. «Sabía que aquello era la personificación del mal, algo completamente inhumano», comenta. «Después de la muerte de mi madre, me abstraje por completo. Me convertí en un zombi».
 
Demasiado traumatizado para aprender (padece una grave dislexia), le trasladaron a una escuela para niños inadaptados, pero fue casi igual de perjudicial. Su abuela materna le ofreció algún que otro atisbo de afecto, pero sufrió las crueles maquinaciones de la madre de su padre, que le pegaba y ridiculizaba. Se pasó lo que debería haber sido su infancia queriendo morir.
 
Dice que comprende la «atracción natural» del suicidio. «Es algo que siempre me acompaña. No se cura. Tienes que vivir con ello a diario. Como con Alcohólicos Anónimos, tienes que concentrarte cada día y cada hora».
 
Cuando tenía 16 años supo que una chica irlandesa de esa misma edad le había dado en adopción y que Joe y Lilian Seed no eran sus verdaderos padres. Era, como solía decir con sorna su padre, un hijo de nadie. «Debía de ser un recordatorio constante de la incapacidad de mi padre para tener un hijo propio. Al final comprendí el odio y la rabia y por qué debo acabar perdonándole».
 
Por aquel entonces, él también había encontrado un profesor inspirado, Stanley Thomas, que lucía camisas hippy y chaquetas de terciopelo. Bajo su influencia, empezó a despuntar. Cuando le permitieron incorporarse a los dos últimos cursos de arte en una escuela secundaria local, descubrió que «había gente normal en el mundo que no te pegaba».
 
Excéntrico filósofo
 
Aunque abandonó la escuela en 1974 sólo con un certificado en arte e incapaz de escribir o resolver sencillas operaciones aritméticas, había leído El origen de las especies y Mi lucha. Había devorado a Nietzsche y estudiado a Bertrand Russell y George Bernard Shaw. No sabía poner a hervir una tetera pero entendía de literatura, teatro, música y arte. «Rodeado de chaperos, traficantes de drogas y retrasados mentales, me había convertido en una especie de excéntrico filosófico».
 
Después de unos cuantos empleos sin porvenir, empezó a trabajar en un hogar para enfermos mentales y probó distintas iglesias para ver si alguna satisfacía sus crecientes necesidades espirituales. Su madre le había bautizado en la Iglesia católica, y allí acabó dirigiéndose. Su primera inclinación fue convertirse en cartujo. «Fue mi reacción a lo Hollywood. Quería huir del mundo y entrar en una orden silenciosa, porque el mundo había sido horrible».
 
Por suerte para sus amigos —entre los cuales hay seis primeros ministros y varios miembros de la familia real—, optó por un grupo sociable y conversador: los Frailes Franciscanos de la Expiación. Por fin tenía una familia. Tres títulos universitarios y dos doctorados después, trabajaba en la catedral de Westminster (como secretario de asuntos ecuménicos de Hume) donde aún permanece. «Michael es Michael», dice un amigo. «Es muy querido. Le dan vía libre». Para él, las «conversiones» de las celebridades son una distracción de su trabajo real: fomentar el diálogo entre fes. «No es el epicentro ni el fin de mi existencia. En realidad es casi lo contrario de lo que hago».
 
Tras lo que concluye con una confesión asombrosa: «Lo que me sucedió no es nada fuera de los habitual. Lo que tiene de poco habitual es que la mayoría de la gente no es tan estúpida como para escribirlo».
 
© Daily Telegraph

Telegraph (Reino Unido)

 



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