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26/06/2007 | Biocombustibles - El riesgo de la insuficiencia alimentaria en América

Marcelo Raimon

Los países de América prefieren mantener un equilibrio entre el sector de los tradicionales productores de combustibles fósiles y aquellos que sueñan con una eventual explosión de la industria del etanol más allá de Brasil y Estados Unidos, según quedó claro tras la 37 asamblea general de la Organización de Estados Americanos.

 

Los Estados miembros de la OEA dejaron de lado, por ahora, un enfrentamiento directo sobre las posibles consecuencias de un aumento del precio del maíz en la alimentación de los más pobres entre la población del continente.

En su reunión de principios de mes en la ciudad de Panamá, los miembros de la OEA pusieron a punto una declaración que refleja ese compromiso. Pero fuentes diplomáticas señalaron que la discusión sobre los efectos del desvío de la producción de maíz desde los alimentos a la producción de etanol, estuvo presente en las discusiones y hasta se llegó a un “compromiso” para evitar –al menos desde una expresión de buena voluntad-- que un auge de los biocombustibles dañe a los sectores populares en el continente.

La “Declaración de Panamá”, en efecto, tomó en cuenta una propuesta venezolana y afirmó que los países del continente “reconocen” que el acceso a “energía diversa, confiable, segura y asequible debe tener por objetivo un crecimiento económico con equidad e inclusión social” y que contribuya a “la erradicación de la pobreza”.

“La OEA y todos sus países miembro tenemos que estar vigilantes, no podemos permitir que para garantizar la producción de biocombustibles se vaya a atentar contra la producción de alimentos”, dijo a Apro el embajador alterno de Venezuela ante el organismo continental, Nelson Pineda. Según el diplomático, que participó directamente de las negociaciones en Panamá, “destinar los suelos americanos para producir etanol en vez de producir alimentos puede poner en riesgo el futuro de nuestras sociedades”.

Mark Lambrides y Alfonso Quiñónez, del Departamento de Desarrollo Sostenible de la OEA, relataron a Apro que durante el diálogo de cancilleres en Panamá “hubo intervenciones que llamaban la atención sobre esta situación que preocupa a algunos países”.

“El tema no generó enfrentamiento ni fue objeto de denuncias sino, más bien, se buscó lograr balancear el uso de los distintos recursos con los que se puede generar energía”, indicaron los expertos, quienes remarcaron que durante los últimos treinta años “se lograron considerables avances en la producción de etanol mediante mejoras a los sistemas agrícolas y avanzadas tecnologías de producción”.

Lambrides y Quiñónez destacaron, además, que existe “una gran variedad de materias primas que se pueden utilizar para producir etanol, como la caña de azúcar, cebada, trigo y maíz”, y se mostraron confiados en que, durante un periodo de transición, cuando la demanda de productos para la producción de etanol aumente, se produzca un aumento a corto plazo del precio de estos productos agrícolas.

Sin embargo, más allá del “compromiso” sellado durante la asamblea de la OEA, algunas preocupantes nubes oscuras se ciernen sobre el futuro de la industria de los biocombustibles, tal como alertaron en los últimos días reportes difundidos en Washington, la ciudad desde la que el etanol viene recibiendo gran impulso. Uno de esos informes, elaborado por un equipo de la revista Foreign Affaire, afirma sin rodeos que los biocombustibles “pueden hambrear a los pobres” en los países productores de materias primas.

Uno de los principales problemas que pueden afectar a los países que se sumen a la caravana del etanol impulsada por Estados Unidos y Brasil es que “la industria de los biocombustibles viene siendo dominada, desde hace tiempo, no por las fuerzas del mercado, sino por la política y por los intereses de unas pocas grandes compañías”, advirtió el informe de Foreign Affaire. Fuera de Brasil, “el maíz se convirtió en la primera materia prima, aun cuando los biocombustibles se pueden producir eficientemente a partir de una variedad de otras fuentes”, agregó.

El reporte advirtió, además, que “incluso grandes exportadores de petróleo que usan sus petrodólares para comprar alimentos importados, como México, no pueden escapar de las consecuencias del aumento de los precios de la comida” que puede generar –y en cierta forma ya está generando-- esta nueva dicotomía energética.

Benjamin Senauer y C. Ford Runge, los autores del informe, recordaron que, a finales del 2006, “el precio de la harina para tortilla en México –que obtiene el 80 por ciento de sus importaciones de maíz desde Estados Unidos-- se duplicó, en parte, gracias a un aumento de los precios del grano en Estados Unidos, donde en los meses previos pasó de 2,80 a 4,20 dólares el bushel” --la medida utilizada por la industria agrícola estadunidense, equivalente a unos 35,2 litros de mercancía seca.

El tema mereció también un informe especial del Council on Hemispheric Affairs (COHA), uno de los “think tanks” de izquierda que funcionan en Washington, y según el cual, “mientras la administración Bush sigue empujando su agenda de combustibles alternativos, se hizo más evidente que el etanol en base a maíz puede ser tanto un villano como un beneficio para la sociedad global”.

“En lugar de mejorar el medio ambiente y moderar los precios del petróleo, el etanol de base maíz puede resultar en deforestación masiva, agotamiento de las tierras y de los recursos acuíferos, aumentos de los precios de los alimentos, más pobreza y cantidades de campesinos erradicados de sus tierras”, advirtió el informe del COHA.

Otro elemento que espera su turno para ser debatido cuando una posible industria continental del etanol eventualmente despegue, es el de los subsidios y las tarifas que Washington dispone y aplica en el sector del biocombustible producido a partir del maíz. El gobierno de Estados Unidos invirtió 8,900 millones de dólares en subsidios para el sector de los productores de maíz solamente en el 2005, y mantiene un arancel de 54 centavos por galón sobre el etanol proveniente del extranjero.

Esta realidad contrasta con el anuncio de alto perfil hecho por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, durante su visita a Sao Pablo, a principios de marzo pasado, cuando se declaró listo y dispuesto a apoyar una industria del etanol en América Latina y el Caribe.

“Fue políticamente conveniente para Bush abrazar la industria brasileña del etanol para responder al enorme apoyo popular que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, disfruta en la región”, explicó a Apro la investigadora estadunidense Lisa Margonelli, autora del libro de reciente publicación “Oil on the brain”.

A pesar del anuncio, añadió Margonelli, Bush “no hizo ningún movimiento para remover las gigantescas tarifas que pesan sobre la importación de etanol brasileño en Estados Unidos, lo que convierte al gesto en algo en cierta manera dudoso”.

Por su parte, el experto brasileño Paulo do Prado dijo a Apro que ve en el acuerdo firmado en San Pablo un beneficio para su país “si inicia un ciclo económicamente bueno para la agroindustria”, por un lado, y si se pone a la altura de la “importante oportunidad de estimular la preservación ambiental”.

Do Prado descartó que un fenómeno como el del aumento del precio de la tortilla en México pueda ocurrir en Brasil sobre la comida de los sectores más pobres, ya que “la producción ocurre dentro del ciclo de la caña de azúcar, siempre en las mismas áreas” y el equilibrio, “en el caso de Brasil, funciona bien”.

Sí se registraron modificaciones en los precios de las tierras, que aumentaron un 15 por ciento en las zonas aptas para el cultivo de caña. Además, el precio del etanol cayó un 13 por ciento en las usinas, “pero esa baja todavía no llegó al consumidor”, indicó el investigador de la organización Conservacao Internacional.

Las fuentes de la OEA coinciden en que estas preocupaciones tuvieron su lugar en las discusiones panameñas. Pero, como dijo Pineda, “no se debe olvidar que esa es la primera vez que el tema se toca con seriedad” en el seno de la organización continental.

“No hubo una confrontación, no se puede hablar de dos tendencias, de dos grupos, de defensores de los combustibles fósiles y de los biológicos”, dijo Pineda. El diplomático aseguró que –más allá de los tonos de compromiso de la Declaración-- “hubo conciencia de que la promoción del cultivo de caña o maíz no puede ser un proceso que atente contra la producción alimentaria”.

Ciertamente hablando desde su condición de representante de un país intensamente petrolero, Pineda dijo que, a pesar de los grandes anuncios, “el boom del etanol está por verse”.

“No es fácil, desde el punto de vista técnico, producir las cantidades de etanol requeridas para sustituir de verdad la energía fósil en el hemisferio, primero porque el costo del etanol es alto y su tecnología, más allá de Estados Unidos y Brasil, es incipiente”, indicó el diplomático de Caracas.

En su Declaración de Panamá, la OEA dijo “reconocer la importancia fundamental que tiene para los Estados miembros la disponibilidad de recursos energéticos para la promoción de su desarrollo económico y social”. Ahora quedará por verse si la letra se convierte en realidad en un continente donde el petróleo es un dolor de cabeza en Estados Unidos; las tarifas a la exportación de etanol, una decepción para los brasileños; y el precio de la harina de maíz, un problema en el horizonte para los mexicanos. Y la situación de la industria petrolera tampoco es una garantía en Venezuela, según explicó Margonelli.

El petróleo, señaló, “no beneficia a un gran número de personas”, y –por ejemplo-- la industria petrolera “emplea apenas un pequeño porcentaje de los trabajadores venezolanos”. La investigadora reconoce que PDVSA invirtió unos 7,000 millones de dólares en proyectos sociales, pero recordó que la idea de subsanar los problemas internos a través de los petrodólares “es un viejo sueño que los venezolanos tienen desde la década de los 20”.

Esta nueva “versión” de tono chavista, dijo, “en realidad depende de que los precios del petróleo se mantengan altos”, dijo Margonelli.

“Es gracioso –agregó--, pero si la economía de Venezuela no fuera tan dependiente del petróleo, y si la gasolina no se vendiera en el país a unos 9 centavos por galón, puedo imaginarme fácilmente a las granjas colectivas bolivarianas involucrándose de manera muy activa en la producción de etanol.”

Revista Proceso (Mexico)

 


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