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26/06/2007 | El asalto a la razón

León Krauze

Al menos dos de los republicanos que buscan la candidatura de su partido defienden el creacionismo, es decir, la teoría de que el hombre no desciende del mono, sino que es producto de un acto mágico y espontáneo

 

Cuando Francis Fukuyama, el connotado intelectual estadunidense, escribió El fin de la historia, difícilmente podría haber previsto que la lucha ideológica del siglo XX sería reemplazada por el más antiguo de los conflictos humanos: la tensión religiosa. Tras el parteaguas del 11 de septiembre de 2001 (pero ya antes, también), el mundo comenzó a ser testigo de diversos debates, todos concentrados alrededor del papel de la religión en el nuevo siglo. El fundamentalismo islámico se vio acompañado —y alimentado— del desasosiego europeo ante la incapacidad de alguna parte de su comunidad musulmana para integrarse a las reglas básicas de la ciudadanía. En Estados Unidos, país fundado sobre normas seculares y racionales, la derecha conservadora se apoderó de la agenda pública desde la llegada al poder del presidente Bush. Todo esto ha convertido a la primera década del siglo XXI en un periodo angustioso.


Como es obvio, el resurgimiento del fundamentalismo religioso en la escena internacional ha tenido pocas consecuencias positivas. Una de ellas ha sido el renovado fervor con el que una serie de científicos, filósofos y escritores se han dado a la tarea de reivindicar, en la arena pública, la razón ante la fe ciega. En los últimos años han aparecido por lo menos cinco libros que invitan a mirar, con el debido recelo, la injerencia de la religión en la vida a principios del siglo.

Acabo de terminar de leer el más reciente, God is not great, del polemista Christopher Hitchens. Antes pasaron por mis manos los libros del filósofo Daniel Dennett y de los científicos Sam Harris, Victor Stenger y Richard Dawkins. Naturalmente, estos libros han despertado un encendido debate. La mayor parte de la discusión se ha concentrado en el carácter ateo de las obras y de sus autores. Es una pena. Los libros invitan a una discusión mucho más amplia y urgente que el dilema sobre la existencia de Dios: el creciente papel de la fe en una esfera que exige el ejercicio constante de la racionalidad. El ejemplo perfecto, retomado con fuerza por Sam Harris, es la política de Bush.

Durante los seis años y medio que ha ocupado la Casa Blanca, en incontables oportunidades, George W. Bush ha dado la espalda a la ciencia. Desde el énfasis en la abstinencia sexual antes que en el uso de anticonceptivos, en las campañas contra el sida en África, hasta la oposición histérica a la muerte digna de Terry Schiavo o el veto reiterado a la investigación con células troncales, la administración Bush ha puesto, una y otra vez, la práctica religiosa por encima de la lógica y el progreso racional de la sociedad estadunidense. Esto es lo que Al Gore ha llamado “un ataque a la razón” (en el libro del mismo nombre, que acaba de dar a conocer; otra lectura indispensable). Como se sabe, buena parte de las decisiones de Bush han buscado saldar cuentas políticas pendientes: después de todo, el ala más conservadora del Partido Republicano fue clave en la reelección presidencial de 2004. Pero los motivos importan poco. Lo que realmente preocupa son las consecuencias. Gore lo explica así: “El surgimiento de los ultraconservadores (…), que dependen cada vez más de la hostilidad colectiva frente a quien no comparte sus creencias, es una faceta alarmante en la vida pública estadunidense (…) Una facción política se ha convertido en una secta cuasi religiosa”. La esencia de la inquietud de Gore y sus colegas no es la vida religiosa per se, sino la inevitable corrupción del debate público cuando el dogma entra en la ecuación. Esta es, por cierto, una de las características más peligrosas del Islam, asunto que Hitchens y Harris discuten a profundidad: ¿cómo hablar de ciudadanía y derechos civiles cuando la política y la religión son inseparables? La obsesión con el dogma religioso ya ha comenzado también a contaminar la elección presidencial de 2008 en Estados Unidos: al menos dos de los republicanos que buscan la candidatura de su partido defienden el creacionismo o el diseño inteligente, es decir, la teoría de que el hombre no desciende del mono, sino que es producto de un acto mágico y espontáneo. Que un opositor de Darwin aspire a la presidencia de Estados Unidos suena, en efecto, como un asalto a la razón.

Estos primeros años del siglo XXI han puesto en claro los riesgos del retorno de la fe a la arena política internacional. A la luz de los acontecimientos, la defensa del estado laico y la razón —y la firmeza frente a la intolerancia— deben convertirse en lineamientos inalienables del quehacer mundial. Un ejemplo más me viene a la mente. Hace unos días, la corona británica anunció que otorgaría a Salman Rushdie, el extraordinario y controvertido novelista, el título de caballero. Como era de esperarse, diversos grupos de fundamentalistas islámicos salieron a la calle para “protestar” por el reconocimiento a Rushdie. Vociferaron, quemaron efigies, agitaron pancartas, todo como consecuencia de la ridícula fatwa (condena) que emitiera el ayatolá Jomeini tras la publicación del libro Los versos satánicos, de Rushdie, hace casi veinte años. Nada de esto debe cambiar la decisión británica. En un mundo contaminado por la violencia religiosa, nada mejor que reivindicar el derecho de un artista a representar, como le venga en gana, los dogmas de cualquier religión.

camarahungara@hotmail.com

Excelsior (Mexico)

 


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