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01/07/2007 | Hong Kong - Democracia agridulce

Pablo Diez

Domingo por la tarde en Hong Kong. Sentadas sobre papeles de periódico, decenas de miles de indonesias y filipinas ocupan el Parque Victoria y las estrechas calles del distrito comercial.

 

Son las criadas de las familias ricas que abundan en esta pujante ciudad, que aprovechan su único día libre para reunirse con las amigas en torno a unos «picnics» urbanos a la sombra de los rascacielos que se levantan sobre la isla. Charlando animadamente en la vía peatonal Chater Road, apuran el arroz con pollo que rebosa de sus tarteras bajo los escaparates de las tiendas de Armani, Bulgari, Tiffany y Louis Vuitton que pueblan sus inmensas galerías comerciales.

Con sus laberínticos pasillos de mármol y sus interminables escaleras mecánicas, estas auténticas catedrales del consumismo, conectadas por pasos elevados que sortean serpenteantes autopistas de varios niveles y permiten recorrer la ciudad sin poner un pie en la acera, son casi tan numerosas como las casas de apuestas del Hong Kong Jockey Club. En cada una de sus sucursales, los parroquianos se amontonan ante las pantallas de televisión que ofrecen las carreras de caballos en el hipódromo de Happy Valley y hacen cola en las ventanillas para sellar sus boletos tras consultar los periódicos deportivos que llevan bajo el brazo.

En el distrito de Wan Chai, jovencísimas prostitutas tailandesas llenan los bares para turistas mientras las «madames» de los clubs de «strip-tease» queman incienso y ofrecen fruta a las pequeñas imágenes de divinidades budistas que adornan la entrada a sus locales. «Estoy rezando para que no me falten los clientes», dice una de ellas. Por si falla la espiritualidad, un puñado de despampanantes bellezas orientales con minifalda, «top» ajustado y botas hasta la rodilla captan al público abrazando a los viandantes.

Pocos imaginaban que dicha estampa, tan típica de Hong Kong, se iba a seguir viendo en este décimo aniversario de la devolución de la isla a China por el Reino Unido tras 156 años de dominación colonial. Durante la madrugada del 30 de junio al 1 de julio, y en una pomposa ceremonia presidida por el Príncipe Carlos y el presidente chino, Jiang Zemin, la bandera de la «Union Jack» fue arriada de la isla y en su lugar se izó la enseña roja con cinco estrellas amarillas. Como consecuencia, esta vibrante ciudad de 6,9 millones de habitantes, uno de los centros financieros y comerciales de Asia, pasó a estar bajo el control del régimen comunista de Pekín, lo que despertaba en Occidente tantos miedos que muchos de sus empresarios y habitantes optaron por marcharse antes de que el buque real «Britannia» se llevara a los británicos para siempre.

Pero Deng Xiaoping, quien había dirigido la República Popular China hasta su fallecimiento meses antes de la entrega, hizo un nuevo alarde de pragmatismo al negociar en 1984 la devolución de Hong Kong con la entonces primer ministra británica, Margaret Thatcher. Para tranquilizar a Londres y a la población local, Deng se sacó de la manga la famosa fórmula de «un país, dos sistemas», que permitiría «durante al menos 50 años la vigencia del modelo capitalista y algunas de sus costumbres, como las carreras de caballos o las discotecas».

Al paso que va China, plenamente entregada a la economía de libre mercado, es probable que los cambios se produzcan a la inversa, pues la propia Thatcher acaba de reconocer que «los temores sobre el futuro de Hong Kong estaban infundados».

Sin embargo, eso no significa que la transición política haya concluido. Después de una década que en buena parte ha sido traumática, debido a la crisis financiera de 1997 y a las epidemias de SARS (2002) y gripe aviar (2004) que han sacudido a la antigua colonia británica, aún queda por resolver una de las principales demandas de la población: el sufragio universal, que apoya el 60 por ciento de los habitantes.

«Hong Kong es una sociedad madura y preocupada por la libertad que necesita democracia», explica a ABC uno de los parlamentarios del Partido Democrático, el doctor Yeung Sum, quien asegura que «el sufragio universal aquí sería un buen ejemplo para China y podría servir a modo de experimento como antes ocurrió con las Zonas Económicas Especiales durante los primeros pasos de la política de reforma y apertura».

Y es que en el terreno político poco ha cambiado en la isla. Durante la época colonial, Londres nombraba a un gobernador, mientras que, en la actualidad, esta Región Administrativa Especial de China se halla dirigida por un jefe ejecutivo designado por un comité de 800 miembros. En teoría, todos ellos representan a los diferentes extractos de la sociedad hongkonesa, pero en la práctica la mayoría son afines a Pekín por intereses ideológicos o mera conveniencia económica, ya que muchos son empresarios con grandes negocios en el continente.

En este sentido, el 35 por ciento de las inversiones de este potente enclave financiero se dirigen a China, destino también del 40 por ciento de sus exportaciones y uno de los motores fundamentales de su economía.

Aunque fuera el candidato «oficial», Donald Tsang se impuso en marzo en las primeras «elecciones» abiertas frente a otro aspirante, el parlamentario del Partido Cívico, Alan Leong, que le disputó el puesto y con quien incluso celebró debates televisados.

Tsang, un funcionario católico de la Administración pública de Hong Kong que sirvió durante la dominación colonial y fue nombrado «caballero» por la Reina, sustituyó en marzo de 2005 al anterior jefe ejecutivo, Tung Chee-hwa. Este magnate de Shangai había sido designado por el régimen comunista para dirigir la ciudad tras la marcha de los británicos, pero nunca contó con la aceptación popular.

Para colmo de males, los primeros años de su mandato coincidieron con la crisis financiera y el brote de gripe aviar que sacudieron a Asia a partir de 1997, y que sumieron a la ex colonia en la recesión por primera vez en su historia. Cuando Hong Kong parecía remontar el vuelo, llegó la conmoción global del 11-S, en 2001 y, posteriormente, apareció el SARS, a finales de 2002, que causó 299 muertos sólo en la isla.

La gota que colmó la paciencia de los hongkoneses fue la propuesta gubernamental para promulgar el Artículo 23 de la Ley Básica, que la población interpretó como un ataque a sus libertades al hablar de delitos como sedición o traición. Como respuesta, medio millón de personas se echó a la calle el 1 de julio de 2003 exigiendo democracia, lo que asustó a Pekín y sentenció al jefe ejecutivo.

La importancia del negocio

A partir de entonces, el régimen comunista descubrió que era mejor no insistir en la cuestión política, sino afianzar sus ya de por sí estrechas relaciones económicas con Hong Kong. En julio de ese año, China firmó un acuerdo de cooperación económica preferencial con su Región Administrativa Especial, que dispone de su propio asiento en la Organización Mundial del Comercio (OMC), utiliza su moneda (dólar de Hong Kong), gestiona sus impuestos y presupuesto y hasta posee fronteras con el continente.

La supresión de tarifas arancelarias en 23 áreas de servicios y el fomento de las inversiones en ambos lados permitieron a la antigua colonia consolidar su penetración en el mercado chino, copado por empresarios que se aprovechan de la barata mano de obra de la vecina provincia de Guangdong. «Hong Kong no se habría recuperado sin la ayuda que supone el fuerte tirón de la economía china», indica la economista jefe de la isla, Helen Chan.

En este sentido, la Bolsa de Hong Kong se convirtió en 2005 en la segunda del mundo, superando a Wall Street en Nueva York, por la cotización de las empresas chinas, donde destaca la oferta pública de acciones del Industrial and Commercial Bank of China (ICBC). Además, cada año visitan la ex colonia británica trece millones de turistas chinos y la ciudad actúa como puerta de entrada y ventana al mundo del gigante asiático, ya que la eficacia de sus servicios financieros y logísticos, que suponen casi la mitad de su economía, y el tránsito de su puerto han facilitado que 3.800 grandes compañías internacionales se instalen aquí para operar en la «fábrica global».

Pero la integración económica de la ex colonia británica con China no impide a sus habitantes seguir presionando a favor de sus derechos democráticos. Una vez aclarado que no habrá sufragio universal en 2008, el jefe ejecutivo se ha comprometido a resolver esta cuestión antes de que acabe su mandato en 2012.

Para ello, está previsto que elabore durante este mes de julio un denominado «Libro Verde» que los otros partidos ya están esperando ansiosamente, sobre todo los que conforman el bando democrático del Consejo Legislativo (Legco). En este órgano de sesenta diputados, treinta son elegidos directamente por el pueblo mediante circunscripciones geográficas y otros treinta son designados por ciertos sectores profesionales, pero el jefe ejecutivo sigue siendo nombrado por el comité de 800 miembros afín a Pekín.

Una democracia «made in China» que, para el cardenal de Hong Kong, Joseph Zen, una de las voces más críticas con el régimen comunista, es «frustrante». «Pekín debería confiar en Hong Kong y no temer que la democracia cause inestabilidad», manifestó Zen, quien advirtió de que «ahora hay menos libertad que antes porque muchos empresarios y periodistas no quieren disgustar al Gobierno central para no dañar sus intereses».

Tras superar varias graves crisis, Hong Kong vive una nueva etapa de esplendor que se beneficia del crecimiento del gigante asiático. Así que, de momento, sus pragmáticos habitantes prefieren disfrutar de las ventajas que les comporta ser «chinos de primera» para seguir contando con un PIB per cápita de 28.000 dólares (por los 2.040 de la China continental) que les permita emplear a criadas filipinas, apostar en las carreras los domingos y alegrarse la vista con las «señoritas» de Wan Chai.

ABC (España)

 


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