Predomina la vieja metodología que apunta a “secar” las malas noticias. La sensación de calma en la Argentina es siempre una ilusión óptica o un presagio. No avanzan las causas por corrupción más allá de las denuncias que, paradójicamente no las realiza el Gobierno ni la Justicia sino los medios gráficos.

Lo que no resulta muy lógico es que la corrupción sea descubierta por la prensa y no por la Justicia. La bolsa de Felisa Miceli, los nombramientos extraños en la Secretaria de Medio Ambiente, Skanska que parece ya ser causa perdida y otras tantas no son advertidas por el Ejecutivo que sólo intenta despegarse de las mismas. Las impericias técnicas de la Secretaria de Medio Ambiente son descalificadas incluso por la Corte Suprema de Justicia y no por los propios miembros del Gabinete o quienes deberían analizar la transparencia en los actos de gobierno. No hay conspiración fuera de los despachos. Ni siquiera los medios están conspirando apenas si están publicando información que desde el oficialismo se retacea demasiado.

Por otra parte, ausentado Mauricio Macri, la algarabía del PRO se enfrenta a una realidad más concreta que aquella que se vivió tras la epopeya de junio, 24.  La candidatura de Cristina Fernández de Kirchner sacó de los medios al ARI y al PRO, y apenas si dejó espacio para una cumbre de peronistas opositores que terminó como termina todo este tipo de encuentros: con la foto. Foto auto-conspirativa posiblemente puesto que terminó agradando al Ejecutivo más de la cuenta. Esta vez, en los despachos de Balcarce 50 ver a los “enemigos” unidos no asustó. Hace tiempo que se demonizó a los noventa y a sus protagonistas aún cuando entre ellos estaba, precisamente, quien hoy se halla a la cabeza de esa demonización. No hay forma de acallar los anales del Congreso en cuyo recinto el matrimonio presidencial aplaudió la privatización de YPF y sostuvo que Carlos Menem era “un Presidente de lujo” para la Nación.

No es esa la oposición que busca la sociedad argentina que se inclinó por una alternativa distinta en las últimas elecciones tanto en la ciudad capital como en las provincias. Tampoco será ese el peronismo que se vote en Córdoba ni se alce con una victoria en Santa Fe, dos distritos más que interesantes a la hora de establecer una muestra del “nuevo” prototipo de elector. Recuérdese que votó el hartazgo no la satisfacción. No hay tanta demanda en la gente de fuerzas políticas sino de cambio y el cambio implica asimetrías.

  

Si acaso se hiciera una suerte de juego de las 10 diferencias entre  la foto del gabinete presidencial y la obtenida recientemente en Potrero de Funes (San Luis) costaría mucho dilucidar originales e imitaciones. No hay photoshop capaz de alterar la escenografía. Vieja política o política vieja, como se prefiera. La renovación exigida con tanta vehemencia tras la crisis del 2001 sigue brillando por su ausencia. La reforma política fue siempre una excusa en la Argentina. La conspiración tan anunciada constantemente se da en doble vía: las caras del oficialismo y las de la oposición parecen estar conspirando contra sí mismas.

Si hoy lo que hay en la otra vereda no desvela al oficialismo ni conmueve a la sociedad huérfana de representantes que la contengan, ¿por qué pensar que hay peligro para la candidatura pingüina? ¿Por qué no gusta su perfil a una porción de la clase media argentina? No es respuesta, sencillamente porque no es esa porción de la ciudadanía la que define una elección en la Argentina. La intervención del INDEC ha obrado maravillas: por ejemplo, establecer que lo que ayer costaba $ 10 y hoy cuesta $ 15 haya aumentado únicamente 0,3 % pero no ha transformado los bolsones de pobreza que azotan a lo largo y ancho de esta geografía ni ha contabilizado las zonas que requieren asistencia para poder aspirar a la supervivencia. Guste o no, en esas zonas, el clientelismo hace mella.

Casi 4 meses tiene el kirchnerismo para pasear a la Primera Dama con sus lágrimas emotivas y un equipo capaz de registrar las necesidades vitales probablemente en condiciones de revertir esa imagen frívola que la caracteriza. Si no hay un contrapeso que tome la bandera de la dignidad de la persona más allá de las carencias como sucediera en la provincia de Misiones, es muy difícil que una madre con un hijo enfermo rechace el “botiquín” de Cristina y entienda la política de salud concreta que oferte algún otro candidato a la presidencia. Con palabras y meras promesas no se gana una elección en la Argentina. No ganó siquiera el ARI en Tierra del Fuego ni el PRO en la ciudad porteña exclusivamente por sus ideas o plataformas políticas. Ganaron por el hartazgo generalizado a la negligencia. Pero ese hartazgo tiene un límite: la necesidad básica insatisfecha. Esta sólo puede rechazar la dádiva pre electoral si hay quien hace una suerte de acción pedagógica para que entre la miseria y la “oferta” oficial por el voto se interponga una toma de conciencia.

No es general el conocimiento de lo caro que cuesta aquello que se regala en época de campaña.  La pregunta posiblemente ahora apunte a descifrar quién está dispuesto a ejercer esa función “pedagógica” y si acaso hay una fuerza política capaz de revertir la historia electoral de la Argentina. ¿O deberán ser los medios los que cumplan esa tarea? ¿Se acabaron los Obispo Piña, las caras nuevas?   Paradójicamente, la falta de una oposición estructurada para enfrentar el “aparato” kirchnerista (limitado al atril y a la diatriba aunque con la ayuda de la “caja”, que hay que admitir, fuera de ciertos paisajes urbanos aún ejerce influencia aunque no la esperada a juzgar por los últimas derrotas oficialistas), no logra distender las tensiones que se viven en el Ejecutivo. Ni el lanzamiento de la senadora por Buenos Aires logró apaciguar los ánimos. Tan sólo enfatizó el antiguo y peligroso mecanismo para elegir un  candidato dentro del kirchnerismo. Y es que el obstáculo para asegurarse con certeza la continuidad en el mando no depende exclusivamente de una ausencia de alternativas atractivas y con fuerza en el electorado sino de una gestión efectiva que mostrar a una ciudadanía que acaba de votar dándole la espalda a lo que hay. El hartazgo es la característica distintiva de la actual sociedad argentina.

Que el escenario internacional siga dándole al país viento de cola con los precios de los productos primarios y un aumento de las retenciones a la soja no alcanza si simultáneamente el aislamiento internacional se agudiza como queda demostrado en declaraciones de ex funcionarios del Fondo Monetario o simplemente observando como Brasil negocia con la Unión Europea para proveerla de energía, Chile y Uruguay reciben al Secretario del Tesoro de los Estados Unidos y se abren al mundo desarrollado mientras la Argentina cuida que Venezuela no se quede afuera. Tampoco es garantía que la economía con fórceps no termine de dispararse de manera definitiva. A pesar de que el Gobierno tiene cierta bonanza desde su asunción misma no la capitalizó, y cada maniobra demuestra que está lejos de hacerlo en sus últimos 110 días. Lo más importante de todo esto quizás sea la férrea demostración de que no hay siquiera un mecanismo moderno ni tampoco “nueva política” en la estrategia proselitista, y que el adversario más complejo de enfrentar con miras a los próximos comicios está en la propia desidia y en la incontrarrestable apatía como se manejó la Presidencia.

El Gobierno debería analizar si aquellas conspiraciones denunciadas en las últimas oratorias no son acaso meras conductas auto conspirativas.  La “campaña sucia” que acaecería en la elección porteña ahora pasó a ser la muletilla de quién, paradójicamente, hacía uso de ella. El “estilo K” es la amenaza más complicada a enfrentar en Balcarce 50, no la oposición guste o no el modus operandi con el que se presenta. Si finalmente, el sistema eléctrico colapsa no hay ola polar que justifique, ni intervención al Servicio Meteorológico que pueda cambiar nada, menos aún habrá manera de que el humor social genere sonrisa complaciente hacia la Rosada.

Las “desprolijidades” también son vividas como conspiraciones. Felisa Miceli asegura que hay maniobras en su contra mientras tambalea  en la cornisa del Palacio de Hacienda. “Alguien está capitalizando todo esto y quiere apropiarse de mi cargo”, dijo la futura ex Ministra confirmando la hipótesis del “enemigo” dentro de Ejecutivo mismo. Caída por implosión parece ser lo que se espera en vez de alternancia en el poder con sana competencia característica de una democracia bien entendida. El Poder Ejecutivo se va deshaciendo dentro de sí mismo: internas entre ministros, “movidas de piso”, reuniones de gabinete inexistentes, obsecuencia en demasía y el unicato cada vez más fuerte. La intervención gubernamental en Metrogas reveló asimismo la puja por espacios de poder entre la Secretaria de Energía y la Secretaria de Comercio. Hay señales que muestran un Ejecutivo con problemas. El pueblo siempre está lejos y ajeno.

Así, los tiempos se adelantan con premura impensada. Los cambios que sobrevendrían una vez pasada la elección presidencial están ya en marcha y las internas impiden ver más allá de la “propia tragedia”, es decir: los ministros, los funcionarios y hasta el Jefe de Estado hoy juega al “Gran Pirulero”: cada cual atiende su juego y el que no, una prenda tendrá… Miceli está por recibirla. Nadie ha de jugarse por ella pero todos están tratando de asegurarse que no resulte luego una “arrepentida” de las que hablan con verdades más allá de las “intencionalidades políticas”.

Posiblemente haya conspiración, pero esta únicamente se está dando de adentro hacia afuera. Hay riesgo de implosión y eso, lamentablemente, hace que cruzando la vereda también deba estarse alerta.

GABRIELA POUSA

(*) Analista Política. Lic. en Comunicación Social (Universidad del Salvador) Master en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE)