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31/07/2007 | De la cultura en América

Oscar Elía Mañú

El excelente escritor español Antonio Gala describía hace algunos años en el diario “El Mundo”, con la sensibilidad y rigor que le caracterizan, la cultura norteamericana; USA no está de moda. Y además cae fatal. Su tipo de cultura aburre a las vacas, no aporta ni brillo ni esplendor ni tranquilidad a nadie. Ni a ellos mismos. Sus mitos han dejado de serlo; sus tópicos enseñan la oreja. Sólo siguen deslumbrando a los más pobres o a los más tontos, que confunden el dólar con el cielo”.

 

Sorpresa, pero poca; el dogma de nuestro tiempo sigue siendo el dogma del antiamericanismo, religión impuesta a golpe de ideología, de elitismo y de “Educación para la ciudadanía”. A principios de julio, José María Aznar presentaba la edición española de las memorias de Jean François Revel. El viejo león parisino dedicó buena parte de su vida a desmontar los mitos y fantasías que los europeos tienen de Norteamérica. Tarea ingrata y escasamente fructífera, pero que ha provocado quizá el fin de la unanimidad ideológico-cultural europea acerca de EEUU.

Así las cosas, a finales del pasado año, Frédéric Martel publicó con Gallimard “De la culture en Amérique”, y este verano ha pasado por España. Sociólogo, Martel es colaborador habitual de L’Express, Le Magazine Littéraire o Esprit y como tantos intelectuales franceses ha desempeñado numerosos cargos diplomáticos y culturales en la administración. Ex agregado cultural en Boston, el título de su obra remite directamente al estilo de Tocqueville. Pero a diferencia de lo que el título parece indicar, “De la culture en Amérique” no es un libro de ensayo; se trata más bien de una investigación empírica sobre la historia, y el funcionamiento diario de la cultura en los Estados Unidos.

Lo primero que llama la atención sin llamarla es que a diferencia de los países europeos, Estados Unidos no posee un Ministerio de Cultura; la cultura, sin embargo, es un sector especialmente ligado a la administración. La existencia de una institución dedicada a la cultura rompía con la tradición social y política norteamericana, pero nació la National Endowment for the Arts (NEA), a cuyo nacimiento e historia dedica Martel buena parte de su libro. La primera sorpresa, NEA mediante, es que la cultura norteamericana no es tan privada como muchos norteamericanos quisieran ni como muchos europeos creen. Lo cierto es que su cuidado y extensión han sido históricamente mimados por la administración norteamericana, con distintos resultados.

La tesis de Martel, insoportablemente sólida a la luz de los datos aportados, es que Estados Unidos es, con derecho propio una sociedad de la cultura, con más pujanza, movilidad y vigor que la europea. Y el secreto de ello es justamente su carácter alejado e independiente de los rigores y servidumbres de las administraciones y la política. Recientemente, ha sido el libro de Jose María Marco, “La nueva revolución americana” el que ha mostrado a los europeos el funcionamiento real de la sociedad civil norteamericana; la obra de Martel muestra su funcionamiento cultural real, por parte además de un francés que muestra más su desencanto ante Europa que su alegría por Norteamérica.

La cultura en Estados Unidos descansa sobre fundaciones e instituciones privadas, y sobre un hecho fundamental; la política fiscal norteamericana en relación con la cultura es el secreto de su éxito. Mientras los europeos otorgan al gobernante la capacidad de repartir miles de millones entre los suyos, los norteamericanos se reservan para cada uno de ellos el derecho a financiar los proyectos culturales que deseen. Frente a lo estatal, lo público; frente al impuesto, la exención fiscal. En consecuencia, en Estados Unidos la cultura es esencialmente popular y pública, precisamente por no ser estatal.

El carácter realmente público y no estatal de la cultura norteamericana descansa en la relación fluida y continua entre las universidades, las fundaciones y el sector comercial, los tres pivotes sobre los que gira incansablemente. Es decir, en la sociedad civil, al margen de las élites políticas y gubernamentales. En consecuencia, la cultura en EEUU tiene una dinámica propia, independiente, plural. Nociones cualitativas, pero que tienen su expresión cuantitativa. El estudio de Martel es especialmente claro en las cifras que presenta al público francés y europeo.

Las más de 4.000 universidades en Norteamérica contienen 700 museos, 2.300 centros artísticos, 110 editoriales y 3.500 bibliotecas. La biblioteca de Harvard, por ejemplo, tiene el mismo número de libros que la Biblioteca del Congreso, y cuenta con la mayor cinemateca del mundo. ¿Es ajeno EEUU a los grandes museos, al Prado, al Louvre, a la National Gallery? Sin duda; ¿es ajeno a la cultura de los museos? En Norteamérica existe un museo por cada 17.143 habitantes; en Francia, uno por cada 52.500.

En Estados Unidos existe un cine por cada 7.722; en Francia cada 11.725. Puestas las unas junto a las otras, las cifras sorprenden al europeo que si en lo político está satisfecho de sí mismo en lo cultural es insultantemente soberbio. Las cifras económicas muestran que Estados Unidos dedica más recursos a la cultura que Europa, y existen más museos, más cines y más editoriales por habitante que en la Europa orgullosa de su cultura. Lo escandaloso del trabajo de Martel no son sus opiniones; son los números que aporta.

Es cierto, afirma Martel, que el mundo cultural norteamericano no está a salvo de los males que aquejan a la sociedad moderna; precios excesivamente altos, influencia de las preferencias morales e ideológicas de los filántropos, mercantilismo. Peligros que combinan la naturaleza de la sociedad moderna con la del libre mercado, pero que no parecen superiores a los que aquejan a la europea. Martel identifica estos peligros, pero también la barrera que los mantiene bajo unos límites tolerables; la descentralización y pluralidad de grupos e instituciones en la creación de cultura.

En términos sociológicos, del estudio de Martel se desprende una verdad sociológica; la cultura remite a la sociedad de la que surge. Y es aquí donde la cultura norteamericana muestra una ventaja indudable sobre la europea. Si ésta puede presumir de la tradición como parte esencial de toda cultura, América puede presumir del otro gran componente; el pluralismo, la diversidad, la diferencia. Paradójicamente, la Europa que proclama su fe en la diversidad mantiene y cultiva una cultura monolítica, ortodoxa y sometida a unas directrices ideológicas asfixiantes. Ironías de la historia, los Estados Unidos parecen hoy guardianes de una tradición que no poseen, pero que Europa ha dejado exclusivamente en sus manos.

Sin tradición no existe cultura; sin diversidad, tampoco. En Europa, los autocomplacidos denuncian el sometimiento de la cultura americana a la ley del dinero; Antonio Gala parece querer encabezar la hiperculta, hiperalfabetizada e hipertolerante turba que alimenta la pira inquisitorial contra norteamérica. Olvidan que el sometimiento no es cuestión de medios, sino de fines; ¿están los cineastas europeos menos sometidos que los americanos?, ¿son más libres los escritores europeos que sus colegas norteamericanos?, ¿es más libre y culto Antonio Gala que sus colegas norteamericanos?, ¿está más libre de la enfermedad de la codicia económica? Según las cifras que Martel aporta, existen en EEUU tres veces más artistas que policías, unos dos millones, por persona una cifra idéntica a la que se esgrime con orgullo en la rive gauche parisina que la intelectualidad europea presenta como ejemplo.

Esta es, al fin y al cabo, la conclusión de la investigación de Martel que, esta sí, se presenta típicamente tocquevilliana; la cultura es en Estados Unidos un diálogo directo entre el creador y el ciudadano, en el que el Estado brilla por su ausencia. Sistema que Europa desprecia, pero cuyos resultados son insultantes; se publican más libros, existen más editoriales que en la orgullosa Francia, y frente a una biblioteca para cada cuatro mil franceses, existe una para cada dos mil norteamericanos.

Así las cosas, el éxito de la cultura norteamericana no es casual, sino causal; existencialmente mantenida al margen de la política, se mantiene alejada de los virus de ésta. En Estados Unidos, no es la cultura la que depende de la política, sino que por una suerte de equilibrio que hunde sus raíces en la historia y la sociología norteamericana, parece ser más bien la cultura la que se sitúa frente a la política, al margen de ella y por tanto capaz de superarla y supervivirla. Y por tanto capaz de saltar los límites geográficos y hacernos ver otra verdad insoportable; los españoles compran más libros de Paul Auster o incluso de Dan Brown que de Antonio Gala. O la cultura norteamericana no aburre a las vacas, o éstas pacen por otros lares.

Óscar Elíaes Analista  del GEES en el Área de Pensamiento Político.

(Del libro De la culture en Amérique, de Frédéric Martel. Gallimard. París, 2006)

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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