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06/08/2007 | El espía de seda: Jim Thompson

Pedro Rodriguez

En Bangkog, la capital de Tailandia, desde luego que se pueden hacer muchas cosas. Pero uno de los placeres más lícitos en esta exótica aunque también agobiante ciudad de nueve millones de habitantes es visitar la casa de Jim Thompson, el norteamericano que, con un gusto exquisito y un envidiable ingenio, fue capaz de transformar por su cuenta la limitada artesanía local de la seda en una multimillonaria industria de elegante suavidad.

 

La casa, a orillas del canal Sansab, es en realidad un premeditado alarde de arquitectura tailandesa resultante de combinar seis estructuras tradicionales -de madera de teca- en una sola mansión. Tiene salones y jardines difíciles de intuir en mitad del abigarrado paisaje urbano de Bangkok, pero que invitan -si fuera posible- a sentarse y contemplar toda una sofisticada colección de arte asiático salpicada de objetos occidentales y plantas extraordinarias, practicar la coctelería y entablar ese tipo de conversaciones que no se pueden solventar con unos cuantos monosílabos.

Cada año, decenas de miles de visitantes hacen el peregrinaje para visitar la casa de Jim Thompson, donde se tienen que descalzar y entrar en grupos dirigidos con mano férrea por encantadoras guías tailandesas. Muchos más terminan ejercitando la pasión de comprar, bastante contagiosa en Bangkok en la cadena de tiendas que llevan el nombre de su fundador. Todo ello con el evidente riesgo de pasar por alto la historia personal de Jim Thompson, una historia tan fascinante como los diseños de sus artículos de seda, que con una estampida de elefantes y sofisticados colores tienen bastante poco que envidiar a los de otras marcas de lujo europeas.

Un largo viaje

Oriundo de un lugar tan en las antípodas del sudeste asiático como Greenville, Delaware, James Harrison Wilson Thompson fue el benjamín de cinco hermanos, nacido en 1906. De familia adinerada y «conectada», el joven tuvo la oportunidad de graduarse en Princeton y cursar estudios adicionales de arquitectura en la Universidad de Pensilvania. Aunque nunca completó esa carrera, logró encontrar trabajo en una firma de arquitectos de Nueva York y casarse. Pero esa vida cambiaría radicalmente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Jim Thompson fue reclutado para la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), la entidad de espionaje y sabotajes precursora de la CIA. Aprovechando su habilidad para hablar francés, fue infiltrado en territorio galo además de realizar otras misiones en el norte de África e Italia. Después de la victoria de los Aliados en Europa, en mayo de 1945, Thompson fue trasladado a Ceilán para luchar contra los japoneses. Tras superar un riguroso entrenamiento de supervivencia en la jungla, su destino se truncó con la rendición nipona en septiembre. Pero tuvo la oportunidad de servir durante unos meses como enlace de la OSS en Bangkok.

Incapaz de proseguir con su rutina anterior a la guerra, Thompson rompió amarras -incluso matrimoniales- y se estableció definitivamente en la capital de Tailandia embarcándose en una serie de negocios, como la renovación del Hotel Oriental, en previsión de un «boom» turístico. A finales de los años cuarenta se adentró en el negocio de la seda a partir de unos cuantos artesanos, en su mayoría mujeres de origen musulmán congregadas en torno a la barriada de Bankrua. Con ayuda de ese grupo original, Thompson fue capaz de plantear una producción estandarizada, atractiva y viable.

La clave de su éxito fue generar un mercado para la exportación, empezando por diseñadores y decoradores de Nueva York, a los que entusiasmó con ayuda de un muestrario de quinientas telas. Su empresa, iniciada con una modesta inversión estimada en 700 dólares, fue expandiéndose hasta incluir centenares de empleados, un cuartel general en el centro de Bangkok y llegar a la adquisición de plantaciones de moreras para alimentar a los gusanos proveedores de su materia prima.

Toda esta rentable actividad empresarial estuvo jalonada por viajes continuos por países como Birmania, Camboya, Laos o Malasia. Sin quitarse nunca del todo el sambenito de agente de la CIA, Jim Thompson adquiría en esas giras tanto inspiración como piezas únicas para su espectacular colección de arte asiático, que terminaría instalada en su fabulosa casa, construida entre 1958 y 1959 no muy lejos del grupo de tejedoras que le dieron fama y dinero. Esta plataforma le convirtió en fuente de inspiración para decenas de competidores y en el extranjero más famoso de Tailandia desde aquella institutriz británica retratada en «El Rey y yo».

El 26 de marzo de 1967, domingo de Pascua, Jim Thompson estaba disfrutando de unas vacaciones en las montañas de Cameron, Malasia, repletas de tupida vegetación. Instalado con unos amigos en un tranquilo «resort» conocido como Moonlight Bungalow, a 225 kilómetros al norte de Kuala Lumpur, salió a dar un paseo en solitario hacia las tres de la tarde. No se llevó sus habituales cigarrillos y sus anfitriones le esperaban para tomar el té. Nadie volvería a verle, pese a que le estuvo buscando un pequeño ejército de policías locales, tropas coloniales británicas, amigos americanos, aborígenes y perros adiestrados. Tampoco sirvió de nada el aliciente de una cuantiosa recompensa a cambio de información sobre el paradero del empresario millonario.

Múltiples teorías, algunas muy conspirativas, han intentado explicar esta misteriosa evaporación sin dejar rastro alguno: desde un ataque de fauna salvaje o bandidos hasta un crimen pasional pasando por explicaciones relacionados con su etapa como agente de los servicios de inteligencia de Estados Unidos. Por supuesto, tampoco faltan rumores sobre avistamientos periódicos. Aunque, con diferencia, el mejor lugar para encontrase con Jim Thompson sea algún rincón mágico de su casa de Bangkok. Al menos, allí es donde reside su leyenda.

ABC (España)

 



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