Lo más significativo de la visita de Estado del presidente Lula es que se haya realizado. Con una excepción, la de los biocombustibles, todas y cada una de las iniciativas que se han puesto en marcha a raíz del cambio de gobierno en México, incluida la invitación al presidente brasileño, la propuesta de la Comisión Binacional, la propuesta de un grupo de alto nivel que examine los problemas prácticos del comercio, la propuesta para ampliar el ACE 53, la propuesta de megaexposiciones culturales, la disposición a ingresar al Mercosur como Estado asociado, el diálogo estratégico multilateral, etcétera, están incluidas en los comunicados conjuntos, minutas y convenios acordados en los pasados cuatro años. Sin embargo, cálculos políticos de ambos gobiernos impidieron su puesta en marcha. A veces por el lado de México, a veces por el de Brasil, se recurrió a la técnica de la criogenia.

Hubo un desfase en los tiempos políticos: mientras que el gobierno del presidente Fox se acercaba a su segunda mitad, con el llamado bono democrático bastante desgastado y la luna de miel con el presidente Bush convertida en la pesadilla postseptiembre 11, el gobierno del presidente Lula se estrenaba con la energía y el entusiasmo de un triunfo arrollador en las urnas y una aclamación mundial por la llegada a la Presidencia, a base de talento, perseverancia y convicción democrática, de un hijo del Brasil más humilde.

El nuevo gobierno brasileño ponía en práctica una diplomacia que quería diferenciarse claramente de la del gobierno anterior, enfatizando su compromiso con el sur.

Así como a inicios de los noventa la atención de la diplomacia y la política comercial mexicanas se volcaron hacia la negociación y aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, así, las energías de la diplomacia y la presidencia brasileñas se concentraron prioritariamente en el fortalecimiento del Mercosur, en la construcción de la Comunidad de América del Sur (CASA), en el estrechamiento de vínculos con los otros "países ballenas" del sur: India, China y África del Sur y en la batalla por una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU que garantizara un asiento permanente a Brasil. El liderazgo del presidente Lula en el subcontinente era incuestionable: Argentina se encontraba inmersa en una crisis que parecía no tener fin, el presidente Chávez enfrentaba una larga huelga en la estatal petrolera y liderazgos emergentes como el de Evo Morales en Bolivia parecían mirar el ejemplo de Lula con admiración fraterna. El quehacer estaba en el sur.

El desfase entre las iniciativas de las diplomacias brasileña y mexicana tuvo un efecto interesante pues permitió apreciar la energía de otras corrientes de relación entre los dos países que no dependían directamente de la voluntad gubernamental. Hay que destacar dos: la fuerte corriente de inversiones de capitales mexicanos en Brasil y viceversa y la fascinación mutua de las comunidades culturales. Brasil fue invitado de honor en innumerables festivales de cine, danza, teatro y música en la provincia mexicana y los nuevos talentos del cine, literatura y arte contemporáneo mexicanos fueron requeridos en los rincones más inesperados de Brasil. Estos eran síntomas auspiciosos pues sin el gusto y la admiración por la cultura del otro, difícilmente pueden prosperar los mejores esfuerzos gubernamentales. Y de la misma manera, sin que las comunidades empresariales se midan y se conozcan, sin que se enfrenten los problemas prácticos del comercio y los negocios, las propuestas de instrumentos formales de comercio y de relación económica tendrán poco sentido.

La elección del presidente Calderón coincidió con la reelección del presidente Lula y esta coincidencia ha permitido un reencuentro de las energías políticas de ambos gobiernos. México comprueba día a día la dificultad de Estados Unidos para ubicar al país en particular y a América Latina en general en algún lugar de la caótica agenda de su política exterior. Por su parte, Brasil encuentra un subcontinente muy distinto del que recibió al presidente Lula: polarizado entre varios liderazgos y con concepciones contrastantes acerca de cómo y hacia dónde debe desarrollarse esta región.

Cada uno de los dos gobiernos llegó con cierta idea preconcebida de quiénes serían sus parejas favoritas en la pista de baile que es América Latina y el mundo y qué coreografía les inspiraba. Pero después de algunos compases, las ideas preconcebidas han cedido a la evidencia de una realidad más complicada. El sur que Brasil idealizaba es menos propenso a dejarse llevar suavemente bajo la tonada de la solidaridad suriana. Y para México, las ventajas del TLCAN son ahora compartidas con otros muchos países, no así las desventajas de una vecindad tan compleja. Es hora, pues, de dejar de evadirse y tomar la responsabilidad de unir la fuerza de las dos mayores economías de América Latina para crear condiciones de crecimiento y progreso.

Cómo detonar la competitividad y la productividad de las economías de la región, cómo poner en práctica estrategias de empleo y modernización, cómo financiar ambiciosos planes de infraestructura, cómo multiplicar la formación de científicos y técnicos; cómo derrotar a la pobreza y a la desigualdad extremas: preguntas apasionantes para las cuales cada uno ha intentado respuestas. Compartamos el reto de resolverlas para beneficio de toda América Latina.

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