Lo ocurrido con el escándalo del maletín en Argentina, que arrastró a un funcionario muy próximo a Kirchner y llenó de vergüenza a la propia casa de gobierno, es solo la superficie, la coyuntura, de un modus operandi que sigue al presidente de Venezuela, Hugo Chávez. El escándalo se desató por el descubrimiento de una valija cargada de dólares (790.000) en un avión relacionado con la visita de ese presidente a la Argentina, y con los negocios que éste impulsaría.

Un dato muy llamativo en la relación especial que Argentina mantiene con Venezuela es la exclusión de la cancillería en todo lo que tenga que ver con el trato político y comercial. La suspensión de todo lo que implique el tratamiento diplomático o la necesidad de un control por parte de Exteriores. En cambio, la relación bilateral se maneja por caminos estrictamente políticos que incluyen funcionarios de áreas que, en condiciones normales, no deberían participar. Pero esto queda justificado por "el trato excepcional" que se prestan ambos países.

Chávez pasó por Argentina dejando un mensaje recio contra los Estados Unidos y todo lo que represente "el fantasma del imperialismo". A cambio, debería existir una alianza de países ideada bajo su liderazgo y sus principios. Lo primero y más básico que puede pensarse es que si esta alianza sigue el modus operandi de lo ocurrido en Argentina, estaría condenada desde su más embrionaria concepción. El "escandelete" argentino sirvió para demostrar, una vez más, los caminos planteados por una retórica cargada de principismo pero muy cercana al abismo político. Kirchner habrá comprobado este matiz con particular crudeza.

Las repercusiones del caso aun continúan en Argentina, muy próxima a las elecciones generales. Esto se vio reflejado en la ausencia de Cristina –esposa y candidata- en la última reunión de gabinete, supuestamente muy disgustada con la actitud del gobierno. Esta rencilla interna, cuyos secretos serán cuidadosamente reservados, es el despojo que deja la visita de Chávez al país. En efecto, hubo compra de bonos y promesas de mayor cooperación, pero la ciudadanía conservará ese sabor ralo, amargo, de que algo pasa en el poder y no es precisamente bueno. Luego, los analistas y pensadores escurrirán sus capacidades preguntándose, con algo de fatalidad, por qué no funciona la democracia en América Latina.