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19/08/2007 | USA'08 - Candidatos a la carrera

Pedro Rodriguez

Los que piensan que la política es algo aburrido, predecible, medio amañado, facilón y hasta casposo deberían haber veraneado este año en Estados Unidos para asomarse a una campaña presidencial que apunta a unas elecciones excepcionales dentro de los más de doscientos años de experiencia democrática a este lado del Atlántico.

 

No importa que a George W. Bush le queden todavía 519 días en la Casa Blanca, que las primarias no vayan a dirimirse hasta lo más duro del invierno, que los republicanos y demócratas no tengan previsto celebrar sus convenciones nacionales hasta el verano que viene, ni que la definitiva cita con las urnas no vaya a ser hasta el 4 de noviembre del 2008.

Con una sobredosis de anticipación y virulencia, los muchos aspirantes a la Casa Blanca se han embarcado en una singladura política por tierras ignotas con la promesa de hacer historia. En buena parte porque, por primera vez desde 1952, no aparecerá en las papeletas de votación el nombre de ningún ocupante de la Casa Blanca. El presidente Bush no puede constitucionalmente optar a un tercer mandato y el vicepresidente Cheney ha dejado claro que no tiene ambiciones de ascender un puesto en el orden de prelación del Ejecutivo federal.

Junto a esa circunstancia que añade más fuego de lo habitual a la pugna política, estas elecciones están plagadas de teóricas opciones pioneras y sin precedente. Ya que los votantes de Estados Unidos tienen la posibilidad de entregar las llaves de la Casa Blanca a la primera mujer (Hillary Clinton), al primer afro-americano (Barack Obama), al primer mormón (Mitt Romney), al primer hispano (Bill Richardson) e incluso al hombre con más edad al entrar en el despacho oval (John McCain).

¿Sorpresa a la vista?

La ausencia de candidatos favoritos y avasalladores —que puedan gustar simultáneamente tanto en Kansas como en California— alienta también la posibilidad de «tapados», «comodines» y «caballos oscuros» que den sorpresas más adelante. Los republicanos, que parecen acusar más la falta de entusiasmo que genera su actual plantel de aspirantes entre sus bases, se pueden encontrar con la sorpresa de alternativas tan peculiares como el ex senador y actor Fred Thompson. Mientras que los demócratas no terminan de enterrar definitivamente la resurrección de Al Gore como candidato presidencial.

Sin olvidar tampoco la opción de una desestabilizadora candidatura independiente a cargo de un multimillonario con fama de solucionar problemas, al estilo del papel que jugó Ross Perot en el pulso presidencial de 1992 que dividió el voto republicano y abrió las puertas de la Casa Blanca a Bill Clinton. Este año, las ensoñaciones a tres bandas se encuentran alimentadas sobre todo por el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, y su reciente y muy comentada decisión de darse de baja en el Partido Republicano.

Guiño al lobby gay

En esta línea de plusmarcas e inusitadas circunstancias, los principales aspirantes a la Casa Blanca del Partido Demócrata han participado en un pionero debate televisivo dirigido a lesbianas, homosexuales, bisexuales y transexuales. Un foro celebrado este mes en Los Ángeles y que forma parte del esfuerzo sustancial de los demócratas por conectar con estos votantes consistentes y organizados, que suponen un estimado cinco por ciento del total del electorado. Con todo, este guiño excepcional no se ha traducido en un respaldo hacia el matrimonio para parejas de mismo sexo.

La campaña de cara a las presidenciales de 2008 también ha planteado un sorprendente uso bipartidista de la sensualidad como arma electoral, que a su vez pone a prueba los límites permisibles en la política de Estados Unidos con respecto a carantoñas públicas, segundas o terceras esposas mucho más jóvenes y escotadas. Lo que ha generado debates impensables en otros tiempos sobre cuán «sexy» puede ser una «First Lady» o hasta dónde pueden llegar las demostraciones públicas de afecto entre un candidato presidencial y su pareja.

Esta cascada de montajes y poses contra toda la tradición puritana de Estados Unidos ha quedado resumida en una comentada entrevista concedida por Rudolph Giuliani y su actual esposa Judith a la revista «Harper´s Bazaar». Texto ilustrado con una foto a toda página de la pareja con un beso apretado que ha parecido más bien como el preludio de algo más apropiado entre los contenidos del «Playboy».

El papel de internet

Desde un punto de vista tecnológico, la campaña en curso también está rompiendo moldes con la ayuda de internet. Una iniciativa conjunta de la cadena de televisión CNN y el archi-popular portal de vídeos YouTube ha servido para encauzar toda clase de preguntas para producir debates más interesantes, espontáneos y verosímiles. Y sin salir de internet, modelos con cuerpos espectaculares y canciones bastante subidas de tono también han servido para elevar de forma inusual la temperatura de la campaña en curso.

Con todo, el factor que más justifica el carácter incomparable de estas elecciones es el pulso planteado en torno al calendario de primarias que amenaza con cambiar radicalmente el sistema ordenado, participativo y gradual que ha venido utilizando Estados Unidos para seleccionar a los nominados presidenciales de cada partido. El afán por tener tanto protagonismo como Iowa y New Hampshire —las dos circunscripciones tradicionalmente a la cabeza de este proceso— amenaza con alterar y comprimir este proceso, en detrimento de los aspirantes con menos recursos.

Adelanto de primarias

Este mes, el Partido Republicano de Carolina del Sur ha confirmado su intención de adelantar sus primarias hasta el 19 de enero. Una decisión tomada para preservar su estatus de primer pulso electoral sureño y como respuesta a la decisión de la legislatura de Florida de adelantar sus primarias al 29 de enero. Lo que a su vez, en un dominó interesado, va a provocar una cascada de cambios adicionales ya que tanto Iowa como New Hampshire no están dispuestos a perder su estatus privilegiado.

Con el agravante de que este ciclo electoral va a contar con un «Súper-Súper-Martes», previsto para el 5 de febrero. Fecha en la que veinte de los cincuenta Estados de la Unión —encabezados por gigantes como California o Nueva York— piensan pronunciarse sobre el plantel de pre-candidatos. Lo que puede plantear una campaña general por la presidencia de casi diez meses de duración, la más larga en la historia de Estados Unidos.

El electorado no se engancha

Ante estas nuevas reglas, y la realidad de que ningún candidato tiene los recursos materiales necesarios para hacer campaña en todas partes, se empiezan a decantar dos teorías sobre posibles consecuencias de la guerra del calendario. Por un lado, se argumenta que los primeros Estados van a perder importancia porque la atención se va a centrar en lo que pase el 5 de febrero, que por su envergadura amenaza con transformarse en una primaria a escala casi nacional. Pero tampoco faltan quienes insisten en atribuir una relevancia multiplicada al impulso inicial de Iowa o New Hampshire.

A pesar de todos estos esfuerzos, el electorado de Estados Unidos no termina de engancharse con el debate político que ya empieza a adueñarse de sus televisores. Lo único que parece claro es el descontento con el «status quo». Las encuestas identifican a siete de cada diez estadounidenses pensando que el país va por el mal camino. Igualmente, siete de cada diez consideran que tanto el presidente Bush como el Congreso bajo la nueva mayoría demócrata no están haciendo un buen trabajo. Con una mayoría que se opone a la guerra de Irak y más de dos tercios que quisieran tener más opciones que el Partido Republicano o el Partido Demócrata.

Nuevos factores

Fiel a su tradición de cambio perpetuo, Estados Unidos se enfrenta a esta batalla electoral entre profundos cambios demográficos. Desde el impacto de los más de diez millones de inmigrantes «sin papeles» hasta el crecimiento de la noche a la mañana acumulado en el llamado «cinturón del Sol» (Arizona, California, Florida, Nevada, Nuevo México, Texas, Georgia y Carolina del Sur). Además de las ansiedades no conjuradas ante una nueva ofensiva terrorista de Al Qaida y todas las incertidumbres planteadas por el fiasco de la «hipotecas basura» para la mayor economía del mundo.

A la vista de esta «tormenta perfecta», no hay que rebuscar mucho para encontrar historiadores, politólogos, analistas y tertulianos sin muchos reparos en calificar a estas alturas las elecciones de 2008 como las más importantes en la historia de Estados Unidos. Inspirando comparaciones con 1932 (la victoria de Franklin Delano Roosevelt y el giro copernicano protagonizado por el gobierno federal con el «New Deal»), 1962 (todas las ilusiones planteadas por la llegada de John F. Kennedy a la Casa Blanca) o incluso 1980 (con la revolución conservadora de Ronald Reagan).

Y para colmo dentro de este jardín de las delicias para los adictos a la política de Estados Unidos, no faltan vaticinios de que esta democracia tiene, por primera vez en más de medio siglo, la posibilidad de que republicanos o demócratas lleguen el verano que viene a sus respectivas convenciones nacionales en Minneapolis y Denver sin un favorito claramente definido. Algo tradicional entre 1872 y 1952 pero impensable en una era cuya coreografía perfecta amenaza con terminarse abruptamente.

ABC (España)

 


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