El agite diplomático consiste en el ir y venir creciente entre las capitales, haciendo alianzas y proyectos, en todo caso en contactos personales de los que algo queda y que en todo caso dejan ver evolución. Con dos polos visibles, el Lula de Brasil y el Chávez venezolano, de acá para allá, compitiendo por quién es la cara de la región y en el fondo por cuál de sus dos discursos acaba imponiéndose dentro y figurando fuera.

La inmovilidad e impasibilidad internacionales del Gobierno Nacional al respecto tiene como explicación la incondicionalidad de siempre con E.U. y ahora del presidente Uribe con el presidente Bush, que al tiempo que le resta maniobrabilidad le garantiza un apoyo tradicional para los apuros recurrentes de la politiquería nacional.

Eso aísla al país de sus semejantes, no obstante novedades como la habilidosa venia a Venezuela, que por lo pronto no se sabe qué desarrollo tenga y qué tan bien vista sea en la Casa Blanca.

Pero la realidad es la ebullición creciente en una región donde siempre la ha habido, pero nunca antes por tan alto, o sea en los palacios de gobierno y los Congresos, donde en casi todas las grandes capitales latinoamericanas hay hoy personajes y discursos muy diferentes de la tradicional dirigencia regional arrodillada y reaccionaria. Con otra diferencia: en la sempiterna crisis latinoamericana esta vez no figura la salida de los cuarteles. Estos países han experimentado de sobra que los procedimientos militares son socialmente inviables y el mundo hoy, ni siquiera E.U., toleraría las proverbiales dictaduras tropicales.

En Colombia, la diferencia con buena parte de la región es el signo de su gobierno, pero lo común con ella es la emergencia de fuerzas sociales con vocación de oposición y gobierno. Para las elecciones de octubre las encuestas muestran a un candidato que hace poco nadie hubiera imaginado ver en aprietos frente a la misma oposición que gobierna la capital. Aunque son golondrinas que no hacen verano porque el país se ve muy lejos del remezón venezolano, de la novedad en Brasil o Argentina, de la transformación mexicana, de Nicaragua, de Bolivia, Ecuador, Nicaragua o Uruguay por supuesto. Nadie mira con el mismo horror las posibilidades de reelección aquí que las de Caracas.

Ha sido tradicional, grave y elocuente la indiferencia por lo mundial de la opinión nacional, pero peor por lo regional. Lo primero lo prueba por ejemplo que aquí nadie le cobre al Gobierno su compromiso con lo que sucede en Irak, que provocó la renuncia del primer ministro inglés; y lo segundo, que lo que sucede alrededor se siga presentando con la misma manipulación  y atraso de la época del macartismo, cuya cuenta aún se sigue pagando.