Estamos en contra de que se criminalicen legítimas luchas sociales, pero condenamos con igual contundencia que grupos como el Ejército Popular Revolucionario (EPR), que ya se responsabilizó de los hechos, se hagan notar por su saña destructiva para perturbar la paz nacional.

Es una ominosa coincidencia que las explosiones hayan sido perpetradas en vísperas del sexto aniversario del ataque contra Nueva York y Washington con aviones de pasajeros secuestrados y utilizados como misiles por tripulaciones suicidas.

Hoy es 11 de septiembre. Hace seis años el periódico francés Le Monde tituló su ejemplar del día siguiente a los ataques con un solidario “Todos somos estadounidenses”. Hoy ni los propios estadounidenses están tan orgullosos de serlo. Una encuesta del diario USA Today documenta el hartazgo de la mayoría con una fallida intervención militar en Irak porque a la brutalidad terrorista se respondió erróneamente con la invasión a un país no directamente vinculado con los ataques.

Ese es un riesgo inherente al uso de la violencia: que los responsables de la seguridad nacional no siempre aciertan con el método para enfrentar a quienes buscan el desorden.

En ese sentido, el gobierno de México debe ser cuidadoso al extremo para enfrentar de manera proporcional el reto a la autoridad. Porque frente a eso estamos, un ataque a una empresa estatal, un daño a la red distribuidora de energía del país y un golpe a la seguridad y a la economía.

Además, aunque hasta ahora no ha habido víctimas fatales, las explosiones prácticamente duplicaron su ámbito de afectación respecto de las del 5 y 10 de julio pasados. Entonces seis estados de la Federación fueron afectados; hoy es una decena.

El EPR no va a obtener así ninguna simpatía para su causa, que presumiblemente sigue siendo la aparición de dos de sus principales dirigentes.

Seguir afectando patrimonio nacional y la vida cotidiana de los mexicanos no les granjeará adhesiones a su causa, si es que efectivamente la tienen más allá de buscar la desestabilización de un régimen democrático.

Esta semana una vez más empresas y particulares padecerán restricciones en el consumo de combustibles en perjuicio no sólo de su comodidad, sino de su actividad productiva. Eso es algo que a quienes dicen representar a los obreros y a los campesinos, al pueblo, debería de preocuparles.

En el panorama nacional, infestado de reyertas políticas, disputas legislativas, desacuerdos sociales y penurias económicas, tenemos que rechazar enérgicamente la violencia estéril, que sólo causa males y no ofrece ya no digamos bienes, sino ni siquiera la posibilidad de una convivencia pacífica. Lo que requerimos son ideas y propuestas imaginativas, no destrucción del patrimonio de la nación.