La circunstancia de que unas cuantas docenas de mis conciudadanos piensen que están en libertad de mostrar su desacuerdo con los resultados anunciados por las autoridades competentes, llevando a cabo actos de vandalismo y violencia, no me quita la sensación de profunda satisfacción, como ciudadano de esta pequeña gran nación, de haber presenciado cómo alrededor de tres millones de votantes acudieron a depositar su voto en orden, con sentido de responsabilidad cívica y fe en el fundamento primario de sus instituciones: el consentimiento de los gobernados.

Tanto la personal experiencia de acudir al centro de votaciones que me tocó, como también la posibilidad de seguir el desarrollo de los acontecimientos por la televisión, me llenan de esperanza sobre el futuro de nuestro país, porque las bases, los cimientos de esta República, están en esos millones de ciudadanos que cumplieron con un deber —que no con una obligación legal— de responsabilidad cívica para con ella.

También me impresionó de manera favorable el hecho de que hubiera tantos edecanes, mujeres y hombres jóvenes, entregando su domingo al servicio de sus conciudadanos con eficiencia, cortesía y con gusto. A mí, así me atendieron.

Es imposible —y sería peor— que no se den a conocer los incidentes de desorden y violencia que se suscitaron. Comparados con el éxito del proceso en su conjunto, son aberraciones que, sin embargo, deben conocerse, analizarse y, sobre todo, ser motivo de actuaciones muy concretas por parte de las diversas autoridades con competencia para resolver sobre lo ocurrido.

En parte son acontecimientos que se dan por la inacción parcial o total de esas mismas autoridades en ocasiones anteriores. Si cuando se suscitaron protestas violentas que terminaron con la destrucción de estaciones de policía, de edificios municipales o de la residencia misma de más de algún alcalde durante los últimos dos o tres años, tanto la Policía Nacional Civil como también el Ministerio Público y los tribunales competentes hubieran actuado con toda eficacia, sin más ni menos que aplicar las normas legales correspondientes, otro gallo hubiera cantado ahora.

Pero como son tantos los que se han salido con la suya y parte sin novedad, pues convierten su cobardía de actuar tras el anonimato de la turba, en osadía.

Otro aspecto importante de resaltar es que las encuestas publicadas, si bien muestran variaciones respecto de los resultados finales, explicables por el momento en que cada una fue realizada, demostraron una vez más ser confiables.

No como instrumentos para decidir por quién votar —que no es esa su finalidad— sino como información sintética sobre las preferencias imperantes en las diversas etapas de un proceso largo y complejo, como lo es el electoral.
El TSE y otras autoridades electorales recibieron palo en más de una ocasión a lo largo de dicho proceso; sin embargo, llegado este punto mi humilde opinión es que debe reconocerse que los funcionarios a cargo de todo ello pueden decir satisfechos: misión cumplida.