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06/10/2007 | Biocombustibles I

José Sarukhán

Resulta curiosa la forma en que la mente humana funciona. Ante las evidentes consecuencias ambientales negativas por el consumo de combustibles fósiles y el alza de los precios de los mismos, especialmente los requeridos para el transporte, la respuesta central —y casi exclusiva— de individuos y gobiernos ...

 

Resulta curiosa la forma en que la mente humana funciona. Ante las evidentes consecuencias ambientales negativas por el consumo de combustibles fósiles y el alza de los precios de los mismos, especialmente los requeridos para el transporte, la respuesta central —y casi exclusiva— de individuos y gobiernos en casi todo el planeta ha sido sustituirlos por los llamados biocombustibles, en lugar de —o en adición a— reducir y hacer más eficiente el consumo de los mismos, de utilizar de manera más generalizada vehículos de bajo consumo de combustible o reducir el uso del vehículo unipersonal, y estimular un atractivo transporte público.

Uso el ejemplo del transporte porque representa, a escala global, dos tercios del consumo mundial de combustibles fósiles, y en el caso de Estados Unidos —el mayor emisor de gases de invernadero (GI’s)— el transporte (de todos tipos) emite alrededor de mil 900 millones de toneladas de bióxido de carbono, que representan más de un tercio de sus emisiones totales de GI’s; y porque el año pasado se produjeron en el mundo 69.3 millones de vehículos, una gran parte de ellos para transporte unipersonal.

En pocos años ha habido una explosión en la investigación y el desarrollo de biocombustibles a partir de una variedad de materias primas vegetales; lo vertiginoso del proceso merece un análisis debido a las serias implicaciones económicas y sociales, aparte de las meramente ecológicas. Por lo amplio del tema y la extensión de este espacio, utilizaré más de una entrega a tratarlo, y aun así, me temo que sólo superficialmente.

Un reporte reciente de las Naciones Unidas ha generado una advertencia sobre los riesgos que implica la producción de diversos biocombustibles, particularmente los derivados de cultivos de plantas alimenticias como el maíz y la soya; entre estos riesgos se anotan un estímulo a la deforestación, el desplazamiento de los pequeños productores y la generación de escasez de alimentos y un incremento de la pobreza. En el balance de pros y contras del estudio, el documento de la ONU recomienda a los gobiernos tener mucho cuidado acerca de las consecuencias humanas, económicas y ambientales, del desarrollo de los biocombustibles, consecuencias que en algunos casos pueden tener efectos irreversibles.

En 2006, más de un tercio de la producción de maíz de EU se convirtió en etanol para mezclar con combustibles ortodoxos, y Brasil y China han dedicado unos 20 millones de hectáreas a la producción de biocombustibles, y la mayor parte de los insumos para producir estos combustibles provendrán desafortunadamente de los países pobres.

El estudio de la ONU señala que los cultivos para este fin tienen el potencial de reducir y estabilizar los precios de los combustibles, lo cual es benéfico para los países pobres; pero también señala que una expansión de estos cultivos con fines de sustitución de combustibles fósiles puede añadir incertidumbre y puede incrementar la volatilidad de los precios de los alimentos con consecuencias negativas en cuanto a la seguridad alimentaria de los países.

Casi cualquier material vegetal (la vegetación natural, cultivos agrícolas o residuos de ellos, etcétera) puede utilizarse para generar energía y la forma más simple de obtener energía es quemar leña; 40% de la población mundial (y casi 30% para México) depende del uso de biomasa para satisfacer sus necesidades domésticas. En la producción industrial de biocombustibles, los carbohidratos del tejido vegetal se pueden descomponer para producir etanol o convertirlo en biodiesel, la otra forma de biocombustible.

Para que un biocombustible sea una alternativa viable debe tener las siguientes características: 1) proveer una ventaja neta de energía, 2) tener ventajas ambientales sobre el combustible que intenta sustituir, 3) ser económicamente competitivo y 4) ser producido en grandes cantidades sin afectar la disponibilidad de alimentos. Debe además sujetarse a una evaluación de ciclo de vida para evitar la adopción miope de “opciones” que superficialmente parecen atractivas o que están de moda. Entraré en más detalles en mi siguiente entrega.

Investigador del Instituto de Ecología de la UNAM

El Universal (Mexico)

 


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