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17/10/2007 | Diagnóstico; abolición del hombre

Oscar Elía Mañú

Desde marzo de 2004, la derecha española se pregunta estupefacta acerca del gobierno socialista que dirige la nación; ¿incapacidad política o ideología despiadada?, ¿certeza estratégica o cortoplacismo miope?, ¿ignorancia o perversión?

 

Uno tras otro, los errores diplomáticos, institucionales o económicos son seguidos de oscuras maniobras de enorme alcance ideológico, moral y cultural. Cada día, a una crisis sigue otra, y todas impulsan al país hacia el mismo lado. ¿Es Rodríguez Zapatero causa de la crisis cultural y moral española? ¿Es consecuencia de ella?

Lo cierto es que la política cultural y educativa del Gobierno de Rodríguez Zapatero parece ser ambas cosas. Causa porque, vía apología del laicismo, hispanofobia y odio a Occidente, empuja a los españoles más jóvenes hacia una crisis de alcance aún por determinar. Consecuencia porque estos males no nacieron con el gobierno surgido el 14M, sino que afectan a la propia civilización occidental que parte de la izquierda combate con tanto ahínco. El Gobierno socialista simplemente pisa el acelerador de un proceso iniciado bastante antes de que Rodríguez Zapatero soñara siquiera con habitar La Moncloa.

Clive Staples Lewis escribe The Abolition of Man en 1943; menos de diez años después vendría El león, la bruja y el ropero (1951), primera entrega de las exitosas Crónicas de Narnia; pero la presente obra no parece la de un simple novelista de mundos imaginarios, sino de un pensador riguroso situado más allá de las aventuras que hoy divierten, vía película de aventuras, a los niños de medio mundo. Felizmente, Ediciones Encuentro recupera La abolición del hombre en el momento en que los niños españoles comienzan a estudiar Educación para la Ciudadanía, y su advertencia suena profética “no es una teoría lo que les están metiendo en la cabeza, sino que les hacen asumir algo que, diez años después, una vez olvidado su origen y siendo inconscientes de su presencia, les condicionará a la hora de tomar parte en una controversia que nunca habrán reconocido como tal” (p 11).

Hoy como ayer, no es del conocimiento de lo que se trata; es del propio hombre. Y dos elementos combinados le amenazan desde hace demasiado tiempo; el materialismo científico y el materialismo progresista. Para el primero, debe rechazarse todo aquello que vaya más allá de procesos fisiológicos y biológicos. Para el segundo, debe rechazarse todo aquello que no encaje en una concepción histórica entendida como progreso social. Uno y otro buscan desembarazarse de todo aquello que no se puede controlar por la técnica y la ciencia o por el adoctrinamiento y la propaganda.

¿Cómo no observar el interés de unos y otros por jugar con los misterios del hombre, los de la vida y los de la muerte? La revolución científica y la revolución ideológica han dado lugar a los métodos anticonceptivos, al aborto, a la manipulación de embriones, la eutanasia o el suicidio asistido. Todo en nombre de los derechos: ¡Es el progreso¡!Es la liberación¡!Es la felicidad¡, clama la intelligentzia tanto como los concursantes de Gran Hermano. Paradoja histórica, quien se muestre escéptico ante los progresos de la ciencia, el materialismo o el laicismo dogmático, es el oscurantista; cualquier crítica humanista deviene en demoníaca para esta neoilustración salvaje; Hoy Sócrates arde en la misma hoguera que la Conferencia Episcopal.

En la era de la cirugía plástica, del cambio de sexo y de los hijos a la carta, el futuro se presenta alentador para los profetas de la liberación material y espiritual; llegará un momento, afirma Lewis, en el que todo rastro del hombre antiguo, el de la Razón Práctica, el de los valores absolutos –bondad, belleza, verdad-, habrá desparecido. Entre laboratorios de genética, centros de planificación familiar y clases de tolerancia y ciudadanía, la moral, la ética y la estética habrán dado paso al interés, a mis principios, a mis gustos. Será, este sí, el fin de la historia, el la victoria del hombre nuevo, emancipado de su naturaleza y de su pasado. “La batalla estará ciertamente ganada. Pero ¿quién, en concreto, la habrá ganado?” (p.60)

El hombre ha buscado el dominio de la naturaleza, y al final le llegará el turno a sí mismo; hoy, en nombre de la liberación, el ser humano busca hacer y deshacer a voluntad al propio ser humano. Decidir quién nace y quién no, quién muere, quién tiene derecho a vivir, de qué forma, en qué condiciones. Y advierte Lewis; “bajo este punto de vista, lo que llamamos poder del Hombre sobre la naturaleza se revela como un poder ejercido por algunos hombres sobre otros con la Naturaleza como instrumento” (p. 57). ¡Sorpresa¡ Con el pretexto del progreso humano, el dominio sobre el hombre, el poder descarnado, hace su reaparición entre las vacías llamadas a la paz, el diálogo y la tolerancia. Y lo hace con una ventaja; ¿cómo alzarse ante quien dice defender estos conceptos?

En lo material, se manipula, elimina y experimenta científicamente con seres humanos; en lo espiritual, se reduce la educación a propaganda e ideología. Hay motivo para ser pesimista ante el devenir histórico que ha tomado la modernidad; generación a generación, el hombre amputa su realidad espiritual y trascendente, ética y moral. Pero este rechazo de la costumbre, la tradición, no sólo es antidemocrático; es totalitario. Y Lewis es brutal al reconocer la mirada del despotismo en la oratoria más demagógica: “los métodos pueden diferir en el grado de brutalidad. Muchos científicos con anteojos y mirada candorosa, muchos actores populares, muchos filósofos aficionados entre nosotros tienen la misma significación de cara a la Larga Carrera que los legisladores nazis en Alemania” (p. 72)

Pero la Larga Carrera no es tal. Es la naturaleza la que, en una suerte de pirueta impensable, acaba dominando al hombre. Cuando, vía Manipuladores, el hombre quede reducido a procesos químicos y psicológicos por un lado, y a materia prima susceptible de manipulación en nombre de instintos primarios por otro, el hombre quedará reducido a una sombra de lo que realmente es; convertido en sujeto de servidumbre, en súbdito de los ingenieros de almas y los científicos de lo social. Pero Lewis está lejos de condenar a la ciencia al infierno al que ésta condena a la Razón Práctica. Muestra la alternativa fundamental, la del reconocimiento de aquello, Ley Natural, Razón Práctica o Tao, que se impone al hombre, ciudadano o gobernante, y que exige de éste respeto, admiración y adecuación. Una ética objetiva, cuyos fundamentos pueden ser discutibles y discutidos, pero que exigen del ser humano respeto y adecuación moral. Unos fundamentos a los que el gobernante, el periodista o el educador deben plegarse, y no al revés. Es decir, justo lo contrario de lo que los ingenieros de almas del año 2007 proponen para los españoles y sus hijos.


Oscar Elía Mañú es Analista  del GEES en el Área de Pensamiento Político.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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