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30/10/2007 | Ya no hay país omnipotente

Joseph S. Nye

Una enseñanza decisiva que el próximo Presidente de Estados Unidos extraerá de las experiencias del gobierno de Bush será, seguro, la de que el multilateralismo importa.

 

Las ideas de hegemonía y respuestas unilaterales tienen poco sentido cuando la mayoría de las amenazas graves que los países afrontan en la actualidad —cambio climático, pandemias, estabilidad financiera y terrorismo— quedan fuera del control incluso de los países mayores. Todos ellos requieren la cooperación multilateral.

Las Naciones Unidas pueden desempeñar un papel importante para ayudar a legitimar y aplicar los acuerdos entre países, pero incluso sus amigos más fieles reconocen que su gran tamaño, sus rígidos bloques regionales, sus procedimientos diplomáticos formales y su voluminosa burocracia impiden con frecuencia el consenso. Como dijo un sabio, el problema para las organizaciones multilaterales es el de “cómo lograr que todo el mundo participe y, aun así, lograr que se actúe”.

Una respuesta es la de complementar las Naciones Unidas creando organizaciones consultivas oficiosas en los niveles regional y mundial. Es así que se formó el G-8. En época más reciente, se ha invitado a la cumbre anual del G-8 a otros cinco países para que asistieran como observadores, con lo que se ha creado un G-13 de facto.

Con esa ampliación han surgido problemas. A los nuevos invitados les molesta no estar incluidos como miembros de pleno derecho y con capacidad para preparar y moldear las reuniones y se han ampliado las delegaciones de los países originales hasta hacer que cada una de ellas esté compuesta de centenares de funcionarios. Las cumbres en tiempos oficiosas han pasado a ser casi inmanejables.

El tiempo de los dirigentes es un recurso escaso. No pueden permitirse el lujo de asistir a múltiples cumbres para abordar cada una de las cuestiones transnacionales. Además, una geometría variable de asistencia a las reuniones podría debilitar el desarrollo de una sintonía personal y la amplitud para la negociación que puede surgir cuando el mismo grupo de dirigentes se reúne periódicamente para examinar una mayor diversidad de asuntos.

El ex primer ministro canadiense Paul Martin, partiendo de su experiencia personal en el grupo de 20 ministros de Hacienda y el G-8, ha propuesto una nueva agrupación oficiosa que llama “L-20”, donde “L” significa que está limitada a los dirigentes (leaders en inglés). El L-20 aprovecharía los puntos fuertes —la oficiosidad y la flexibilidad— del G-8 original para constituir un foro consultivo sobre cuestiones como el cambio climático, la salud mundial y la gestión de los conflictos.

Martin sostiene que el de unas 20 personas en una sala es probablemente un tamaño razonable para intentar abordar los difíciles problemas transectoriales. Con un grupo mayor, el debate real se diluye; con un grupo menor, resulta difícil una representación regional válida. Se compondría del actual G-8, otras economías destacadas y las mayores potencias regionales, independientemente de su posición económica.

Marcos de Azambuja, ex secretario general del Ministerio de Asuntos Exteriores del Brasil, conviene en que no se puede gestionar la vida internacional exclusiva o primordialmente mediante vastas asambleas de casi 200 Estados con enormes disparidades de peso político y económico. Indica que algo así como un “L-14” sería un grupo eficaz para reflejar la evolución actual del mundo y se lograría rápidamente ampliando el actual G-8 para que comprendiera a China, la India, Brasil, Sudáfrica, México y un país musulmán.

Sea cual fuere la geometría de semejante grupo consultivo, iría encaminado a complementar a las Naciones Unidas para alcanzar decisiones y contribuiría a galvanizar las burocracias de los gobiernos miembros para que abordaran las cuestiones transnacionales decisivas. Como el G-8, haría de catalizador para fijar programas y centrar la atención de las burocracias nacionales en un conjunto de cuestiones importantes, al tener que preparar a su jefe de gobierno para los debates. Con frecuencia se señala, por ejemplo, que el G-8 ayuda a sacar adelante rondas comerciales internacionales, abordar cuestiones de salud pública y aumentar la ayuda a África.

Ninguna de las propuestas formuladas hasta ahora es perfecta y se deben elaborar más muchos de sus detalles, pero el péndulo ha vuelto a pasar del unilateralismo al multilateralismo.

Escritor y profesor en Harvard

El Universal (Mexico)

 



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