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02/11/2007 | Ecuador - El plan Correa

Socorro Ramirez

Tras su elocuente triunfo político, el presidente de Ecuador tiene el reto de no repetir los errores de sus antecesores.

 

Fortalecido con la magnitud del triunfo electoral en el que se aseguró una amplia mayoría de los constituyentes, el presidente Rafael Correa pareciera estar superando lo que un analista ha llamado las "maldiciones del gobernante ecuatoriano": desde 1978, ni un solo partido en el apoder había ganado las elecciones siguientes a las de su elección, y en la última década ningún gobernante había terminado su mandato.

Tras su efímero paso por el ministerio de Economía, del que salió por discrepancias con el presidente Palacios, Correa ganó una cierta figuración, que lo llevó en menos de un año a un triple triunfo electoral consecutivo: en noviembre de 2006 llegó a la Presidencia, en abril de 2007 logró la aprobación de la consulta sobre la Constituyente y en octubre alcanzó el control de esa Asamblea. Su optimismo es tal que ha anunciado que una vez concluya la Constituyente va a someter de nuevo a voto popular su propio puesto.

El enorme triunfo de Correa se explica, entre otras cosas,  porque ha dado muestras de  mayor coherencia que sus antecesores, quienes también llegaron al poder aupados por discursos contra la política y los políticos y con proclamas antineoliberales, pero una vez en el Gobierno actuaron de forma completamente distinta. Sin embargo, sus triunfos le plantean ahora mayores retos.

Contra la "partidocracia"

Con gran habilidad Correa ha mostrado que puede enterrar la "partidocracia". Con todo, académicos y forjadores de opinión lo han cuestionado porque cayó en sus mismas trampas al apelar al clientelismo en las elecciones para la Constituyente con la feria de subsidios. Además, se le reprocha el haber vendido la Constituyente a los electores como la solución mágica a todos los problemas, a pesar de que incluso entre sus partidarios se desarrolló un debate sobre si esa Asamblea constituía el mejor instrumento para cambiar el sistema electoral, generar un nuevo orden político y jurídico, y superar la pugna de poderes y su consecuente ingobernabilidad.

La otra vía para hacerle frente a esas urgencias habría sido una reforma constitucional. Este camino no resultaba fácil en medio del enfrentamiento del Ejecutivo y el Legislativo, y dado que su movimiento, conformado en medio de la campaña presidencial, no presentó candidatos para el Congreso. Tampoco logró estructurar una sólida coalición de apoyo, a pesar de que al inicio Correa intentó pactos con Bucaram y con Lucio Gutiérrez para lograr mayoría en el congreso y convocar la Constituyente. Finalmente esas alianzas fueron descartadas porque causaron repudio.

El masivo triunfo de Correa en las elecciones para la Constituyente no garantiza el éxito de la Asamblea. A pesar de contar con plenos poderes, ésta puede generar grandes frustraciones. No es fácil dar respuesta a tantas expectativas. La ausencia de actores políticos constituidos y de opciones programáticas claras así como la histórica fractura regional hacen difícil reformar una moderna y reciente Constitución en la perspectiva de profundizar la democracia, perfeccionar el Estado de Derecho, y generar controles y contrapesos entre los poderes públicos para superar la tradición populista y autoritaria de la "partidocracia".

Contra el neoliberalismo

Como ministro, más que partidario de la prudencia macroeconómica, Correa se había manifestado a favor de una política de subsidios, protección de la economía nacional, intervención estatal, y se había opuesto al pago de la deuda externa y al TLC con Estados Unidos. Como Presidente ha profundizado esa misma política que suscita un enorme respaldo popular porque en Ecuador, como ha pasado en la mayor parte de países latinoamericanos, la aplicación de las recetas neoliberales para hacerle frente a la globalización no contribuyó a insertar positivamente al país y dejó un saldo de pobreza y desmonte del Estado que han afectado la democracia.

El drástico aumento de las remesas y los recursos petroleros han generado ciertos ingresos a la población, estabilidad de precios y nuevos medios al Estado para elevar el gasto social, tradicionalmente bajo. Correa ha prometido redistribuir la renta petrolera para mejorar las difíciles condiciones de vida de la mayoría de la población. En ese sentido, ha duplicado los subsidios y los bonos -solidario y de vivienda- que sirven de paliativo ante la limitada generación de empleo. Además, ha anunciado la reactivación productiva a través de la oferta de crédito y el estímulo a la diversificación exportadora.

Para proteger la producción nacional e incrementar la recaudación fiscal, el gobierno de Correa ha anunciado el aumento de aranceles a la importación de 567 productos de consumo. El anuncio ha generado rechazo empresarial y de opinión porque el alza podría ser trasladada a los consumidores. Según los críticos, las barreras comerciales no servirían para frenar el ingreso de la competencia a la producción nacional debido a la porosidad de las fronteras y a la eliminación del sistema de verificación aduanera; y más que las industrias locales, podrían ganar los contrabandistas.

Correa ha incrementado la intervención en el sector petrolero para revertir la situación establecida: aunque Ecuador es exportador de crudo, estaba importando cada vez más derivados de petróleo; desde mediados de los noventa Petroecuador estaba amenazada con la privatización, y las transnacionales concentraban el 80% de las ganancias del precio del crudo. Como en otros países suramericanos, desde el gobierno de Palacios Ecuador había entrado en la revisión de contratos dado que éstos sólo preveían ciclos de deterioro del precio y no de su alza, como la que se viene produciendo de manera acelerada. En abril de 2006, la Ley de hidrocarburos intentó pasar a una participación paritaria 50 - 50. Correa ha decidido que las petroleras deben pagarle al Estado el 99% de la renta extraordinaria por las ventas de crudo.  Han surgido alertas sobre los efectos de esta medida en la inversión internacional.

Altos retos y riesgos que más que temor deberían generar en Colombia interés por comprenderlos y disposición para establecer lazos con esa nueva realidad. La experiencia con Venezuela ha mostrado que a pesar de las diferencias hay enormes espacios para el entendimiento. En ese nuevo contexto hay que rehacer la vecindad. Ojalá que la presencia reciente de Correa en La Guajira con Uribe y Chávez sea un primer síntoma del necesario acercamiento colombo-ecuatoriano.

Revista Cambio (Colombia)

 


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