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11/11/2007 | USA'08 - Giuliani, ¿conservador?

León Krauze

Para un movimiento de la fiereza ideológica de la derecha estadunidense, elegir a un candidato con la historia y las convicciones de Rudolph constituye una derrota evidente.

 

En el par de décadas reciente, una de las reglas no escritas de la política estadunidense es que la candidatura del Partido Republicano se gana desde la derecha. Obtenerla sin ser un conservador hecho y derecho en asuntos sociales y culturales era, hasta hace poco, una misión imposible. En 2000, John McCain no hizo las reverencias necesarias a los santones de la derecha y terminó pagando las consecuencias: sin el apoyo de los evangélicos, su candidatura no sólo no prosperó, fue vilipendiada. En 2004, el poder de la derecha radical en Estados Unidos se extendió hasta la elección presidencial: de no haber sido por la participación activa del voto conservador, George W. Bush probablemente hubiera perdido al menos tres estados y entregado, así, el poder a John Kerry.

Durante los segundos cuatro años del gobierno de Bush, todos los políticos republicanos con alguna aspiración presidencial se han dedicado a seducir —a veces de manera grotesca— a los votantes conservadores. Bill Frist, antiguo líder republicano en el Senado y médico eminente, llegó al extremo del absurdo al comprometer todo principio científico apoyando la causa conservadora en el caso de la enferma terminal Terri Schiavo: a través de videos, Frist aseguró que Schiavo, sumergida en un estado vegetativo sin solución, “claramente responde a sus hermanos y padres”; justo lo que los evangélicos, opuestos por principio a la eutanasia, querían oírle decir. Cuando, tras la autopsia, quedó claro el grado de daño cerebral que sufría la pobre mujer, Frist —y su carrera política— quedaron en ridículo. Sin embargo, su apuesta era comprensible: en aquel lejano 2005, la simpatía de la extrema derecha era indispensable en la arena política republicana.

¡Qué diferencia hace un par de años! Hoy, la derecha conservadora coquetea con volverse un movimiento casi marginal. El Partido Republicano está cerca de elegir, como su candidato presidencial, a un hombre que, hasta hace unos meses, era persona non grata para los evangélicos. Es difícil imaginar a un político republicano más alejado de la agenda social de la derecha estadunidense que Rudolph Giuliani. Y es que el hombre no deja títere con cabeza. Giuliani reúne la trifecta del terror para los conservadores: es pro aborto, pro derechos de los homosexuales y pro control de armamento personal (por si fuera poco, se ha casado tres veces y tiene una relación pésima con sus hijos). En algunos casos, Giuliani recuerda más a un liberal sesentero que a un republicano conservador. Hace algunos años, tras su segundo divorcio, vivió con una pareja de amigos homosexuales. Durante su época como alcalde de Nueva York, demostró una especial predilección por disfrazarse de mujer cuando la ocasión lo ameritaba: su imitación de Marilyn Monroe es célebre (y visible en Youtube). En suma, rasgos, digamos, preocupantes para los persignados de la derecha republicana.

Hasta hace poco, un acercamiento entre Giuliani y los líderes conservadores de su partido parecía impensable. James Dobson, mandamás del grupo Focus on the Family, lo explicó mejor que nadie: “Mi conciencia y mis convicciones morales no me permiten votar por Rudolph Giuliani”. En el vacío, la candidatura de Mitt Romney —mormón, conservador hasta las cachas— ha ganado relevancia. En línea con la regla no escrita del Partido Republicano, Romney ha apostado por consolidar sus credenciales conservadoras. Ha tenido éxito y, hasta hace unos días, parecía la apuesta más segura para convertirse en el candidato en 2008. Hasta que apareció Pat Robertson.

En una decisión que podría cambiar muchos paradigmas, Robertson, quizá el líder más influyente de la derecha evangélica en Estados Unidos, ha decidido respaldar públicamente a Giuliani. Su argumento es simple, pero engañoso: en estos tiempos, la seguridad nacional es el asunto más importante en la agenda estadunidense. Con eso en mente, ha dicho Robertson, el Partido Republicano necesita nominar a un político con las credenciales necesarias como para continuar la lucha eficaz contra el terrorismo. Las verdaderas razones de Robertson y el grupo que representa son, en realidad, mucho más pragmáticas: Giuliani es el único candidato capaz de vencer a Hillary Clinton en las elecciones de noviembre de 2008, auténtico Némesis de los conservadores. Aun así, la decisión de Robertson debe leerse como una claudicación. Para un movimiento de la fiereza ideológica de la derecha estadunidense, elegir a un candidato con la historia y las convicciones de Giuliani constituye una derrota evidente. Habrá que ver qué opinan los otros grupos conservadores, todavía indecisos en la contienda electoral del partido. Romney aún podría regresar por sus fueros. Por lo pronto, sin embargo, la omnipotente derecha evangélica estadunidense parece herida de gravedad.

camarahungara@hotmail.com

León Krauze

Excelsior (Mexico)

 


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