Inteligencia y Seguridad Frente Externo En Profundidad Economia y Finanzas Transparencia
  En Parrilla Medio Ambiente Sociedad High Tech Contacto
Frente Externo  
 
01/12/2007 | Entre Gore y Bush

Rafael Fernández de Castro

Esta semana, el lunes 26 de noviembre, se volvieron a encontrar los dos rivales a la presidencia en 2000, George W. Bush y Al Gore. Siete años habían pasado desde su último encuentro.

 

En noviembre de 2000 se reunieron en la casa del entonces vicepresidente Gore, pocos días después de que las cortes de Florida le habían otorgado la victoria electoral a Bush. En la reunión de 2000, Gore encarnaba al perfecto perdedor. Tenía todo con miras a conservar la presidencia para los demócratas, pero su insistencia en distanciarse del presidente Bill Clinton y su rigidez como candidato le obstaculizaron el triunfo. Bush estaba radiante, había sido un candidato sumamente disciplinado y su voluntad inquebrantable lo había llevado a la Oficina Oval.

En la reunión del lunes pasado, siete años después, los papeles de Bush y Gore han dado un giro inesperado. Para desgracia de Estados Unidos y del mundo, Bush se ha convertido en el perfecto perdedor. En un mandatario hondamente desprestigiado que despierta la pregunta: ¿cuánto tiempo tardará este país en sacudirse su nefasto legado? Por el contrario, Gore está radiante, está haciendo historia como un estadounidense universal y justo en su capacidad de premio Nobel de la Paz, fue recibido en la Casa Blanca.

Gore y Bush representan dos caras de este complejo país. Gore es un luchador en pro de la humanidad. Un estadounidense que ha sabido aprovechar la centralidad e influencia de su país para avanzar en una causa universal que tiene que ver con heredarle a nuestros hijos un mundo al menos tan bueno como el que nosotros hemos vivido. Gore, ante su estrepitosa derrota en las urnas, se reinventó. Regresó a su esencia, un idealista con una preocupación central: el medio ambiente. Y con inteligencia y pasión, ha sabido aprovechar sus redes y, con esa intrepidez única del estadounidense, se asoció con Hollywood por un lado y con la Organización de las Naciones Unidas por otro, para colocar el tema del calentamiento global como una prioridad en la agenda del orbe. Gore es quizás el individuo en el planeta que con mayor efectividad ha creado una conciencia universal, principalmente entre los jóvenes, sobre el problema que enfrentamos ante el calentamiento global.

Bush representa la arrogancia y el unilateralismo, que también es parte de la esencia del imperio de EU. Encarna al estadounidense privilegiado e insular, que carece de recursos e inquietudes intelectuales para trascender sus fronteras. Su debilidad intelectual y su carencia de experiencia política y profesional (antes de ser gobernador había sido presidente de un equipo de beisbol) lo hicieron presa fácil, en un momento crítico de la historia, de un grupúsculo de extrema derecha, los neoconservadores. Éstos aprovecharon el vacío de liderazgo y la conmoción, para desviar la guerra contra Al-Qaeda y realizar un experimento singular: tratar de imponer un régimen democrático en Irak. Con la misma impunidad y desparpajo que un científico experimenta con ratones o conejos, los neoconservadores experimentaron con los iraquíes, en una de las más temibles y terribles intervenciones militares del Pentágono.

Los siete años entre los encuentros de Gore y Bush no han sido los mejores para Estados Unidos. Y en buena medida el gobierno de Bush es responsable. Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, Bush tuvo una oportunidad histórica de corregir una serie de desequilibrios y problemas internos y externos de Estados Unidos. La nación, dividida por la elección de noviembre de 2000, se unió para recoger los escombros de las Torres Gemelas. Y un pueblo sacudido, pero con enorme dignidad, le otorgó un cheque en blanco a su líder, George W. Bush, el presidente número 43, con la esperanza de que sacara al país de una de las mayores desgracias de su historia, pues nunca había sido atacado en su territorio no obstante haber participado en decenas de guerras.

Bush también desperdició la solidaridad del mundo entero (con penosas excepciones, como la de México, que nunca se supo solidarizar con el vecino en desgracia). Después de un bien calculado ataque a Afganistán que preparó con varios aliados durante tres semanas, Bush se desvió por el sendero de la fuerza. Como alguna vez, sin empacho alguno, Tom Fridman, editorialista de The New York Times, nos explicó a un grupo de mexicanos: “Era necesaria una demostración de fuerza”. Y, desde luego, ya montado en una política donde prevalece la ignorancia y, por ende, carece de estrategia, Bush aplastó, entre otros, al sistema de las Naciones Unidas en una negación del Estados Unidos creador de instituciones universales. Esta soberbia explica que, según un sondeo de la cadena británica BBC en 25 países, al iniciarse 2007, 69% de los franceses, 64% de argentinos y 53% de mexicanos consideran que Estados Unidos es una influencia negativa para el mundo.

Afortunadamente ya han pasado siete años del encuentro Gore-Bush y sólo falta uno para que los estadounidenses elijan a su presidente número 44.

Excelsior (Mexico)

 



Otras Notas del Autor
fecha
Título
21/06/2020|

ver + notas
 
Center for the Study of the Presidency
Freedom House