El primer acto del trío presidencial ha sido la designación del chiíta Ibrahim Jaafari, como presidente del Gobierno, quien en definitiva, junto con el futuro Gobierno, ejercerá realmente el poder.

Tanto la elección del presidente del Parlamento como la designación del Consejo Presidencial tuvieron lugar tras tortuosas negociaciones durante más de dos meses después de los comicios del 30 de enero. Entre tanto, la población iraquí empezaba a perder la paciencia. No es, por tanto, sorprendente, que el día de su instalación, el Consejo Presidencial designe a Ibrahim Jaafari como Primer Ministro, con lo que se le concede un mes para formar un Gobierno.

Muy posiblemente, tan sólo tras que se llegara a un acuerdo sobre el futuro primer ministro y la distribución de los cargos gubernamentales más importantes, se concedió luz verde a la designación del Consejo Presidencial. Este procedimiento guarda relación con la Constitución interina iraquí, introducida por los norteamericanos, según la cual el presidente y los dos vice presidentes deben elegirse con mayoría de dos terceras partes. Además, estos tres miembros del Consejo Presidencial deben designar por unanimidad al primer ministro, quien sólo necesita una mayoría absoluta para obtener la confianza del Parlamento.

Por lo menos en teoría, porque en la práctica, desde luego, tan sólo se obtiene el apoyo de las dos terceras partes para el Consejo Presidencial, siempre que se haya llegado, informalmente, a un acuerdo con los aliados políticos sobre el primer ministro y la composición del Gabinete, donde, en realidad, se concentra el poder.

Los citados aliados políticos son la Lista Unida Iraquí y la lista conjunta de los dos partidos kurdos. Si bien con más de 140 de los 275 escaños los primeros ostentan la absoluta mayoría en el Parlamento, para obtener las dos terceras partes necesitan imprescindiblemente los 70 de los kurdos. Estos, por su parte, han aprovechado la primera ocasión en que son políticamente indispensables para reclamar posiciones clave que imposibiliten, o al menos dificulten, la represión de la que fueron víctima en el pasado.

No obstante, la mayoría chiíta debe también tener en cuenta la necesidad de involucrar a los sunitas en el Gobierno, los cuales, al boicotear los comicios, tan sólo están representados por 17 parlamentarios, pero constituyen la espina dorsal de la resistencia armada, sobre todo porque, tras la caída de Saddam Hussein, han perdido su posición privielgiada en Iraq.

Para apartar a los sunitas de la resistencia, se debe conceder importantes cargos ministeriales. Cabe, sin embargo, tener en cuenta que la cantidad de Departamentos es limitada y la concurrencia es intensa. La presidencia del Gobierno ya se ha asignado. El Ministerio de Relaciones Exteriores es importante para adquirir legitimidad internacional; el del Interior concede influencia en lo tocante a Policía y servicios secretos. El Ministerio del Petróleo, con sus enormes ingresos, brinda excelentes posibilidades para ejercer influencia política, mientras que el de Defensa es responsable del Ejército y las nuevas fuerzas de seguridad.

Se trata, entonces, de poderosos ministerios que ni los chiítas ni los kurdos están dispuestos a ceder y, por tanto, se disputan constantemente. A pesar de todo, para convencerlos, de una u otra manera deberán asignar uno o más de esos Departamentos a los sunitas. Por lo pronto, debemos asumir, aunque sin ninguna garantía, que han concluido por fin las penosas negociaciones de los últimos dos meses y que, en breve, Jaafari formará un Gobierno.

Sin ninguna garantía porque, en los últimos tiempos, han surgido demasiadas complicaciones a última hora. Pero el tiempo apremia, pues la nueva Constitución debe estar lista a mediados de agosto.