En este mes, la inquietud nuevamente ha crispado al país.Las protestas de los pobladores del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), que se oponen al trazado de un tramo de una carretera que dividirá su territorio, se originaron porque tienen la convicción de que esta será una vía que facilitará la depredación del medioambiente y que, con el asentamiento de colonos dedicados al cultivo de coca, poco a poco se irá dañando la fertilidad de la tierra.
La
protesta ha sido ignorada por el poder político y ahogada por la represión,
dejando un generalizado sentimiento de frustración. Se ha ratificado que no se
tolera nada diferente a los designios del Gobierno.
La
acción para anular peticiones y protestas tiene dos fases: la primera, una
intensa propaganda para negar la justicia y pertinencia de las demandas, que
muy pronto se convierte en acusación de que estas son inspiradas por políticos
de oposición, cuando no por el ‘imperio’. La siguiente es la acción de fuerza,
que causa heridas profundas y resentimientos perdurables.
Este
escenario se ha repetido constantemente en los últimos años, lo que hace pensar
que se está ante una estrategia política de exacerbación de las tensiones.
Imponiendo
por la fuerza, se va edificando un esquema en el que no se admite la
discrepancia, esencial en un sistema verazmente democrático. Pero este es un
juego riesgoso. No siempre rinde frutos.
Frecuentemente
queda el rescoldo de la frustración, que puede volver a inflamarse.
Predomina
en algunos círculos del poder oficial la convicción de que la mayoría –que
siempre es circunstancial– da carta blanca para imponerlo todo. Y lo que es más
peligroso: se cree que es su derecho negar peticiones y demandas justas y, al
final, reprimirlas por la fuerza.
Por
supuesto que en esto de crear tensiones para desembocar en la imposición no se
repara en la ilegalidad de la represión. En el caso del Tipnis se va, incluso,
contra el texto constitucional vigente, cuya adopción fue impulsada por quienes
ahora desconocen las garantías y los derechos que consagra. Los indígenas del
Tipnis marchaban para exigir que se cumpliera la garantía constitucional de “su
libre determinación en el marco de la unidad del Estado, que consiste en su
derecho a la autonomía, al autogobierno, a su cultura, al reconocimiento de sus
instituciones y a la consolidación de sus entidades territoriales” y el derecho
de “vivir en un medioambiente sano, con manejo y aprovechamiento adecuado de
los ecosistemas” (Constitución Política del Estado). Ahora, lo sucedido con los
indígenas del Tipnis no deja lugar para el optimismo.
Se puede
reprimir una y 100 veces, pero el espíritu de los hombres libres siempre
subsiste. La historia da ejemplos de eso. Conste que “las enseñanzas del pasado
niegan que, en hipótesis o en la realidad, haya imperios o regímenes que puedan
pervivir eternamente, supuestamente por haber llegado a la perfección“. Si del
inexorable cumplimiento de etapas históricas se trata, debería predominar la
convicción de que, mientras más pacíficas sean las transiciones, menos penurias
sufrirán los pueblos.
Los
ejemplos son contradictorios: mientras la democratización de los países del
este europeo, integrantes del bloque soviético, fue en general pacífica y
concertada, en los actuales casos de Oriente Medio –Libia, Siria y Yemen– hay
dolor y sufrimiento. Sigamos los primeros ejemplos.