Cuando Jorge Mario Bergoglio había dejado de ser presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y todo indicaba que su retiro como arzobispo de Buenos Aires podía ser inminente, al punto que había ya pensado en ir a vivir al hogar sacerdotal del barrio de Flores, fue elegido Papa y todos los reflectores lo iluminaron.

El pasado jueves, advirtiendo que si la Iglesia no profesa a Jesucristo corre el riesgo de convertirse en una "ONG piadosa", el nuevo papa prosiguió la etapa inicial de su magisterio que había comenzado en el breve y emocionante saludo a la multitud reunida en la Plaza San Pedro. Francisco, desde su responsabilidad como obispo de Roma, lanzó una clara señal de ánimo reformador, de estilo ascético, de la importancia que le otorga al ecumenismo y al aporte de la Iglesia a la sociedad en general.

Luego de la renuncia de su predecesor, con tanto afecto recordado por él antes de impartir la bendición urbi et orbi, muchos pensaban que la Iglesia necesitaba un pontífice más joven y rebosante de energía, que privilegiara las reformas y también el diálogo con la cultura contemporánea. Francisco, sin embargo, tiene 76 años y estaba próximo a su retiro atento a las disposiciones que así lo requieren. Por otro lado, hemos leído una y otra vez de sus dificultades de salud y de su cansancio. No obstante, en estos días se lo vio sereno y contento, con una voz y una presencia renovadas.

Ciertamente habrá matices importantes que lo diferenciarán de Benedicto XVI. Bergoglio no es un intelectual, sino un asceta con enorme capacidad de gobierno. Sus prioridades estarán muy probablemente puestas en por lo menos tres ejes: la reforma de la curia romana, la tolerancia cero frente a los abusos sexuales y la transparencia de los asuntos económico-financieros del Vaticano. Él pretende la integridad moral del clero y el testimonio de la vida. Las líneas de la Iglesia, "caminar, edificar y proclamar", llaman a superar la parálisis que a veces se advierte, a construir vínculos de fraternidad y a transmitir con coherencia el mensaje evangélico. En este sentido, Francisco se presenta fiel al nombre elegido: la paz y la renovación espiritual son columnas fundamentales de la vida cristiana.

Por otro lado, constituye para él todo un desafío encontrar un acuerdo entre el estilo extremadamente austero al que nos tiene acostumbrados y los oropeles de los palacios vaticanos. Incluso puede incomodar entre esos muros el aire nuevo que llega del Sur, transmitido por un hombre cercano a la gente, habituado a transitar las calles y a interesarse por los que sufren.

Muchos en la Argentina se preguntan la identidad de su sucesor en Buenos Aires, casi sin reparar en que será precisamente él quien lo nombre. Y también, de ahora en más, a todos los nuevos obispos del mundo. Conoceremos en el acontecer los modos elegidos por Francisco para conducir la Iglesia con una curia redimensionada que pueda ser verdadero puente entre los obispos y el Papa.

En nuestro país y, de alguna manera en buena parte de América latina, la elección de un Papa de estas tierras ha generado una corriente sincera de afecto y de religiosidad. Con el paso de las semanas, comenzará la tarea más profunda de esa conversión del corazón de la que gustaba hablar el cardenal Bergoglio.

En el ámbito político, según las tendencias, se lo idealizó como un poderoso aliado o un contrincante excepcional. Es verdad que su voluntad se expresará conformando diversos alineamientos dentro de la Iglesia y de la sociedad civil en nuestro país, pero seguramente sabrá tener en cuenta la dimensión universal y la enorme complejidad de todo el mundo.