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28/10/2014 | Brasil, el mundo de mañana

Javier Santiso

En la nueva etapa de Dilma Rousseff el país se enfrenta al reto de la modernización. Haría bien en apostar por su talento más joven y atender las expectativas de una generación que exige un futuro mejor

 

Brasil y América Latina se encuentran de nuevo en una encrucijada. La región entera se está despidiendo de una belle époque, la de altas tasas de crecimiento impulsadas por el tirón de las materias primas. Con la irrupción de China en el ajedrez mundial, a principios de los 2000, América Latina encarrilló una bonanza sin precedentes. Este motor se está apagando. Todavía el efecto del cuento chino se mantiene. Pero estamos viviendo el fin de una época. Como en El mundo de ayer,ese canto del cisne escrito por Zweig desde Brasil, le toca a toda la región despedirse de unos viejos tiempos que pasaron. Y no volverán.

Las elecciones brasileñas, que se acaban de celebrar con la ajustada reelección de Dilma Rousseff, apuntalan un giro en la región. En todos los países —incluso en el siempre ejemplar Chile— estamos presenciando una economía política de la impaciencia. Los jóvenes, que se están incorporando a los mercados laborales, piden mejores condiciones y las clases medias, que se han fortalecido con la bonanza, también piden mejores servicios públicos, más y mejor educación, sanidad, transporte. Las revueltas callejeras vividas estos últimos meses en Santiago, São Paulo o Lima tienen una misma matriz, una creciente demanda de mejor redistribución de las riquezas de las naciones.

Cuando estaba en la OCDE, dirigiendo el Centro de Desarrollo, publicamos entonces —era a finales de los 2000 y todavía el dragón chino sobrevolaba los Andes y el Amazonas— un estudio detallado de las políticas fiscales en la región. Calculamos así cómo los coeficientes GINI, que miden la desigualdad, se ajustaban o no antes y después de las transferencias fiscales. Dicho de otra manera, buscábamos indagar si las políticas fiscales en América Latina eran redistributivas. Y la respuesta ha sido un rotundo no: desde México hasta Brasilia, pasando por Bogotá o Caracas, los coeficientes GINI antes y después de impuestos no se ajustaban. Algo muy diferente ocurre en Europa, donde las desigualdades antes y después de transferencias fiscales se ajustan en varios puntos. Mientras en Europa las políticas fiscales son redistributivas, en América Latina no lo son. Con el auge de las clases medias, la presión no hará más que aumentar.

América Latina y Brasil tendrán que enfrentarse a este reto. No siempre pasará por más inversión, sino muchas veces por mejor inversión en sanidad, educación o transportes. Sobre todo pasará por que esa inversión alcance las poblaciones más pobres, que la educación sea más redistributiva, las autovías conecten con los poblados más aislados y la sanidad sea más universal. Muchos países son conscientes de estos retos, como muestra las políticas llevadas a cabo en México, Colombia o Perú. Sin embargo el tiempo corre, el reloj de la bonanza china se agota y los avances se están haciendo esperar. Las protestas en las calles de Brasil no han dicho más que esto. El coste total de la Copa del Mundo 2014, celebrada en Brasil, superó los 11.600 millones de dólares, es decir, el triple que la sufragada por África del Sur en 2010. Este coste representó el 60% del presupuesto de la educación nacional en el país y el 30% del de la sanidad. Apenas el 14% de las carreteras brasileñas están asfaltadas —frente al 64% en China o el 38% en México—. Lo que han criticado los brasileños es esa falta de prioridades en un país que ahora ostenta estadios del primer mundo y educación, sanidad y transporte que siguen siendo del tercer mundo.

El mundo de ayer termina. El Brasil de los años de Lula, con el Cristo del Corcovado lanzado como un cohete desde la portada de The Economist, es pasado. Con Dilma de nuevo al mando, el país tendrá que enfrentar retos singulares. El Brasil de ayer crecía a tasas anuales promedio del 4% del PIB (entre 2003 y 2010). En 2014 entró en recesión técnica, la inflación está por encima de la banda alta del banco central y sobre todo la competitividad y productividad del país son bajas, lo que repercute negativamente en el crecimiento potencial. Entre 2008 y 2013 Brasil ha sido uno de los primeros 10 destinos mundiales de inversión extranjera, con un promedio anual de 53.000 millones de dólares. Para seguir siéndolo tendrá que enfrentar una nueva oleada de reformas estructurales.

Brasil no es un país cualquiera. En América del Sur es la mitad del continente. Cuenta con 200 millones de habitantes, más que el resto de Sudamérica. La inversión extranjera que se vuelca hacia el país (64.000 millones de dólares) equivale al total del resto de países. Hay más móviles en el país que habitantes y más que en todo el resto del continente. Es el pulmón ecológico del planeta y es también la séptima potencia económica del mundo. Lo que ocurre allí no es por tanto indiferente o anecdótico para la región y los mercados internacionales. Lo que haga Brasil (o no) marcará también la región. Es, por ejemplo, llamativo que Asia se haya lanzado hacia una carrera desenfrenada hacia la innovación y la tecnología y la región todavía se esté pensando (como España) la apuesta: mientras en China y Corea más del 25% de las exportaciones son de muy alta tecnología, en Brasil y en México apenas lo son el 10% y 15% del total respectivamente. Mientras Corea y China ya invierten el 4,4% y el 2% de su PIB respectivo en I+D, Brasil apenas alcanza el 1,2% (comparable al 1,3% de España), por delante de México y Chile, con apenas 0,5% ambos.

Como todos, Brasil (y por extensión América Latina) haría bien en apostar más por su talento joven. Mientras Corea, como país, encabeza la lista del famoso ranking PISA de la OCDE, Brasil colea en torno al puesto 59 (justo por detrás de México y Chile, respectivamente en los puestos 52 y 54). Y sin embargo, el país chorrea talento. ¿Quién sabe, por ejemplo, que uno de los fundadores de Facebook es brasileño? ¿O que el creador de la famosa Xbox de Microsoft también es brasileño? La última encuesta de los millenials (los jóvenes nacidos justo antes del milenio) nos trae una noticia esperanzadora para Brasil y toda la región: los jóvenes latinoamericanos se perciben como líderes digitales. Más que cualquiera de los demás, europeos y norteamericanos incluidos. Encaran el futuro con optimismo: el 81% de los millenials brasileños piensan que los mejores tiempos están por venir (frente al 41% en Europa), una cifra comparable a la de toda la región (78%). América Latina es así el área del mundo que tiene más jóvenes que se perciben como líderes del milenio, digitales, creativos, capaces de impactar en la sociedad: Colombia y Perú (con el 27% y 26%) encabezan el ranking, junto con Chile (22%), México (21%), y Brasil (18%). Todos ellos están (muy) por delante de EE UU (16%), Alemania (12%)… y España (6%).

Si Brasil (y América Latina) quiere ganarse el mundial del futuro tendrá que apostar más por esta juventud ansiosa de comerse el mundo. Esa misma juventud es la misma que está también tomando las calles a gritos, asaltando la política desde las redes sociales o haciéndose un hueco empresarial en el mundo digital. Aquí el continente tiene una cantera y un vivero como ningún otro. Esperemos que no desaproveche esta bonanza y se transforme en un continente 3.0, y São Paulo y Río se asemejen más a la imagen de Seúl o de Tel Aviv.

Más allá de quién ha ganado en Brasil, lo que se juega en América Latina es qué país y región los latinos queremos ser. Y esto también vale para España. A los latinos nos gusta golear, ganar mundiales (y nos desesperamos cuando los perdemos). Deberíamos meterle la misma pasión en golear y ganar el mundial digital. Nos iría mucho mejor. Brasil es el país del juego bonito; esperemos que lo sea también, en un futuro no tan lejano, de la innovación bonita.

Javier Santiso es profesor de Economía, ESADE Business School. Ha publicado Banking on democracy: financial markets and elections in emerging countries (MIT Press, 2013) y prepara para 2015 un nuevo libro, España 3.0.

El Pais (Es) (España)

 


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